24 de abril de 2024

El proyector: la secuencia de Vian Martes

CAH / Fitzcarraldo 1

En esta entrega de El proyector, Vian Martes analiza una secuencia de Fitzcarraldo.

«Nació el proyecto de Fitzcarraldo, mitad desafío a las leyes de la gravitación, mitad desafío a los parámetros de la razón; un proyecto totalmente concebido contra las leyes de la naturaleza. Nadie creía en ello. Me consideraban más loco e irrazonable que el propio protagonista».

Palabras del propio Herzog sobre Fitzcarraldo (1982), uno de los mayores delirios cinematográficos jamás filmados. Conocida ampliamente por los cuatro arduos años que tomó su rodaje (recogidos por Les Blank en el documental Burden of Dreams) narra el titánico esfuerzo de un hombre por explotar un territorio virgen de caucho en la selva de Perú, para lo cual debe remontar el río Pachitea y cargar con un barco, literalmente, por la ladera de una montaña con la ayuda de los indígenas de la zona. Todo ello con el único propósito de materializar su único sueño: construir una casa de ópera en la selva. Fitzcarraldo, conquistador de lo inútil.

CAH / Fitzcarraldo 2

Una vez conseguido un barco, comienzan a remontar el río ante la incredulidad de todo el poblado. La espesura trae consigo la calma, y ésta, el desconcierto de los trabajadores, que no saben si se están ganando el jornal o si simplemente actúan bajo los designios de un loco. Probablemente un poco de ambas. Sonidos de la selva traen consigo un paraguas que desciende lentamente por el río, paraguas perteneciente a los anteriores exploradores que se acercaron por esa zona. Entonces suenan los tambores. La tripulación comienza a armarse ante el inminente ataque indígena, pero Fitzcarraldo no se alarma. Es el turno de Caruso. Cargado con su gramófono, sube a la cubierta dispuesto a compartir su mayor pasión con todo aquello que esconde la selva. Probablemente la única manera de comunicarse con lo desconocido. La voz del tenor se superpone a la percusión jívara que, poco a poco, se atenúa, impelida por las artes del dios blanco que tantas generaciones llevaban esperando. Este dios no es otro que Kinski, enfundado en su traje blanco, penetrando la inmensidad de la selva con su mirada.

La imponente presencia de un Fitzcarraldo cegado por su propio sueño, un sueño disparatado que escapa a cualquier comprensión, se funde a su vez con la propia fe del director en el cine, creándose así una especie de sentimiento romántico que se contrapone a la magnificencia y ferocidad de la naturaleza virgen. Todo ello sin mediar diálogo, con la música como elemento pacificador entre ambas fuerzas. Y la cámara se limita a recogerlo todo, con mesura, en una de las secuencias  por las que Herzog peleó durante toda su carrera. Una secuencia que recoge toda la irrealidad de la vida y a su vez todo el verismo de la ficción. No en vano, Herzog se referiría a Fitzcarraldo como su mejor documental.

CAH / Fitzcarraldo 3

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