Parece lícito adjudicarle a Sudamérica la categoría de símbolo de las tensiones del mundo actual. Mirar hacia su estado y su historia reciente aporta valiosísimas claves para comprender la situación en la que se halla el mundo en su conjunto y poder plantarle cara, luchar por mejorarla. Como La toma (Avi Lewis, 2004), Fuerza aérea sociedad anónima (Enrique Piñeyro, 2006), Manda bala (Jason Kohn, 2007) o The War on Democracy (Pilger y Martin, 2007), entre otros documentales recientes imprescindibles, La ciudad de los fotógrafos (2006) arroja luz al capital asunto. Sin embargo, es una obra incompleta: si bien aporta su granito de arena, no indaga en los rasgos específicos, característicos, de la situación política de Chile, y mucho menos en las causas de esa situación. Su contexto está, pues, desdibujado y no ofrece ciertos datos fundamentales para comprender con precisión la prolongada protesta que se documenta y la protesta permanente que es, en sí misma, la cinta. No hay que olvidar, sin embargo, que lo que Sebastián Moreno coloca en primera línea es el trabajo de los fotógrafos que registraron aquellos tiempos convulsos de la dictadura de Pinochet, pero, no nos engañemos, a pesar de tratarse de un afectuoso homenaje a los fotógrafos, éste no deja de ser en gran parte un hilo conductor a través del que se narra el espíritu de una época y, en este sentido, el resultado es sólo parcialmente satisfactorio.
En efecto, al filme le falta profundidad y olfato, sin dejar, por ello, de ser muy recomendable. Es en las imágenes de archivo, fotografías y vídeos que ocupan gran parte del metraje, donde La ciudad de los fotógrafos encuentra la fuerza para trascender y erguirse como documental necesario, a pesar de su carácter convencional y poco sofisticado. Aceptable en su condición de reportaje y destacado en su condición de montaje, lo más importante de este documental es su significado: el arte como memoria, como registro en oposición al olvido y la necesidad de continuar en el presente la labor que se inició en el pasado. Arte como guardián, como custodio, como emisario de la verdad.
Algunas confesiones y anécdotas de los hombres y mujeres que desafiaron al régimen dictatorial con una cámara de fotos como única y peligrosa arma son reveladoras: junto a las ya citadas imágenes de archivo, ponen de relieve el incalculable valor de la fotografía como documento y como denuncia y muestran con eficacia el malestar social que imperaba ante un sistema político criminal, intransigente, inaceptable, y la fuerza y la valentía de tantos chilenos que salían a la calle y arriesgaban sus vidas pidiendo justicia.