28 de marzo de 2024

Críticas: La montaña rusa

La montaña rusa-1

Emilio Martínez Lázaro, después de dirigir Las 13 rosas, retoma la comedia romántica con Verónica Sánchez, Ernesto Alterio y Alberto San Juan.

El orgasmo es dibujado en un papel húmedo y mojado, que forma el guión de La montaña rusa, mediante el homónimo que señala su título. Con esa «montaña rusa del placer / amor» que delineaban las estrofas de ‘En La Disneylandia del Amor’, de la que Fangoria sacaba pecho y espalda entre un parque de atracciones y el telón de una concurrida cama rosada. El hit data de 1993 y precisamente el nuevo trabajo del director de Amo tu cama rica resulta anclado en tiempos pasados y mejores. No es que la película sea un homenaje a la canción de Alaska y Nacho Canut (¡ni siquiera figura en su soundtrack!) aunque parece parido desde el cine porno o el nuevo indie con eyaculaciones visuales de sexo explícito. El argumento gira sobre una frígida violinista que no ha hallado el orgasmo en sus numerosas relaciones sexuales y que podría ser el centro de acción de Garganta profunda de Gerard Damiano o la reciente Shortbus de John Cameron Mitchell.

La montaña rusa establece un triángulo entre dos amigos de la infancia que compiten por el amor (y sexo) de su iconizada compañera de clase y frígida protagonista. Su voz en off nos marca el camino, sentimiento y pensamiento de una mujer atrapada entre dos hombres que le ofrecen todo aquello que quería en la vida: un compañero sentimental y otro sexual. No sé hasta qué punto los recursos que ofrece el guión de Emilio Martínez Lázaro han sido pulidos y trabajados convenientemente o simplemente se dejaron caer por unas hojas impregnadas en tinta esperando que los gemidos y pezones hicieran el resto de la faena. En mi opinión, esta película despierta todos los peores clichés que tenemos en mente sobre nuestro cine: parece hecha con tanta dejadez, mínima pasión e interés, que suscitará los comentarios sobre un objetivo que no tiene nada que ver con lo artístico. Incitará a pensar en esa temida cultura e imagen sobre el cine patrio de películas escritas, realizadas y gestionadas con un piloto automático para recoger a cambio el dinero encima de la mesilla cuando se encienda la luz.

Nada en ella me parece con un mínimo de interés, pese a delegar todo su atractivo en los desnudos reiterantes de su reparto (algunos han contando hasta seis ocasiones en las que durante varios minutos podemos ver y agradecer las desguarnecidas carnes de Verónica Sánchez). Nada de ella. Absolutamente nada. Además, no entiendo que una película centrada en algo tan conciso y mínimamente sutil se alargue hasta casi las dos horas. El cine porno suele tener, al menos, más piedad para estas cosas. ¿Era necesario? ¿Realmente en 2012 sigue siendo necesario cubrir la cuota de esa típica-película-española-de-tetas-culos-y-violones? Desconozco a día de hoy el cronometraje de las cabinas de sexo en directo en los sex shops, pero imagino que ver a una señora fornicando con dos hombres (y nunca en un trío) casi dos horas debe llegar a ser aburrido. Más que placer se buscaría figurar en el Libro Guinness de los Fetichistas, entiendo. También comprendo que la imagen publicitaria de la película sea netamente sexual con sus protagonistas ‘despelotados’ en El País Semanal, pero que se señale un trío cuando en el filme se refleja una infidelidad me parece publicidad engañosa.

Pero lo que me más me llama la atención es que existan personas que se rían con esta película y sus chistes contados anunciados ya desde el trailer. El vodevil se dibuja sobre clichés que ya fueron clichés y recursos dramáticos y de guión tan demoledoramente inútiles como un restaurante oriental que parece el coño de la Bernarda. Con perdón, con perdón de vincular a esta película con Lorca.

Lo que escapa de mi entendimiento que exista un late night show en RTVE y que tenga un 25% de share, que se monte un pollo que deja lo de John Cobra en una anécdota olvidable de ‘Tú sí que vales’, que no intervenga el Ministro de Cultura ante semejante ‘pollaco’ en una cadena pública, que los acompañantes-paquetes en la moto de la protagonistas no utilicen casco (espero una pronta sanción de la DGT), que la conductora de esa moto vaya en una ocasión conduciéndola borracha y, en definitiva, que se hable de equilibrio sexual y amoroso en una película tan desequilibrada. Toda una montaña rusa para vomitar en cada curva. Y, como podrán entender, esta película de curvas va sobrada. Digamos, para resumir el martirio del ser frígido emocionalmente que escribe, que a La montaña rusa no la salva ni un buen bizchocho. Perdón, quería decir bizcocho.

2 comentario en “Críticas: La montaña rusa

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