Lo último de Steven Soderbergh es esta historia de venganza que recuerda a los clásicos de acción de los noventa.
Indomable es un thriller de acción tontorrón en el que poco importa la historia. Los personajes se nos presentan rápidamente y actúan previsiblemente. Punto. Aquí el argumento, una simplona historia sobre los tejemanejes de una empresa de seguridad privada subcontratada por el gobierno de los Estados Unidos, es lo de menos. Aquí importa Mallory Kane y su espectacular vendetta, comparable, salvando las distancias, a la de aquella novia despechada de las dos entregas de Kill Bill.
La última de Soderbergh no se toma muy en serio a sí misma, lo que la hace disfrutable al cien por cien. A pesar de que las pretensiones del director eran las de realizar algo al estilo de la saga Bond, el resultado final se acerca más a esas películas de acción de los noventa con las que muchos crecimos, y en las que a menudo uno se planteaba si estaban hablando en serio o todo era una broma. Indomable nos brinda un entretenimiento sin descanso en el que para que el producto sea disfrutable hay que dejarse el cerebro en casa e intentar atender lo menos posible a Douglas, McGregor, Banderas y la trama de Barcelona, donde se desarrolla parte de la película.
Y, como aquellas películas que tanto disfrutábamos, Indomable tiene dos elementos que no podían faltar: violencia sin aditivos realizada por expertos en artes marciales en las que los cables brillan por su ausencia, y un héroe molón. Y en este caso no tenemos a un Van Damme, un Stallone o un Schwarzenegger. Tenemos a una heroína que sería capaz de poner en problemas a los tres que he mencionado, y su nombre es Gina Carano.
Gina no es Uma Thurman, ni Milla Jovovich, ni la Selene de Underworld. Es mucho más que eso. Carano es una retirada campeona de artes marciales mixtas. Ella es la película, la que aporta veracidad a las peleas. No le importa salir con la cara magullada con heridas poco favorecedoras. Ella no está pendiente del espejo. Tampoco es un palo embuchado en cuero. Tiene curvas y va vestida en vaqueros. Pero trepa tejados como nadie. Sin ayuda. Y sabe salir solita de cualquier obstáculo que se le presente. Por si no fuera suficiente, tiene una sonrisa que podría matar por sí sola. Gina consigue que salgas de la sala queriendo casarte con ella. Y eso, por mucho que le admire, no me pasaba con el bueno de Van Damme. A poco que algún productor de Hollywood sea un poco inteligente, esta chica tiene carrera en el género, y si no al tiempo.
Destacable también es el tratamiento de las peleas y su apuesta por la violencia más realista. Todas las peleas (a destacar la que mantiene Carano con un Michael Fassbender que, sí, también sale en esta) respiran tanta veracidad que uno puede sentir la tensión del peligro y oír los jadeos de sobreesfuerzo, lo que produce una sensación de desasosiego que no recordaba desde algunas películas asiáticas como Old Boy (Park Chan-wook, 2003) o la más reciente The Yellow Sea (Na Hong-jin, 2010), y que es muy poco común en películas made in Hollywood.
Soderbergh ha conseguido dar aire fresco a un género de capa caída, optando por hacer algo que a veces los más creativos son incapaces de ver. Utilizar, simple y llanamente, lo que funciona. Una heroína potente (en todos los sentidos) y unas luchas creíbles y molonas. Nada más. A disfrutar.
Y que no os engañen las imágenes que no encontré más, la tía tira de arma muy pocas veces.