¿Lo que llevamos dentro de nosotros es un superhéroe, un monstruo o solo son gases? Día grande en Málaga, sobre los héroes y monstruos de la vida real.
Siguiendo la línea del documental Superhéroes (Michael Barnett, 2011), visto ayer en el festival, se presentaban dos ficciones que compartían un fondo similar, la inadaptación del héroe, aunque cada una lo afrontaba a su manera. La encantadora Griff The Invisible (Leon Ford, 2010) nos presenta a un joven solitario y marginado en el trabajo que por la noche se convierte en un superhéroe que combate las fuerzas del mal. Afortunadamente no es una historia de acción ni de superpoderes, sino de personas que luchan por ser especiales (y lo son) en un mundo que da la espalda a todo el que sea distinto a ellos, que acepta la vulgar normalidad y repudia todo lo que sea diferente, por muy noble y honrado que sea su propósito. Si en el documental vimos como la gente no entendía y se reía de que un grupo de personas disfrazadas patrullaran su barrio para protegerlos, aquí se nos muestra lo que hay detrás esas acciones, quizás ser un héroe es la única oportunidad que tienen de salvarse a si mismos. Con un estilo visual muy conseguido (la puesta en escena no parece la de un debutante) y un fondo muy tierno, su visionado resulta todo una advertencia, que igual hacerse mayor y perder la inocencia no trae nada bueno, recordándonos que debemos luchar por nuestros sentimientos aunque los demás piensen que somos unos bichos verdes. ¿Y quién quiere madurar cuando puedes salvar al mundo todas las noches?
En cambio, Super (James Gunn, 2010) llega donde otros no quieren llegar por medio de una crudeza extrema, digna del mejor alumno de la TROMA, con claro espíritu de serie Z pero con una factura técnica formidable, resultando un entretenimiento para nada inocuo, divertido y trágico a partes iguales. Ser un superhéroe no es tarea fácil, las balas duelen, las personas mueren y el éxito final quizás (seguro) no llega. Los títulos de crédito anticipan que la película se propone como un divertido festival, hasta que comprobamos con crueldad que es uno que se toma muy en serio, siendo capaz de establecer un discurso -sin lecciones de moralidad- sobre el ser humano y su necesidad de autoengañarse en busca de la felicidad. Super desmitifica al héroe como salvador de nuestra existencia (la excelente secuencia en la cola del cine lo demuestra) pero lo recupera como persona(je) necesario en nuestras vidas para hacernos saber que podemos cambiar las cosas si queremos vivir en un mundo mejor, aunque este nunca sea como esperamos. El sentido del humor irreverente y escatológico va acompañado del más negro, que roza la tragedia en secuencias en las que la película deja de ser una comedia para ser otra cosa, algo que la gente no espera ni está preparada para ver en una peli de Dwight el de The Office disfrazado de superhéroe.
Si hay algo por lo que sabemos que Red State (Kevin Smith, 2011) es de su inconfundible autor, es por su gusto por los (buenos) diálogos, en los que aún queda mucho de su ironía y sarcasmo. Pero ahí acaba todo paralelismo con su obra anterior, su realización y montaje son dignos de todo un maestro del género. Afortunadamente, el artefacto ideológico que construye Kevin Smith supera todo tipo de debates sobre la carrera de su director, el estilo visual del film y los hechos en los que se inspira, Red State tiene entidad propia. Smith enfrenta al bien y el mal en su más pura esencia, nos muestra la hipocresía de la sociedad americana escondiendo sus propios monstruos, esos que ha cultivado a través del fanatismo, el miedo y del terror, hasta que estos, ansiosos por la llegada del día del juicio final, se acaban tomando la justicia por su cuenta en busca de un equivocado bien sanador, como si el de las autoridades civiles y políticas que nos gobiernan tampoco lo estuvieran. El magnífico, por abrupto y coeniano, clímax final recuerda a la última secuencia de Un tipo serio (Joel y Ethan Coen, 2009) en la que Kafka como dios mundano hacía presencia para dotar de algo de sentido a tanto sinsentido. Tan duro (por esclarecedor) como divertidísimo resulta el epílogo, digno de los más inspirados momentos de Quemar después de leer (Joel y Ethan Coen, 2008) y que confirma a Red State como una obra lucidísima, digna de un autor capaz de reinventarse matando de un tiro a sus propios demonios.
El mayor enemigo de Troll Hunter (André Øvredal, 2010) es su propio formato, y es que no le hacen ningún bien sus intenciones de documental, lastran el conjunto. Al principio del film se nos advierte que se encontraron con este material y la película es un montaje previo, como al final se nos dice que los protagonistas desaparecieron y si sabemos algo sobre ellos informemos a las autoridades. Y yo me pregunto que no hace falta tomarnos el pelo para hacernos ir a ver una película, que ya somos mayorcitos. Esta potente historia, de conseguidos efectos especiales, se habría disfrutado más como una ficción o como un auténtico falso documental, sin frases que nos expliquen ni nos vendan nada, ya que por intentar aparentar ser un documental tiene demasiados puntos muertos nada creíbles, una puesta en escena y un ritmo que dejan que desear y restan verosimilitud al conjunto, paradójicamente. Porque eso si, hay que reconocer que cuando se dedica a ser una película de un tipo que caza trolls es un espectáculo impresionante, tanto por el seguimiento a su protagonista, un cazador mal pagado que ni siquiera tiene seguridad social y que se enfrenta a Trolls siete veces más altos que él como el que sale a comprar el pan cada día; como por la construcción gráfica de estos monstruos gigantes, la inmersión de ese mundo escondido por las autoridades en el nuestro y su interactuación física con los personajes, que culmina en una brutal secuencia final que pasa de ser el mayor clímax del film a una idiotez en un segundo, todo sea por aquello de intentar darle sentido a la propuesta de material documental perdido en la nieve. Una lástima.