Adentrarse en el universo de David Cronenberg es participar de una propuesta malsana, enfermiza, grotesca… y terriblemente subyugante. Desde sus iniciales propuestas underground en los años 60 hasta su cine actual, mucho más depurado y accesible, el director ha sufrido una evolución lógica sin perder nunca su sello indiscutible.
El autor canadiense, nacido en Toronto en 1943, comenzó su andadura cinematográfica con un par de films experimentales de poco interés, excesivamente pretenciosos y autocomplacientes: Stereo (1969) y Crimes of the Future (1970). Pese a que estas películas –carentes de diálogos y presididas por una monótona voz en off– resultaban realmente irritantes en su breve duración, ya en ellas podía observarse el germen de muchos de los temas que luego obsesionarían al director: las relaciones sexuales, los mecanismos de la mente humana, los experimentos científicos y las epidemias mortales, entre otros.
Tendríamos que esperar hasta el año 1975 para toparnos con su primer gran logro, Vinieron de dentro de…, un film de bajo presupuesto hecho con notable talento sobre unos parásitos que contagian a sus huéspedes de un irrefrenable ansia sexual y homicida, provocando así una oleada de extraños crímenes en un complejo residencial urbano. Puede apreciarse cierta influencia estética de películas como La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), aunque la atmósfera opresiva y el llamativo diseño visual son mérito del propio Cronenberg. Es interesante señalar, por otra parte, la importancia de algunos motivos como los parásitos viscosos y el sexo como fuente de contagio. La cinta, repleta de escenas que van de lo sangriento a lo ligeramente gore, devino con los años en auténtica cult movie.
Su siguiente obra, Rabia, de 1977, parece una suerte de continuación temática o reinvención conceptual del film anterior. Cronenberg se las ingenia de la forma más excéntrica para justificar el origen de una nueva plaga de infectados: en esta ocasión, son contagiados por un apéndice fálico sediento de sangre surgido de la axila de la protagonista (la actriz porno Marilyn Chambers) a raíz de un accidente. La película, que podría considerarse en cierta forma un anticipo muy prematuro del boom del cine de infectados (o fast zombies) surgido a partir del éxito de 28 días después (Danny Boyle, 2002), es narrativamente torpe y disparatada, pero resulta, a fin de cuentas, un entretenimiento valioso y reivindicable.
Cromosoma 3 (1979) es un paso muy importante en su carrera. La película resulta mucho más seria y elaborada que sus propuestas anteriores y conserva, además, todo el esplendor del cine de terror más underground. Cronenberg juega aquí por primera vez con un tema al que volvería en varios de sus films posteriores y que ya estaba apuntado en sus primeras obras: el poder del subconsciente. «El sueño de la razón produce monstruos», debió pensar, como Goya, a la hora de plantear el argumento de su film. Misterioso, perturbador y muy inquietante, este thriller de terror resulta, quizá, la propuesta más personal y lúcida de la primera etapa del canadiense.
Dos años después llegaría Scanners, otra magnífica muestra del cine fantástico más inspirado del realizador. A pesar de que mantiene un deliberado tono de serie B durante todo su metraje, se nota en todo momento la experiencia de Cronenberg conseguida tras las cámaras durante los últimos años. Es una obra imperfecta, desde luego, pero tremendamente satisfactoria en su construcción de una trama que flirtea con el thriller y la ciencia ficción y que se desarrolla con un pulso narrativo envidiable. El film goza de unos efectos visuales discretos pero muy efectivos a los que debemos, entre otros, una de las escenas más explosivas e icónicas del cine fantástico para disfrute de todo amante del género (que también agradecerá, por cierto, la presencia del carismático Michael Ironside en el reparto). El argumento, que narra la historia de una serie de personas con poderes telepáticos capaces de penetrar en la mente de los demás e incluso de infligirles daños irreparables (heredero lejano de su ópera prima Stereo), alcanza un intensísimo clímax en su ambivalente e inolvidable desenlace.
A continuación vendría la que para muchos es la obra cumbre del cine de Cronenberg, Videodrome (1983). En ella se tratan muchos de los temas esenciales de su cine, además de ser la película que mejor expone su particular filosofía de «La nueva carne», a través de la cual el autor, que encuentra en el desarrollo tecnológico un arma de doble filo, fusiona a sus personajes con la máquina, los eleva a un estado de trascendencia física y mental que los convierte en dueños y esclavos de su nueva condición de hijos de la sociedad moderna, tecnificada, deshumanizada y en cierto modo grotesca. Asimismo, la película analiza el papel de la televisión y, más concretamente, de la imagen en la psicología del individuo, planteando la cuestión de hasta qué punto el sexo y la violencia inspiran comportamientos agresivos en los espectadores o, por el contrario, los libera de ellos al canalizar sus instintos depravados más profundos. Desde un punto de vista estético, Videodrome resulta una de las películas más imaginativas y brillantes del director; la odisea de su protagonista, Max Renn (magnífico James Woods), supone un viaje de no retorno a un mundo delirante e irracional, visualmente arrebatador, en el que la fina membrana que separa lo real de lo ilusorio se ha quebrado por completo. Una obra visceral, compleja y surgida de las entrañas (nunca mejor dicho), perfecta síntesis de una filosofía y de una forma de hacer cine que sigue fascinando aun después de muchos años.
