19 de abril de 2024

El proyector: la secuencia de McTeague

CAH El cuarto mandamiento I

McTeague nos habla de una secuencia de una de las obras maestras de Orson Welles.

No soy yo un espectador muy «de secuencias», pero el caso es que la que suelo considerar como una de mis tres o cuatro películas favoritas, sí es eminentemente «de secuencias», probablemente a su pesar. Hablo de El cuarto mandamiento (Orson Welles, 1942), a la que, al ser una película mutilada por la RKO, yo siempre considero como una de las ruinas más hermosas que nos ha dejado la historia. Creo que la altura que alcanza en sus momentos álgidos es tanta que los puntos bajos dejan de verse gracias a, sí, secuencias, que valen por toda una película y consiguen expresar todo lo que Welles quería decir.

De entre ellas siempre he tenido debilidad no por la famosísima de la escalera, sino por la conversación de George (Tim Holt) y la tía Fanny (Agnes Moorehead) en la cocina de la mansión de los Ambersons, mientras George come un pastel y la tía, haciendo como que pregunta sin verdadero interés y por mera costumbre, trata, en realidad, de averiguar otros detalles. Sin virtuosos movimientos de cámara o un montaje agresivo, es un sencillo, larguísimo plano casi fijo de un diálogo. Pero en esa aparente sencillez está gran parte de su belleza y expresividad.

Welles mima cada detalle creando desde el principio una atmósfera de intimidad y melancolía que, sin embargo, esconde toda la tristeza elegíaca de la cinta. La secuencia comienza con una toma exterior de la mansión, en medio de la noche, y de una tormenta, que ya nos pone en ambiente invernal (y los truenos se escucharán durante toda la secuencia). Después pasa al acogedor interior, a la cocina, y allí todo es evocador: la luz de gas iluminando a los actores, la ventana por la que se ve el aguacero y, al fondo, medio en sombras, con esa profundidad de campo que Welles manejaba tan bien, los cacharros de cobre colgados, recuerdos de un mundo ya acabado (como los propios Amberson) donde las cocinas eran inmensas y las cacerolas eran de hierro y cobre.

CAH El cuarto mandamiento II

Al principio Welles encuadra al protagonista, George, a la derecha y cercano a la cámara, y en el extremo izquierdo, pero en segundo término, pegada a la ventana, a la tía Fanny envuelta en sombras. Fanny sale de las sombras y se sienta junto a George, en primer término, seguida por la cámara con un suave movimiento, que al final se repetirá a la inversa, cuando, tras la conversación, sea George quien se levante y se acerque a la ventana para quedar envuelto en las sombras y en sus dudas.

Y después de preparar con tanto cuidado tan expresiva atmósfera, Welles filma la conversación en un solo plano, sin un solo corte que sirviera para, por ejemplo, poner un primer plano de la tía Fanny que subrayara sus intenciones verdaderas, o la tosquedad de George al devorar la tarta e ignorar los sutiles sentimientos de su tía. No, Welles confía en su público y sabe que la gente ya está notando que hay algo más, y deja que la tensión de mantener fijo el plano vaya aumentando y haciendo su trabajo en el ánimo del espectador, que va intuyendo que algo estallará, como los truenos que se oyen fuera.

Confía en su público, pero, además, en dos actores estupendos, que no fallan una sola nota y que, como el director, tampoco subrayan nada en su interpretación: Holt está muy bien, pero lo de Agnes Moorehead es portentoso. Desconozco si la escena tuvo algo de improvisación en el plató o si Welles la escribió así de detallada, pero la manera en que la charla sobre Eugene e Isabel se va mezclando, con pasmosa naturalidad, con comentarios sobre lo rica que está la tarta o sobre modales es, para mí, uno de los momentos cumbre de comunión entre actores y guión de todo el cine americano. Que además Welles lo visualizara de esa manera, con ese plano fijo y simple, pero de intensidad creciente, con todos esos detalles que crean atmósfera y presagian por sí solos los temas mayores de la película, lo convierte para mí en un momento insuperable, bendecido por el genio, la sutileza y eso tan difícil de lograr que es la magia.

CAH El cuarto mandamiento III

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