Esta semana tenemos crítica de La pasión de Juana de Arco dirigida por Carl Theodor Dreyer de manos de Alex P. Lascort. No se la pierdan.
Elogio de la desnudez
Con el estreno de Habemus Papam de Nanni Moretti volvemos a entrar en el terreno del cine religioso o, mejor dicho, de investigación, no exenta de crítica, de ese mundo hermético y cerrado que suponen los rituales católicos. Aún sin tener mucho en común en concepción cinematográfica nos animamos a rescatar el que posiblemente sea un film fundacional en la indagación de dichos rituales aunque sea a través de métodos y vías radicalmente diferentes a las del director italiano. Nos referimos a La pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer (1927), un film considerado como una de las grandes obras maestras del cine pero que, sin embargo, queda demasiado a menudo relegada a un injusto olvido.
La obra del director danés pretende dar sentido a ese arte naciente que era el cine. Sí, si el cine es una disciplina visual, que mejor que potenciar este aspecto mediante recursos que, aunque hoy en día pueden parecer superados, fueran atrevidos, donde cada plano fuera significativo, donde cada ángulo transmitiera un mensaje y cuya composición final creara un todo armónico en un montaje de raíz eisensteniana en el método (montaje de atracciones basado en la dialéctica de Hegel) pero despojada de su significado político. Para ello nada mejor que dar importancia a un primer plano que hasta el momento había sido claramente infrautilizado, siendo usado para resaltar alguna emoción puntual en la trama correspondiente y quedando como un apunte anecdótico dentro del arco narrativo. Lo que Dreyer consigue es insuflar vida a cada uno de esos primeros planos, darle un significado propio, hacer en defintiva que una lágrima, o una mirada nos cuenten toda la historia que se halla detrás. Se trata de establecer un juego de diálogo doble, el que se establece entre personajes (rostros) y el que estos mismos dicen a la audiencia aún queriendo ocultarlo.
Pero más allá de el indudable mérito del uso innovador del recurso, lo que influye en la percepción del mismo no es tanto el primer plano per se, sino que hay detrás de él. Se trata de conseguir, mediante efectos como la luz, la falta de maquillaje y la ausencia de banda sonora (la música que podemos oír en algunas versiones de la película fue añadida a posteriori, la intención original, y de hecho así se proyectó, era la ausencia absoluta de distracciones sonoras incluyendo la música), una abstracción total, la desnudez de las almas de sus personajes, y esencialmente la de Juana (interpretada por una espectacular Renée Falconetti). Todo ello con un único objetivo, crear una corriente empática que huya de todo contexto. Lo importante no es hablar de Juana la mártir y de la iglesia como verdugo. Tampoco se trata de erigirse en juez histórico sobre la vergüenza de los hechos acaecidos. De lo que se trata es de sentir la fuerza del sentimiento, del dolor. Para ello nada mejor que ese blanco abstracto que nos sitúa fuera de todo marco. Podemos empatizar con los sufrimientos vistos en pantalla porque no percibimos a personajes históricos o, dado el caso, ficcionales. Lo que sentimos es dolor humano, percibimos almas que se rompen y por ello se produce una corriente inmediata de identificación.
Efectivamente La pasión de Juana de Arco debe ser glosada por su innegable apuesta por el riesgo y por su innovación en el uso de los recursos, pero lo que debe quedar como gran logro del film de Dreyer es la capacidad de llevar una obra cinematográfica más alla de la mera representación factual de hechos o de ejercer una interpretación más o menos crítica. Lo que vemos no es una película como tal, sino un tratado sobre los sentimientos. Un film que no señala con el dedo lo que está bien o mal sino que invita a que lo sintamos, a dejarnos llevar y adentrarnos en la desnudez de los cuerpos, corazones y almas. Una película que es reflejo del humanismo del propio director, incapaz de entender el cine como mera ejecución de automatismos formales sin que la presencia humana los condicione. Estamos, en definitiva ante un film hecho por personas destinado a que otras personas sean participes de él. Una obra que nació en un tiempo sin 3D y sin tecnologías digitales pero que consigue el milagro de la interactividad. Dreyer nos convierte en sufridores, víctimas y verdugos pero tambien en participantes activos en la experiencia cinematográfica, en alguien tan importante como el propio equipo técnico o los actores. Toda una declaración de principios que nos dice que el cine ya es un arte y como tal se hace para disfrutarlo, sufrirlo y palparlo, pero sobre todo sentirlo.
Escrita por Alex P. Lascort
Magnífica reseña. Me parece muy acertado que señales un aspecto tan importante como es el uso de los fondos neutros sobre los que Dreyer imprime los primeros planos del rostro de la Falconetti: la descontextualización total, la búsqueda de la esencialidad y la pureza autónoma de lo narrado. Algo que en el cine americano de aquella época era impensable (¿cómo se va a mostrar un primer plano sin haber usado antes el plano general para ubicar al espectador en un espacio determinado?) y que Dreyer supo usar con mucha lucidez.
He visto solo cinco películas del danés pero me basta para afirmar que es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes. Entre Juana de Arco y Ordet anda mi preferida, aunque las otra tampoco desmerecen en absoluto.
Lo dicho: enhorabuena por la crítica.
…¿LA PASION DE JUANA DE ARCO?…¿¿¿!!!¡¡¡???…
…O.K….