19 de abril de 2024

Gijón, día IV

No hay Festival de Gijón sin una buena peli de «Cine del tedio», para más aclaraciones sobre el concepto léase la crónica… ah y también la obra «prohibida» de Jafar Panahi, pasen, pasen, no me sean tímidos.

Como siempre empezamos con la Sección Oficial a concurso en la que hoy sólo participaban dos películas. Una de ellas era la primera apuesta española para pillar cacho en Gijón, Iceberg de Gabriel Velázquez, que tiene como base un relato coral con tres historias de adolescentes enlazadas por el río Tormes y que se irán entrecruzando al estilo de Shortcuts o Magnolia (para que se hagan una idea). Velázquez apuesta por no colocar casi diálogos y dejar que sean las imágenes las que vayan mostrando por si mismas el planteamiento y la resolución de los conflictos… y la verdad es que a ese nivel la película funciona, las historias se siguen perfectamente y los silencios ahondan en el carácter introspectivo de los jóvenes protagonistas, en realidad el problema viene del flojo guión, de las torpes metáforas, de situarse por encima del espectador ya desde su concepto original, lo peor es que el autor parece estar convencido de su capacidad lírica, en fin, una pena que fondo y forma sigan caminos tan dispares.

Algo parecido sucede con Low life, de Nicolas Klotz, la que era segunda peli a concurso y que intenta ser un manifiesto o una radiografía de los movimientos antisistema en la Francia de hoy en día, y en la que, aunque encontramos ciertas virtudes, por ejemplo en la sombría descripción de la relación, siempre en el filo, entre Carmen, una joven activista, y Hussain un poeta afgano sobre el que pende una orden de expulsión del país, por desgracia termina pesando más su alambicamiento, su impostura, su falta de naturalidad. Dudamos que en las casas ocupadas, o en cualquier otro sitio, se hable con esa soltura del fuego etéreo que devora los corazones tras los que se esconde la negra guadaña del dolor y blablabla… o al menos lo deseamos sinceramente, de veras que sí.

Y vamos con lo del «cine del tedio» que no hay que confundir, aunque haya quien lo haga, con cine tedioso, puesto que no es un término despectivo sino descriptivo. Olviden la narrativa tradicional, el principio de planteamiento-nudo-desenlace, enlacen planos largos y amplios travellings siguiendo a los personajes, céntrense en los detalles, las miradas, los recuerdos, eliminen la acción de su metraje ¿lo ven? ya están mucho más cerca de comprender el concepto. Eighty letters es puro cine del tedio, buen cine del tedio, lo dice su evocación de las trabas que se le imponen a una familia en la Checoslovaquia pre-caída del Muro para poder reunirse en el Reino Unido, siempre a través de los ojos de su joven protagonista, lo dice su autobiógrafica obsesión por los detalles, lo dice el uso de la reiteración como elemento estilístico para causar sensaciones en los espectadores, lo dice, si me apuran, que se utilice a Bach y a Arvo Pärt para la banda sonora y finalmente quien lo dice, quizá más claramente, es el goteo de señores saliendo airadamente de la sala de cine, soñando seguramente con narraciones al uso y donde les expliquen más claramente de que va todo esto, que el buen dios les proteja de Bela Tarr, amén.

También hubo cierto goteo de señores-que-se-van-de-la-sala con la austriaca High contact, del director Michael Glawogger, protagonista de una de las retrospectivas de este año. Los motivos esta vez no tenían que ver con el cine del tedio, más bien lo contrario, y es que High contact no es una disparatada, sino más bien disparatadísima historia acerca de una maleta que debe ser recuperada por algún extraño y en absoluto importante motivo. En su lisérgico metraje aparecen vendedores de salchichas puestos de ácido y éxtasis, una especie de mafioso que regenta un taller lleno de Apolos en actitud cariñosa, gogos con cabeza de perro, recepcionistas filipinas parcas en palabras, niñas que cocinan recetas ricas en psicotrópicos y un señor paquistaní que recicla todo tipo de basura, en fin, una divertida gamberrada cuyos fotogramas parecen haberse impregnado de las múltiples sustancias psicotrópicas a los que dan cabida. Si exiges un planteamiento lógico a las películas que ves deberías huir como la peste y si no siempre puedes relajarte y echarte unas risas, advertido quedas.

Y ya abandonando los ácidos y poniéndonos serios, cerraba la jornada la obra del director iraní Jafar Panahi, This is not a film, como ya muchos sabréis condenado a seis años de cárcel y veinte de prohibición para rodar películas por las simpáticas y transigentes autoridades del país de los Ayatollahs. La película (o no) es una especie de vídeo casero en el que un amigo del director rueda un día (el de año nuevo) de la vida del condenado autor, Panahi habla sobre rodajes prohibidos por el gobierno, intenta representar gráficamente alguna secuencia de su última película, habla con sus abogados, en definitiva, intenta acercarnos su día a dia alejado del mundo del cine. Es palpable su pasión por los rodajes, su ansia por aprovechar cualquier excusa para coger su móvil y grabar con su cámara, su brutal necesidad de comunicación, en definitiva, una obra necesaria no sólo únicamente por su valor intrínseco sino por las ultrajantes circunstancias que la rodean, deseamos que la próxima película de Jafar Panahi sí sea una película.

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