Por otra parte, en aquel 1983 Cronenberg aún tendría tiempo de hacer una película más, la fiel adaptación de una novela de Stephen King La zona muerta. Partiendo de una idea moderadamente interesante (a raíz de un accidente, un personaje adquiere poderes extrasensoriales que le permiten ver sucesos de un futuro próximo) la película se echa a perder por su carácter excesivamente amable y bienintencionado, con uno de los finales más flojos e inanes de toda su filmografía. La zona muerta no termina de desprenderse nunca del aire de telefilm de sobremesa y en ningún momento sentimos que Cronenberg esté aportando algo de interés al género o a su trayectoria. Christopher Walken hace un buen trabajo y tanto la intriga policial como la trama política se pueden seguir con cierto agrado, pero sabiendo de lo que el director fue capaz ese mismo año el resultado se revela bastante insatisfactorio.
En 1986 llegaría una de sus películas más famosas, La mosca, nueva versión del clásico de Kurt Newmann de los años 50 en el que un científico sufría mutaciones físicas tras probar una máquina en la que, durante el proceso de teletransportación de su cuerpo de un lugar a otro, se colaba accidentalmente una mosca. El material de partida era perfecto para Cronenberg: había insectos, experimentos científicos, transformación del individuo a una nueva fase evolutiva, degradación física y moral, conflicto entre el instinto animal y el raciocinio humano… La metamorfosis que sufre Seth Brundle (interpretado por Jeff Goldblum, cuyas facciones ya lo hacían, de antemano, perfecto para el papel) es vista como algo monstruoso a ojos de los demás, pero él se va convenciendo, poco a poco, de que sus recién adquiridas facultades físicas y mentales lo están convirtiendo en un ser superior al resto. Así, el director ahonda en las posibilidades de una historia rica en matices, a la que añade una soterrada carga sexual y una interesante disección de nuestras pulsiones e instintos más profundos. El resultado es excepcional y reafirmó el talento de Cronenberg para dotar de belleza y carga reflexiva sus películas de género.
En 1988 el canadiense realizaría una de sus obras más aclamadas por la crítica, Inseparables. En ella, Jeremy Irons interpretaba el doble papel de unos hermanos gemelos de personalidades completamente opuestas que, acostumbrados a compartirlo todo, comienzan una espiral de autodestrucción cuando conocen a una mujer que hace temblar los cimientos de su relación. Con esta interesante premisa, Cronenberg explora la idea del doble, del doppelgänger, de la imagen especular que refleja el reverso oscuro del ser humano. La película funciona perfectamente como thriller psicológico en un plano literal, pero, además, el concepto de los hermanos gemelos se presta con facilidad a una lectura alegórica sobre la dualidad del hombre, a ser interpretado como un estudio, en suma, de la identidad del individuo expuesto a circunstancias extremas que hacen salir a la luz sus miserias, sus miedos y sus rasgos de carácter más profundos. Llama la atención la austeridad de los fondos y decorados, la abundancia de espacios cerrados y el uso de tonos predominantemente fríos en el film, lo que realza la idea de que nos estamos moviendo siempre en el asfixiante terreno de lo psicológico, de que estamos buceando en la realidad paralela de los vericuetos de la mente humana.
Para El almuerzo desnudo (1991) Cronenberg se inspiró en la novela homónima del escritor beat William S. Burroughs. Consciente de la inadaptabilidad de la obra, probablemente una de las más importantes y extrañas del siglo XX, el cineasta también tomó prestados elementos tanto de otras novelas como de la autobiografía del escritor. Fue así como la película adquirió un carácter metaficcional, relatando, más que el contenido de la novela, el proceso de escritura de la misma por parte de un autor cuya adicción a las drogas convertiría su periplo en una experiencia psicótica y enajenada. La película, quizá la más inaccesible de Cronenberg, carece de un hilo narrativo sólido y parece más bien una sucesión de escenas entre cómicas, terroríficas y grotescas (en el mejor de los sentidos) que no siempre guardan demasiada relación entre sí. Quizá resulte extraño que una película tan estética sea, a su vez, tan poco atmosférica pero, con todo, supone un despliegue de imaginación sin precedentes y está plagada de momentos inolvidables (como el monólogo sobre el «talking asshole» y las conversaciones con las máquinas de escribir que cobran vida, entre otros). La filia entomológica de Cronenberg alcanza todo su esplendor, a propósito, en esta película, donde los insectos se acaban convirtiendo en uno de los motivos principales de esta alegoría sobre la deshumanización del individuo en un mundo dominado por las drogas, la insatisfacción, el hastío y el horror personal.
