8 de octubre de 2024

Críticas: Midway

El himno del aviador.

El ataque a la base naval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 por parte de la Armada Japonesa en los albores de la contienda bélica en el Pacífico resultó ser un punto de inflexión en el desarrollo de la II Guerra Mundial y el espaldarazo definitivo para que E.E.U.U. decidiera participar en el conflicto. La primera misión fue perpetuar una ofensiva de venganza contra las tropas niponas: un acto para reivindicar el honor de la nación y marcar músculo frente al agravio. Midway es, por tanto, una película patriótica, de aquellas que generan urticaria en cuantiosos espectadores, pero también pasiones, eminentemente entre espectadores norteamericanos. No hay engaño en la propuesta: Roland Emmerich es el artificie de este colosal desastre. Cero sorpresas.

No obstante, uno debe acercarse a cualquier película con los prejuicios lo más lejos posible de su marco imaginario. De todos modos, no hay lugar para ello, porque Midway, por decirlo de algún modo, empieza fuerte tomando este sendero desde buen principio. Montajes melodramáticos, personajes estereotipados y música machacona para enfatizar el carácter entusiástico de la gesta bélica. Roland Emmerich es el responsable de algunos de los mayores éxitos de Hollywood de las últimas tres décadas, aunque su triunfo en taquilla nunca ha sido sinónimo de méritos artísticos; de hecho, en gran parte de su filmografía el ruido mastodóntico del blockbuster más pegado a la fórmula nunca ha escondido una pobreza en la dirección y guiones.

Midway no es la excepción. El director de El día de mañana parece querer emular a la magistral miniserie Hermanos de sangre al construir un relato coral de los hechos acaecidos en la batalla marítima y aérea en la remota isla hawaiana de Midway. La película se sustenta en los lazos fraternales que se establecen entre los soldados protagonistas; una camaradería testosterónica que está más cerca del folletín romántico entre compañeros que de la sobriedad y emoción honda y latente de la citada ficción televisiva. Testimonios reales del horror de la guerra que solo son el mero punto de partida para construir un entretenimiento de acción y aventuras, preocupado en todo momento por la pirotecnia y muy poco por desarrollar el potencial arco dramático de los protagonistas. Al fin y al cabo, todo es reducido a un maniqueísmo exacerbado, propio de este tipo de superproducciones del Hollywood más trillado en el que el guion explota las bazas más melodramáticas para ensalzar (todavía más) el orgullo hacia el cuerpo militar. No sería extraño ver a cierto tipo de espectadores corriendo a alistarse al ejército de E.E.U.U. y emular a sus nuevos héroes.

Un reparto estelar protagoniza este deslumbrante espectáculo visual, comandados por el varonil y rebelde personaje de Ed Skrein, un joven piloto, considerado el mejor de su promoción, cuya egolatría le reporta más de un contratiempo. Ninguno de los nombres del elenco desentona en el conjunto, aunque en numerosas ocasiones deben declamar algún diálogo un tanto vergonzoso o sobreponerse a situaciones que rozan lo ridículo ante la solemnidad que Emmerich quiere otorgarla a momentos anticlimáticos. Por otro lado, en las películas de este calibre, uno ya espera encontrarse una banda sonora plagada de trompetitas y cornetas; es decir, música instrumental de corte hímnico, pero la composición de Harold Kloser y Thomas Wanker es especialmente cargante en este sentido, provocando tedio en las escenas de corte dramático y apabullando en exceso en la acción más monumental.

Midway parte de un planteamiento que a un servidor ya le genera mucho reparo, esta vanagloria del ejército y las gestas individuales como recompensas a toda una nación, pero además que Roland Emmerich haya querido brindar su propio Hermanos de sangre genera mayor sensación de ridículo ante lo visionado. Sin lugar a dudas, una de las peores películas del año. Hay escenas de acción muy potentes y vibrantes, pero bajo eso hay la más absoluta nada y el bochorno de un drama de cartón piedra.

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