25 de abril de 2024

Críticas: Suspense

Freud y Jung analizan jovencitas, los niños disfrutan del gato con botas, las premoniciones mortales se suceden y  todos hacen mella en las adaptaciones literarias.  Los estrenos dicen que es momento de adentrarse en el reto de Suspense. Una voz infantil canta inocentemente.  Tras ella unas manos de mujer, que unidas a modo de plegaria, rompen en llanto.  Factores que a partir de ahora nos acompañarán envueltos de ambigüedad.  Aquí comienza el relato de una primeriza institutriz que afronta la soledad a cargo de dos niños huérfanos en una gran casa inglesa apartada de todo y de todos.  A simple vista la obligación se convierte poco a poco en un cuento de terror gótico que resulta espeluznante, pero todo se trata de una base en la que jugar con las impresiones de los pequeños detalles, que llevan al espectador a juzgar las fervientes creencias del ojo acusador.

Jack Clayton, ese director inglés que tan bien sabe manipular el cristalino aspecto de los infantes, como volvió a demostrar años después en A las nueve cada noche (1964), se puso frente un proyecto ambicioso, la adaptación de la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca, título que ya de por sí implica todos los matices que se le puede dar a una historia cuando se va más allá.  Una diferencia marca la lectura de la visión, en el libro sólo se conoce el punto de vista de la institutriz, una joven hija de un vicario que tras una entrevista con el apuesto y galán tío de las criaturas, acepta el trabajo de cuidar a Flora y Miles, dos niños de los que no dispone tiempo ni energías para cuidar.  Pero una ardua labor por parte de Truman Capote y William Archibald al escribir el guión permiten racionalizar de algún modo esa cerrada perspectiva al ver cómo actúan los demás personajes.

En la magnificencia de un hogar plagado de rincones cerrados que esconden polvo, sólo unos pocos personajes tienen acceso a ella, algo que ayuda a cerrar los vínculos entre ellos y a desmoronar la integridad del perfecto papel que ejecuta Deborah Kerr, que se mantiene en constante evolución.  A la casa permanecen unidos los niños, que son adorables ángeles que tocaron tierra a ojos de la señorita Gibbens, pero que en realidad se muestran en constantes travesuras infantiles sin pretensiones más allá de la diversión, y un ama de llaves de aspecto afable, la señora Grose, que desde su posición poco más puede hacer que observar y callar ante un superior pero que entre temores alimenta el pasado de la casa, al nombrar a los entes malignos, la anterior institutriz, la señorita Jessel y el ayudante del tío, Peter Quint, ambos muertos antes de la llegada de la srta. Gibbens y el punto de partida para todas las posibles explicaciones de lo que ocurría.

Ahora no queda más que ofrecer una disculpa ante la imposibilidad de seguir sin elucubraciones que nadie que no haya visto la película debe leer para descubrir a su modo ese bello rompecabezas que conforma The Innocents (1961).  El propio título original lo confirma, ¿se puede dudar de la inocencia de los niños? Sí, y todo depende del lado en el que te posiciones, porque puedes creer lo que los ojos (siempre sus ojos) de la protagonista nos muestra, los fantasmas perniciosos que ejercen un influjo negativo en los pequeños, a los que ella ve como inocentes hasta cierto punto, porque de sus actos destila la presencia de los antiguos amantes, o puedes creer lo que ocurre, sin segundas lecturas, donde unos niños juegan y una mujer especula.  Por otra parte siempre se habló de la influencia de Freud en las historias de Henry James, que se muestra aquí con la represión de la institutriz en el tema sexual, sintiéndose amenazada por las historias que conoce de los dos personajes muertos, dándoles forma como fantasmas para poder expiar su culpa y apuntar con dedo acusador lo que ella mantiene escondido, a través de los niños.  Cabe destacar que en sus febriles noches en búsqueda de murmullos no teme las presencias si no los actos que cree que representan, lo que nos lleva un paso más allá, la degradación de su figura de madre impuesta de los niños y de mujer, creando la presencia espectral de la señorita Jessel como un alter ego de su ser, y la del señor Quint como un aspecto enfermizo del tío, que sería el padre, al que admira en varias ocasiones o incluso del pequeño Miles, que se convertiría en hombre bajo su percepción y que se muestra como tal en algunas escenas, por actitudes puntuales que asombran.  Su nexo de unión son las relaciones sexuales salvajes que mantenían los que ella ve como fantasmas, degradación del amor platónico que destila la institutriz hacia ambas figuras masculinas.  Lo que rechaza en los supuestos cuchicheos de los niños, es una proyección de sus ocultos deseos, algo que el propio Jung dio nombre con «el inconsciente colectivo».

Pero todo ello se esconde tras unas escenas llenas de tensión entre esas cortinas que no dejan de bailar al son de una canción que se repite una y otra vez por una caja de música y pequeños engaños que nos ofrece la cámara, por los que finalmente, tal vez no consiga ella asustarnos como lo hace con todos los presentes hasta un desenlace fatal, pero sí nos inquieta cada escenario y noche desvelada en una mansión grande, con polvo, con mentiras que nos creemos creadas por nosotros mismos y esos inocentes, que desde el primer momento desprenden una frescura y una actitud tan clara que deja la piel alterada durante toda la película, dejando como posible cualquier impresión de la joven señorita, donde la salvación puede conducir a la total destrucción.

Pues al principio de la película, el dueño y señor de todo lo que allí se alcanza a ver le pregunta a Kerr «Señortia Gibbens, quiero hacerle una pregunta personal, ¿tiene usted mucha imaginación?» a lo que ella responde sin dudar «¡Oh! Sinceramente creo que sí. Sí» y es en este momento cuando todos deberemos despertar.

3 comentario en “Críticas: Suspense

  1. Es una película llena de matices y posibles interpretaciones, da para exprimir cada uno de sus planos. La verdad es que la he disfrutado todavía más en esta revisión.

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