20 de abril de 2024

La chica del puente (Patrice Leconte, 1999)

¿Qué lleva al ser humano a estar al borde de la desesperación, la angustia y la más absoluta y pesimista de las desesperanzas? ¿Qué temor lleva al ser humano a dejar atrás todo su pasado y renunciar al futuro?

La evasión no tiene éxito, la huida ha fracasado. Sólo queda confrontar el presente y enfrentarse al futuro, o rendirse. Y ella ya ha tomado una decisión. En su interior se ha rendido. Un inocente, incauto y sencillo paso puede transformar toda la tortura interior en aderezo para el río Sena, pero en ese preciso aparece él. Su ángel de la guarda, un nómada bohemio que se gana la vida como lanzador de cuchillos. Pero lo que se presupone como arcángel, finalmente no es más que un exasperado hombre que vagabundea en busca de la mujer de ojos grandes y mirada triste que ayude a recomponer el billete del alma que está dividido en dos.

Adéle y Gabor, Gabor y Adéle deciden unir sus destinos desde el preciso momento en el que él le salva la vida a ella. Juntos pasarán por una sucesión de peligros y riesgos a lo largo de los show en los que ambos participan. Pero lo que en un principio parece un acto ingenuo, el tiempo manifiesta que juntos se completan como personas, la suerte no se busca, se encuentra. Todo lo imprudente y alocado que resulta todo por separado, se torna sensato y precavido cuando se acompañan mutuamente. Juntos, la suerte se completa, separados está huérfana. Mientras el afecto intangible prospere, la suerte no perecerá. ¿Azar, fortuna o destino?

Pero en el fondo de sus almas, ¿qué es lo que realmente buscan? Ella necesita afecto. Sus pasadas desavenencias han hecho de ella una mujer frágil y delicada. No se trata de amor, se trata de sensibilidad, de piedad, de delicadeza, y sobre todo de comprensión. Él la condiciona, juega con ella. Sus impasibles actos y decisiones tienen detrás un cálido espíritu. Hace que todo parezca azar cuando lo fortuito no existe.

La chica del puente es una película seductora, juega con las metáforas y esconde más de lo que muestra, una película que emana misticismo, el erotismo etéreo enmascarado en embaucadoras miradas y percepciones hace de ella una cinta especial dentro del género, una cinta diferente. Patrice Leconte dirige con delicadeza, elegancia y pulcritud una historia íntima y personal a raíz de un cuidadoso guión de Serge Frydman. Todo ello exhibido a través de una sutil, gustosa y elegante fotografía en blanco y negro que nos muestra la belleza de las ciudades que recorren los protagonistas. La banda sonora está escogida con minuciosidad y cada pieza encaja a la perfección en la escena en la que hace presencia, dotándola de una atmósfera mágica y seductora.

Los actores desempeñan con maestría su labor. Daniel Auteuil es un veterano de guerra, un seguro de vida en la materia. Personifica a la perfección un personaje misterioso que transmite con la mirada sus inquietudes y escenifica su intranquilidad cada vez que la base del cuchillo se despega suavemente de las yemas de sus dedos. Vanessa Paradis, desde el primer momento, nos destapa un personaje rociado de inseguridad, inestabilidad y flojedad pasional.

Ella simplemente busca cariño. Alguien que la trate bien, sin lugar alguno a las falacias. El roce no hace el afecto. Su mirada triste y desangelada la salvó, los salvó.

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