El primer largometraje de Paula Ortiz fue premiado en el Festival de Valladolid y recibió tres nominaciones a los Goya.
De tu ventana a la mía es un canto a la supervivencia que se eleva en el aire mediante el aleteo que marca el regreso de tres almas femeninas a sus respectivos cuerpos, para proseguir con el camino de sus vidas. Esas tres mujeres son Violeta, Inés y Luisa, cuyo abanico existencial se refleja en tres épocas y tiempos distintos. Las tres parecen estar diluidas en el paisaje donde integran sus vidas y miserias, arrebatos, pasiones, felicidad, temores y tragedias personales. Precisamente denota el retrato y hagiografía de una mujer por tres edades que están tejidas y unidas por el hilo de la vida, mostrado en ese ovillo que muestra el encuentro y el relevo. La juventud, la edad adulta y la madurez juntas en tres mujeres que nos dan piezas del puzzle que componen sus vidas y al mismo tiempo se unen, a través del tiempo y la distancia, entre sí. Ya sean mariposas, sueños de matrimonio y descendencia o el cine y mitos inalcanzables e inimitables de Hollywood, cada una de esas tres mujeres se encontrará ante la soledad y tendrá que volar hacia su libertad interior. A ese temido reencuentro con ellas mismas y su corazón.
No es que sea una especie de revisión feminista de I’m Not There de Todd Haynes, aunque delegue parte de su potencial emotivo a musicalizar los clímax con canciones, ni tampoco sus voces en off y persuasión a través del estilismo visual en el encuadre y el montaje nos dirigían al universo Malick. No, Paula Ortiz da la impresión de buscarse a sí misma en esas historias como directora, aunque con ello se acerque peligrosamente a la Isabel Coixet de A los que aman.
Tal vez ante esa tripartición de los tiempos y la emotividad narrativa el desarrollo busque desesperadamente reflejos que en algunos casos sean espejismo. Como espectadores seguramente elijamos y comparemos, midamos y sintamos cada uno de esos instantes que se viven en la pantalla para que también habiten en nuestros recuerdos y corazones. Y de esas tres historias personalmente me quedo con la que origina Luisa, su beso idealista de esas películas que enmudece, su pasión por Alfredo Kraus y su encierro físico y existencial que endurece una grave enfermedad. Un sufrimiento que enlaza metafóricamente con la transición, las ansias de libertad y la necesidad de amar. Historia que remarcan esos edificios en ruinas que muestran el interior vacío del personaje. De nuevo, el paisaje parece alzar la voz interior de las protagonistas y se convierte en el auténtico pasajero y pareja de sus vidas.
Puede que ese mal de amores de Violeta, que tal y como refleja su nombre se convierte en otra flor frágil a modo de amapola, no conduzca su buen potencial visual frente al narrativo. Tampoco esa tragedia terrible que sufre Inés posiblemente luzca plenamente pese a tener una perfecta puesta en escena muy a lo El viento de Victor Sjöström. Los tópicos que la rodean la maniatan para que solamente salga a flote la interpretación de Maribel Verdú y el resto de actores (mención especial para la mejor interpretación de Fran Perea hasta el momento). Precisamente creo que el cliché ahonda en la idea y premisa inicial y le resta enteros al conjunto.
El gran mérito de De tu ventana a la mía es que consigue arremeter frontalmente contra esos estigmas y clichés habituales en ese cine caduco progresista y nos da una visión de un país condenado también a vivir en una eterna tragedia. En la película de Paula Ortiz se habla de la República, la Posguerra y el inicio de la Transición y fin de la Dictadura como claro subtexto de cada una de las historias. Pero el termómetro emocional del espectador respaldará cada una de las piezas de ese mosaico cinematográfico y sensorial. Realmente las tres son larvas condenadas a emerger como mariposas, dejar su crisálida para partir con sus alas renacidas de nuevo. También en nuestros corazones y recuerdo. A las tres las une pinchazos, sangre y tragedia pero, al mismo tiempo, libertad y reavivación de esas almas que dejaron a sus cuerpos un tortuoso tránsito existencial. El clímax final alcanza mucho brillo y precisamente el cierre lo ejerce la que me parece la mejor historia de las tres. Luisa da paso a la democracia mientras Carmen París con ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’ pone a los espectadores de pie. Lástima que el tema nominado al Goya de Alis, ‘Debajo del limón’, no pegue ni con cola en la Posguerra y dote de cierta sensación de anuncio al filme en uno de sus momentos supuestamente más bellos.