Después de varios retrasos en su fecha de estreno, llega a nuestras pantallas este pastiche futurista protagonizado por Josh Hartnett y la estrella japonesa Gackt Camui.
Parece que le ha costado a TriPictures decidirse por la semana idónea para estrenar Bunraku en España, que ya venía con retraso respecto a su estreno en Estados Unidos, allá por el verano de 2010. Y visto lo visto ya se lo podían haber ahorrado, puesto que no creo que nadie la hubiera echado de menos a excepción de estos.
Bunraku, título proveniente de un antiguo espectáculo de marionetas japonés, cuenta la historia de un mundo postapocalíptico en el que, tras prohibir las armas de fuego, un grupo de asesinos, numerados del uno al diez, se han hecho con el dominio del Mundo. Un vagabundo (Josh Hartnett), un samurái (Gackt Camui) y un camarero (Woody Harrelson), se juntarán para intentar acabar con el reinado de la banda y su jefe (Ron Perlman) y completar así cada uno su particular vendetta.
Bunraku, la segunda película de su director y guionista Guy Moshe, acaba como se presumía por olvidarse de su manida historia e intenta atacar la forma mediante un engendro mezcla de Sin City (Robert Rodríguez, 2009), una de Tarsem sin presupuesto, un cómic cutre de la Marvel y una pelicula de ciencia-ficción rodada por Almodóvar, con más bombillitas de colores que en la cabalgata de Reyes. Eso sí, si bien el resultado final estéticamente hablando (del argumento como ya se habrán dado cuenta, prefiero no hablar) no logra los resultados esperados tras un proceso de postproducción más largo que un día sin pan, hay que decir que visualmente no es el todo mala, principalmente gracias a una estética de comic en ciertos momentos muy lograda que la hace simpática a los ojos, cercana a Dick Tracy (Warren Beatty, 1990) y su infantil, en todo el buen sentido que puede tener esta palabra, estilo visual, que nos brinda los mejores momentos de la cinta (como ejemplo, esas simpatiquísimas transiciones)
Las escenas de lucha, que ocupan una buena parte de la película, están coregrafiadas de tal forma que más parece un ballet que una pelea, por mucho que Kevin McKidd, lo mejor del film de lejos, nos intente vender lo contrario. Y es que si un carapan como Josh Hartnett protagoniza la mitad de las peleas, ¿qué más podíamos esperar?. Además tenemos que soportar las pretensiones de la historia, con unos diálogos de una profundidad que ni los de Rutger Hauer en el final de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y cuya vacuidad acaba con el poco apego que uno podía tener a cualquiera de los personajes.
Todo esto acaba por hacer de Bunraku un producto aburrido, que es para el que escribe el peor adjetivo que se le puede poner a una película de estas características, y más teniendo en cuenta que su metraje se alarga hasta las casi dos horas.
Pero no se preoucupen, si se aburren siempre pueden hablar de la penosa (y breve gracias a Dios) aparición de Jordi Mollá, de las pintas de Ron Perlman con rastas o de Demi Moore y su pacto con el diablo, que salvo por las patas de gallo no tiene nada que envidiar a ninguna de las millones de jovencitas que circulan hoy en día por los estudios de Hollywood. Muchas famosas deberían sonsacarle el número de su cirujano plástico, a juzgar por los resultados.