Rizzo, uno de los miembros de nuestra plantilla, nos trae una secuencia inolvidable de Carretera Perdida (David Lynch, 1997).
No es cuestión de convertir esta entrada en un enfrentamiento entre fans y detractores de David Lynch o de Carretera perdida. Tampoco es el lugar idóneo para explicar esta película. Simplemente voy hablar de la secuencia en cuestión intentando separarla un poco del conjunto (aunque sea mucho mejor si no se hace así). Tampoco es que sea una película tan compleja; quizá pueda pillar por sorpresa la primera vez, pero si se piensa un poco no es tan difícil atar cabos. Y es una película de grandes secuencias, que, por fortuna, no se acaba resintiendo de, precisamente, eso, de que, entre secuencia y secuencia grande, lo demás se quede en nada. Podría haber elegido ese polvazo en el desierto con las luces del coche, pero digamos que probablemente ésta sea la secuencia representativa de la película, el clímax de la primera parte de la historia y la que merece estar aquí.
Nos situamos en la secuencia y nos encontramos a Fred Madison (Bill Pullman) en la barra de un bar durante una fiesta bebiéndose su trago, y luego también el que ha pedido para su mujer. Entonces, echa un vistazo y ve a un tipo que podría ser Andrés Iniesta con 55 años. Cabe destacar el detalle de cómo el sonido del ambiente, vamos, la música de la fiesta, se va apagando poco a poco a medida que ese misterioso hombre (Robert Blake), en la escena en que Lynch presenta a su personaje ante Fred después de haberlo visto en la cara de su mujer, se va acercando a Fred hasta que acaban ambos cara a cara sin que se oiga más que sus voces. Lynch quiere que prestes absoluta atención a la escena y que no te distraigas con otra cosa.
La secuencia resulta escalofriante no sólo por el aspecto de ese hombre, sino que creo que acojona aún más por su mirada penetrante, que no se desvía de la cara de Fred Madison, y la sonrisilla que pone aún más nervioso al bueno de Fred. Lo que comienza como una conversación normal, por llamarlo de alguna manera, con Fred siguiéndole el rollo por mera cortesía, poco a poco va in crescendo en tensión, porque ese hombre ha llevado el diálogo a su terreno, sacando del mismo a Fred, que está incómodo por lo que le están contando y cómo lo están haciendo. Pero el hombre saca su teléfono retro de los años 90 para que vea que no le está contando ninguna milonga. Joder, si da más miedo el teléfono que el hombre. Aún más cínico resulta todo, ya que, teniéndolo en frente, ese hombre le dice que le hable por el teléfono para luego reírse en su jeto. Y todo esto da más mal rollo, con ese hombre utilizando la primera persona de forma tan tajante con, primero, ese call me mientras le entrega el teléfono y, después, con un ask me para que le diga que está allí porque él le ha invitado. Aquí ya el espectador, quizá no esté del todo seguro, pero ya comienza a olerse qué puede pintar ese personaje en la película. De nuevo Lynch vuelve a utilizar el recurso sonoro de manera genial y, conforme se va alejando el hombre después de despedirse, vuelve el sonido ambiental de la fiesta, esa música.
A mí me han entrado muchas ganas de volver a ver la película tras leer el artículo. Esta secuencia es impresionante, pero yo creo que es un no parar la película.