Tras su odisea surrealista Cronenberg volvería a nadar en aguas más tranquilas con su siguiente film, M. Butterfly (1993). De narrativa convencional y muy alejada de los alardes estéticos de propuestas precedentes, esta película ahondaba, sin embargo, en uno de los temas habituales del director: la importancia y el poder destructor de la sexualidad en las relaciones humanas. Merece la pena aguantar los altibajos de interés de que adolece el film con tal de asistir, en su recta final, a uno de los giros de guion más perturbadores de toda su obra, que supone una interesante reflexión sobre los límites de la entrega emocional y la naturaleza afectiva, libre de prejuicios, del ser humano.
Crash (1996) es, probablemente, la propuesta más arriesgada y controvertida del director en toda su carrera. Adaptación de una novela de J. G. Ballard, en ella Cronenberg nos habla del vacío del hombre contemporáneo a través de la banalización del sexo y la aparición de nuevos códigos de conducta y pensamiento ajenos a la moral predominante. La unión hombre-máquina, apuntada en muchas de sus anteriores películas, alcanza aquí su clímax a través de una nueva y, a nuestros ojos, depravada erótica del metal y de la carne, en la cual los personajes, fetichistas insaciables de los accidentes de coches, necesitan del contacto con los automóviles, las prótesis y otros objetos para lograr la excitación sexual. El director muestra un mundo enfermizo, morboso e incómodo, pero nunca gratuito, pues le sirve como base para reflexionar sobre las relaciones humanas y las distintas vías de realización personal en una sociedad que parece haberse deshumanizado por completo.
En 1999 se estrenaría una de las más lúcidas películas de Cronenberg, eXistenZ, que, de alguna forma, como Videodrome, resulta un claro compendio de muchos de sus temas e inquietudes estéticas habituales: la identidad física y psíquica, las realidades paralelas, el componente sexual latente en todos los elementos de nuestro entorno, los insectos, la podredumbre, la fusión de lo orgánico y lo tecnológico («la nueva carne»), el enfrentamiento entre naturaleza y conducta… El director explora, principalmente, el tema del escapismo al que tiende la sociedad actual a través de mecanismos que nos ayudan a vivir una ilusión mucho más confortable que la propia realidad. Entrar en el mundo virtual al que te da acceso el videojuego llamado «eXistenZ» supone un placebo para paliar la insatisfacción creciente que nos asola en nuestra vida ordinaria; el problema está, como preconizaba Aldous Huxley en Un mundo feliz, en que la obtención de esa felicidad ilusoria va acompañada de la alienación del individuo y de la pérdida de su libre albedrío. En estrecha relación con esto último, Cronenberg nos habla también del miedo a salirse del camino preestablecido (esos momentos en que los protagonistas actúan en eXistenZ llevados por una inercia irrefrenable y no por propia voluntad) y de los roles sociales que nos encorsetan en comportamientos que en ocasiones chocan frontalmente con nuestra propia naturaleza (como ese personaje que se queda bloqueado porque no está programado para recibir respuestas que se salgan del canon impuesto). eXistenZ es una película compleja y llena de matices, susceptible de numerosas interpretaciones, que merece ser vista en más de una ocasión.
La siguiente obra del canadiense fue una vuelta de tuerca más en su filmografía. Spider (2002) es un drama psicológico que gira en torno a la identidad y la memoria de un individuo superado por sus circunstancias. Es una película profundamente lynchiana en su concepción: no es nueva la idea de un personaje que intenta reconstruir su pasado no tal como fue, sino como desearía que hubiese sido, pero sin que logre evitar, finalmente, que la terrible realidad se infiltre en pequeñas dosis hasta imponerse a toda fantasía de un pasado anhelado pero inexistente. El principal problema de Spider es que no logra crear una atmósfera ni remotamente parecida a la que David Lynch consiguió en sus obras maestras Carretera perdida (1997) y Mulholland Dr. (2001) y, pese a que tienen muchos puntos en común, la diferencia final en tanto experiencias estéticas es muy palpable. Con todo, hay que aplaudir el trabajo de Cronenberg en la dirección, que hace uso de una fotografía fría y desangelada para representar los entresijos de la mente enferma de su protagonista (un silente y espléndido Ralph Fiennes) y consigue plagar su película de símbolos sugerentes (la red como reflejo de una mente fragmentada, la actriz que interpreta dos personajes que solo se confunden a los ojos de Spider) que nos invitan a adentrarnos activamente en su propuesta.
