25 de abril de 2024

Críticas: Sufragistas

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El desplome de una buena historia.

Se dice que ni el mejor de los directores es capaz de hacer una buena película con un mal guion, pero que un mal director puede echar por tierra una película a pesar de contar con el mejor de los guiones. Por supuesto, no es nuestra intención tachar de mala directora a la realizadora de Sufragistas, Sarah Gavron, pero sí evidenciar el hecho de que a veces es muy complicado tomar partido de uno u otro lado cuando estamos frente a un trabajo en el que dos de sus elementos fundamentales chocan frontalmente.

Por un lado tenemos una historia que pocas veces ha sido llevada al cine, pero que trata un episodio tremendamente importante en la lucha por los derechos de la mujer como es el activismo por conseguir el voto femenino en la Inglaterra de principios del siglo XX. Basado parcialmente en la novela gráfica de Mary M. Talbot Sally Heathcote: Sufragista, así como en los acontecimientos reales y la radicalización de la lucha promovida por la activista política Emmeline Pankhurst (a quien da vida Meryl Streep en un papel sorprendentemente breve), el guion de Abi Morgan consigue crear una historia compleja y llena de matices a partir de la crónica de las revueltas de un grupo reducido de estas mujeres.

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Tanto la novela gráfica como la propia película, centran la historia en un personaje ficticio al que sitúan en un contexto en el que forman parte de los sucesos que tuvieron lugar realmente durante los movimientos sufragistas. En Sufragistas este personaje toma la forma de una mujer que desde que nació ha pertenecido a los hombres. Al tirano de su jefe en la lavandería en la que trabaja junto a decenas de compañeras, al que sutilmente deja entrever que le ha pertenecido en más de una ocasión más allá de su relación laboral, y a un marido que prioriza las apariencias al amor por ella y por su hijo. Maud, no pertenece a la clase burguesa de la cual partieron las primeras luchas por los derechos de sufragio de las mujeres, es una de tantas trabajadoras explotadas que decide unirse a éstas en el momento en el que es consciente de que su lucha no es tanto para cambiar una vida de sumisión a la que no quiere resignarse, sino para cambiar la de todas las mujeres que vengan detrás de ella.

Pero, más allá de que se le pueda poner la pega a que únicamente centre su discurso en uno de los múltiples comandos de sufragistas activas, en lugar de indagar más profundamente en las causas, acciones y consecuencias de dicho movimiento, aspecto que se le puede perdonar por lo bien desarrollada que está la historia de Maud, el principal problema de Sufragistas es que está técnicamente narrada de una manera tan asfixiante y mareante que irremediablemente saca al espectador de la película en muchos momentos. La opresión que Eduard Grau, el director de fotografía, conseguía con los primerísimos planos en Buried y que formaban parte esencial de la historia, en Sufragistas se vuelve en contra del guion al no dejar respirar a sus personajes ni un solo momento. Si bien es cierto que, intuimos, el motivo de tan sofocante acercamiento de la cámara es el de evidenciar la vejación que sufrían las mujeres ante una sociedad absolutamente patriarcal, el exceso de movimientos de cámara y primerísimos planos al que somete a la película llega a hacer olvidar el magnífico trabajo de interpretación y de dirección artística que tiene la película.

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La dicotomía, pues, que existe entre la calidad de su guion, del apartado interpretativo en el que destaca muy por encima el trabajo de Carey Mulligan, el diseño de producción y su banda sonora a cargo del siempre eficiente Alexandre Desplat, y la irritabilidad que producen sus movimientos de cámara, provocan que Sufragistas sea una película difícil de digerir y de calificar de una manera global. Al menos en un primer visionado.

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