La más respetuosa falta de respeto. Reeves hace suya la joyita de horror de Alfredson y no le sale demasiado mal.
En 2004, el escritor John Ajvide Lindqvist irrumpe en el panorama literario con una extraña novela de vampiros, Lat den râtte komma in, en la que además del elemento sobrenatural, se introducían elementos dramáticos relacionados con la pederastia y el bullying. Hacía mucho tiempo que una historia de vampiros no aportaba nada nuevo y el éxito de la obra de Lindqvist propicia una adaptación a cargo del director sueco Tomas Alfredson. El resto, es por todos conocido: la película arrasa en Sitges, donde consigue el premio del público y alarga su carrera con enorme éxito allá donde va, recaudando nominaciones y premios, además de un considerable efecto boca-oreja en internet que la encumbra entre lo mejor del género a lo largo de su historia.
El éxito de la película de Alfredson llega hasta tierras americanas, en las que gusta mucho a los críticos. Pero tal y como figura en la Declaración de Independencia, «ningún americano libre tendrá que leer subtítulos», así que se toma la decisión de convertir la película en una película con actores americanos y con algo más de sustos por si las moscas.
Lo habitual en estos casos es que el bodrio resultante sea de traca, pero sorprendentemente, el resultado fue más que digno. Aunque otra cuestión sería la moralidad de una práctica como es hacer un remake apenas dos años después del original y además, estrenarlas con apenas cuatro días de diferencia, con lo cual es la segunda (y oportunista versión) quien le roba mercado a la primera.
Consideraciones aparte, se puede decir que la Let me in de Matt Reeves adolece de un defecto que ya tenía la versión anterior: si en la de Alfredson sobran las escenas relativas a los pueblerinos, en la de Reeves, que tiene el acierto de eliminarlos, se introduce un subtexto religioso que finalmente acaba por no tener la menor relevancia en la historia.
Ambas películas son muy similares en lo que se refiere a las formas: los diálogos de una a otra son calcados y las escenas son prácticamente las mismas y excepto al inicio, se narran en el mismo orden. Cierto es que Matt Reeves, en un afán creativo enternecedor, graba la misma escena que Alfredson pero eso sí, colocando la cámara desde otro punto de vista o sustituyendo un quiosco por una tienda. Esto quiere decir que en lo que se refiere a progresión narrativa, la nueva versión no aporta nada especialmente brillante. Dentro de la copia en sí, se puede destacar la escena del asesinato en el coche, rodada con cierto estilo y las acciones solitarias del personaje del niño, cuyos rasgos psicóticos son más evidentes en la versión de Reeves.
Dado que lo importante en ambas películas es la relación niño/vampira y de hecho en las dos las escenas en que estos aparecen juntos son las más interesantes, se podría marcar una diferencia (por fin) en el enfoque que se da a estos personajes protagonistas, en especial en lo que se refiere a la niña, Lina Leandersson en la versión sueca y Chloe Moretz en la versión americana. Empecemos por destacar un elemento que es primordial y sin embargo no obedece a algo buscado: la mirada. Al enfurruñamiento de Moretz se opone la mirada espectral y milenaria de una impresionante Leandersson. Su físico extraño también contribuye a aumentar el aura sobrenatural que lleva consigo el personaje y de la que carece Moretz, algo de lo que es consciente su director, pues cada vez que toca que la niña mona dé miedo, se sirve no de su interpretación, sino de unos pavorosos CGI que la convierten en Gollum.
Quizás sea la presencia de Leandersson o quien sabe qué, pero su personaje nos parece más interesante en la versión sueca. Por otro lado, nada que objetar a la elección de los coprotagonistas masculinos (Kare Hedebrant y Kodi Smit-McPhee) que resultan un tanto anodinos y pasmaos, aunque supongo que encontrarte en tu patio con una vampiresita que quiere ser nuestra amiga no es para no pasmarse precisamente.
Más allá de las interpretaciones principales, en la película de Reeves decepcionan un tanto las explicaciones visuales que deja el director y que le roban el enigma que nos atraía de la película de Alfredson: desde las fotografías halladas en el cuarto de la niña vampira y que no dejan lugar a dudas sobre cuál es el tipo de relación que lleva con el hombre con el que convive -y con el que se elimina el juego terrror-romance que nos intrigó en la sueca- hasta la celebérrima escena de la piscina, donde tienen que explicar también lo que hace la niña para entrar sin ser invitada, una información que no necesitamos nunca que nos diesen en la anterior película.
Detalles que sin embargo no son realmente perjudiciales para la nueva versión, cuyas flaquezas proceden más bien de su incapacidad para crear una atmósfera propia (básicamente copia el ritmo y el estilo de fotografía de la sueca) y su planteamiento, que se dirige más a la película de sustos con monstruitos que a aquello que hizo tan especial a la versión de Alfredson. Let The Right One In era, sobre todo, una gran película sobre lo misterioso; Let Me In sólo es una buena película de terror.
Lo felicito, magníficamente acertada su critica, habla de la novela y de la película como debe de ser.
Gracias