28 de marzo de 2024

Críticas: Mi semana con Marilyn

El boom Marilyn llega a la gran pantalla con sendas nominaciones al Oscar para su actriz principal y actor secundario.

Si tuviera que resumir en 140 caracteres una película como Mi semana con Marilyn no me quedaría más remedio que hacerlo de la siguiente manera: «Un pagafantas, que sueña trabajar en la industria del cine, planta a Hermione por los por los morros de Marilyn y una erección al baño María». Así de simple, quitando el mayor peso (y poso) salvable del filme de Simon Curtis, llamado Michelle Williams. Simplemente está espléndida como Marilyn Monroe. Sólo los invidentes pueden negarlo. Es cierto que Michelle Williams no es la hermana gemela de uno de los símbolos sexuales clave del siglo XX, pero sus gestos y encarnación traspasan la pantalla. Hace, por momentos, que cualquier espectador olvide el rostro original y lo identifique en el de la actriz que saltó a la fama catódica por Dawson crece. Además, si alguien me dice una posible buena intérprete para encarnar a ‘la Monroe’ que no sea Naomi Watts, a la que veremos en Blonde a las órdenes de Andrew Dominik, que hable ahora o que se pinte de carmín sus labios para callarse para siempre…

Muchos se harán la pregunta de cómo es posible que con este material únicamente se haya conseguido un escaso puñado de nominaciones a los Oscar y BAFTA. Harvey Weinstein, ese señor al que le dedicaron tantos Globos de Oro en la última gala como pelos tenía en su barba, también está metido aquí y todo el mundo sabe que olfatea el éxito… Aunque, ¿en dónde no está involucrado cuando se trata de premios conducidos por una alfombra roja? Mi semana con Marilyn se confirma como una película de apariencias por su aparente presunción de éxito. Me imagino a Weinstein y los demás productores asociados frotándose las manos cuando se plantearon el proyecto: una película sobre las novelas-diarios de Colin Clark alrededor del mito de Marilyn Monroe en el rodaje de El príncipe y la corista. Un casting con Michelle Williams y Kenneth Branagh, la competencia de Judi Dench y la mirada del mito desde la inocencia del primer amor de Eddie Redmayne… harían el trabajo. Los elementos perfectamente dispuestos en esa mirada metacinematográfica sobre una de las estrellas indiscutibles de Hollywood detrás de las bambalinas, que en esa apariencia parece directa al camino del éxito y del recuerdo. Nada más lejos de la realidad, Mi semana con Marilyn es una insustancial e imperfecta película construida sobre clichés del mito de Norma Jeane: abandono de sus padres y parejas, miedos interiores, consumo de barbitúricos a discreción, inseguridad para tomar la rienda de sus papeles y, en definitiva, de una persona atrapada en un papel que tenía que interpretar cada día para sobrevivir y condenarse a sí misma.

El mayor enemigo de Mi semana con Marilyn  es, por lo tanto, un imperfecto y ramplón libreto que desestructura la narración a base de tópicos: el primer amor de un enamorado joven que se encuentra delante del mito y conecta con esa ‘diosa griega’ sentimentalmente desde su minúscula mortalidad, aunque con ello quede ciego para ver a otro amor más auténtico y palpable. Parece que el suelo sobre el que está construida la película de Simon Curtis es un tambaleante decorado de cartón piedra a punto de derrumbarse y sobre el que están unos extraordinarios Michelle Williams y Kenneth Branagh. La película, ante la desintegración de la historia, se convierte en un objeto al control, absoluto de su actriz principal haciéndose con la pantalla en cada uno de sus planos. Su interpretación me parece monumental y por encima de los premiados lloriqueos de Viola Davis o los kilos de maquillaje y peluca conservadora de Meryl Streep. Pero la otra ‘apariencia’ es la que manda cuando se abre un sobre para indicar el nombre de una premiada.

Billy Wilder siempre dijo que trabajar con Miss Monroe fue un infierno: era incapaz de decir sus frases y el genio tenía que es esconder por todo el decorado y atrezo notas con sus diálogos. Como bien dijo el director de Con faldas y a lo loco, su madre podría hacerlo mucho mejor… pero nadie quería ver a su madre sino a Marilyn. En la película se trabaja sobre esa incapacidad y bloqueo de la estrella por miedo, aunque finalmente siempre aparecía la capacidad natural de Norma Jeane para devorar la pantalla y besarla con un carmín llamado talento. La propia película parece, por momentos, leerlo y las mejores secuencias son precisamente en las que el admirador y la estrella comporten momentos de intimismo y alegría sin importarles nada a su alrededor. ¿Sería, por lo tanto, la perfecta historia para Sofia Coppola y el relamido esteticismo sobre lo etéreo?

El protagonista afirma ser un don nadie y efectivamente parece ser así a nivel biográfico. Dedicó su vida a hacer películas documentales y trabajar para televisión y, tal y como reconocen los títulos de crédito finales, no tuvo relevancia hasta que a mediados de los noventa publicó El príncipe, la corista y yo: los diarios de Colin Clark, sacando a relucir las bragas de una señora famosa como mal caballero inglés. En el año 2000 salió a la luz Mi semana con Marilyn y dos años después murió… En 2004 se hizo una adaptación en formato documental titulada The Prince, the Showgirl and Me que, al parecer y juzgar, no tuvo relevancia. Mi semana con Marilyn de Simon Curtis mantiene la maldición de Colin Clark vigente: nadie se acordará de las pecas, ojos como platos y sonrisa de Eddie Redmayne sino del mito al que mira enamorado a través del proyector.

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