Los orígenes de Lara Croft.
Cuando el popular videojuego Tomb Raider tuvo su primera adaptación a la gran pantalla, en el año 2001 (Tomb Raider, Simon West), casi toda la crítica coincidió en un único punto: el acierto del casting a la hora de poner a Angelina Jolie en el papel protagonista. La película no era ninguna maravilla, ni mucho menos, pero la Lara Croft de Jolie, carismática y arrogante, aportaba el atractivo suficiente para sobrellevar una película de acción y aventuras del montón. Incluso hubo una secuela: Tomb Raider 2: La cuna de la vida (Jan de Bont, 2003). Curiosamente, Angelina Jolie estuvo nominada por las dos películas al razzie a peor actriz, en parte como cabeza de turco de un producto en el que, en realidad, lo más destacable era ella.
Quince años después, con palabras como reboot o reseteo a la orden del día, la nueva versión de Tomb Raider dirigida por el noruego Roar Uthaug intenta poner tierra de por medio respecto al personaje de Angelina Jolie, pero su película repite los errores y aciertos de sus predecesoras. Una vez más, el cast de Alicia Vikander como Lara Croft es la mejor y más interesante decisión dentro de un blockbuster que, en su preocupación por las piruetas visuales y narrativas, desatiende los aspectos más básicos. Ahí está, como prueba, la facilidad inmediata para resolver todos los acertijos y puzles, frente a la incapacidad a la hora de detectar una evidencia que, pese a estar todo el tiempo a la vista, necesita de toda una película para confirmarse.
Fiel a su espíritu de videojuego, llena de guiños y referencias a la saga, Tomb Raider es un gameplay muy largo, donde Alicia Vikander se encuentra constantemente escapando del interior de estructuras ruinosas (un barco, un avión, un templo…), como si la película misma estuviera huyendo todo el tiempo de un esqueleto narrativo que se desmorona sobre ella a cada paso. Desde el principio, las secuencias se reducen a un catálogo de plataformas por las que avanzan unos personajes completamente unidimensionales. Apenas hay respiro para Croft ni para el espectador, sometido a un espectáculo de carreras, caídas y saltos que solo conducen a lugares comunes. Mucho espectáculo, y poca diversión.
Reticente a aceptar la herencia familiar, porque eso significaría reconocer la muerte de su padre, Lara Croft lleva una vida austera hasta que la esperanza de encontrar a su multimillonario progenitor, desaparecido durante uno de sus misteriosos viajes, le lleva a emprender un viaje en su búsqueda. Una obsesión por la figura paterna digna de Electra, que desencadena una aventura donde, después de todo, el cuerpo en permanente movimiento de Alicia Vikander se convierte en el principal espectáculo: un cuerpo curtido a base de golpes, que no por casualidad se nos presenta por primera vez en mitad de un combate de boxeo. Un cuerpo que no rechaza mostrarse vulnerable y resistente, permanentemente tenso, igual que las cuerdas del arco que empuña Alicia Vikander, abatiendo mercenarios a flechazos en medio de la jungla, en una de las secuencias más breves y destacables de la película, como una contestación brutal ya no solo a la Lara Croft de Jolie, sino incluso al testosterónico Rambo (y al cine) de Stallone.