Con Una historia de violencia (2005) parece abrirse una nueva etapa en el cine de Cronenberg, ya apuntada en el film anterior. Mucho más depurado formalmente, el director deja a un lado casi todas sus marcas de estilo visuales y su obsesión por lo carnal, lo visceral y lo grotesco. Es una cinta que bebe del cine de gángsters moderno (con Scorsese a la cabeza) y en la que el sello del realizador se encuentra, más que nunca, en su fondo, en el cual late una reflexión muy interesante sobre la dicotomía civilización / barbarie (y, también, raciocinio / instinto) a la que nos vemos expuesta constantemente. La negación y el rechazo indiscriminado de la violencia que late en el ser humano pueden provocar que, en momentos de máxima tensión, esta emerja con mucha más fuerza que en los casos en que esté plenamente asimilada como algo inherente a nuestra naturaleza. Una de las grandes virtudes del film es la compleja construcción de sus personajes (que sufren una evidente evolución a lo largo de su desarrollo) y la habilidad con que muestra las diferentes reacciones de cada uno ante la violencia, dejando que sea el espectador el que juzgue siempre por sí mismo. Esta primera colaboración con Viggo Mortensen (que se convertiría finalmente en su actor fetiche) se saldó con uno de los mayores éxitos de crítica y público del canadiense hasta el momento.
Promesas del Este (2007) es la continuación lógica en su trayectoria. Un film con una fotografía menos limpia, más oscura, que trata en esta ocasión sobre las mafias de los países del este. Mortensen repetiría con el canadiense en un papel que lo desencasillaría por completo del perfil heroico que adquirió en la trilogía épica de Peter Jackson y se atrevería, además, a rodar una de las escenas más arriesgadas para un intérprete vistas en el cine reciente: una pelea contra dos mafiosos en una sauna en la que su desnudo integral funcionaba como representación de la indefensa total del personaje, al que pillaban en completa desventaja y desprovisto de toda arma para la lucha. La ejecución de esa escena, de un realismo y una brutalidad impresionantes, revelaba una vez más la maestría de un Cronenberg carente de prejuicios capaz de tomar decisiones artísticas poco convencionales que lo sitúan muy por encima de la media de los directores contemporáneos.
Su última película hasta la fecha, Un método peligroso (2011), resulta de algún modo un film mucho más blando que los anteriores. Está dirigido con mucha corrección e interpretado con indudable solvencia pero, para el tema que trata –el psicoanálisis y los demonios del inconsciente–, resulta demasiado tibio. Uno tiene la impresión de que no ahonda como debiera en las miserias del alma humana y, aunque saca a la luz traumas y conductas sexuales que resultarían incómodos para muchos otros cineastas, parece inevitable señalar que no se saca todo el jugo a tan interesante material de partida.
El camino de Cronenberg parece seguir una dirección clara. Puede que muchos le achaquen el haber perdido la garra y la visceralidad de su etapa de juventud, o quizá, incluso, algo de su espíritu revulsivo y su tendencia natural a nadar contracorriente, pero de lo que no cabe duda es que ha evolucionado con coherencia y fidelidad a sus principios. Aunque ya nos ha legado una serie de obras maestras que lo legitiman como uno de los mejores cineastas de los últimos tiempos, esperemos que sus futuras películas siempre tengan, como hasta la fecha, algo interesante que ofrecer.
Joder Kase, con qué buenos ojos lees mis reseñas, tío. Mil gracias. Ah, y lo de Crash, como ya te he comentado por privado, es producto de una revisión. Ahora tiene la nota que se merece 😀
Gran trabajo. Seguro que te ha temblado la mano alguna vez tratándose de un director tan imponente. Pues te has salido con la tuya. Enhorabuena.
Thanks, Cristian. Da un poco de palo ponerse a diseccionar una filmografía tan amplia y compleja como la del tito Cronie, sí, pero al final la pasión por su obra le puede a uno.
Joder, Malkav, qué currada. Enhorabuena. La pena va a ser que tenga tan frescas la mayoría de pelis de esa etapa primeriza de tito Croni y que hiciera falta un milagro para convencerme de la necesidad de revisarlas (la mayoría me dejan impasible). Pero te quedas cerca…
Bueníssshima retrossshpectiva, en serio! máximo respeto para Cronenberg. y la web me encanta… a ver pa cuándo una listaca de cine de terror mínimo igual de buena que la de ciencia ficción.