18 de abril de 2024

Críticas: El perfecto desconocido

El primer largometraje de Toni Bestard llega por fin a nuestras salas con la presencia de Colm Meaney.

El perfecto desconocido de Toni Bestard es en el fondo una perfecta conocida, aunque su mérito es hallar un paisaje y escenario inéditos donde ambientar su historia. El cine independiente (e incluso la comedia mainstream) siempre ha formulado la premisa de un ‘perfecto desconocido’ en un ambiente rural y antagónico, generando el choque de personalidades, tradiciones, costumbres e incluso tiempos. Más si cabe en un entorno turístico donde el cliché siempre se encuentra en el extranjero que llega para poner patas arriba la tranquilidad previa. Esta vez es un forastero el que llega a un minúsculo pueblo mallorquín y se instala, como si fuera un fantasma, en un viejo local que se encuentra actualmente abandonado y en venta. El ‘ocupante’ anónimo es descubierto por varios vecinos, que no dudarán en ayudarle a recuperar el local aunque no sepan qué negocio va a montar. La incomunicación, tema principal del filme, ubica a gran parte de esos personajes que no se dan cuenta que ese viajero no entiende nada de lo que (le) dicen y que simplemente se encuentra de paso.

Ahí aparecen dos jóvenes con presión e incomprensión familiar para formar un triángulo y futura catarsis, que marcan esa percepción de la juventud solitaria y atrapada en un lugar en el que no pasa prácticamente el tiempo. El tono de fábula que rodea la obra es notable aunque se han prescindido de elementos fantásticos para instaurar el anacronismo y la omisión tecnológica como marco narrativo. Y es el punto donde entra en juego la polaroid, por su carácter para atrapar la inmediatez del momento. Una foto de una ‘desconocida’ mujer es el objeto de la estancia de ese desconocido y motor de una búsqueda en los peligrosos alrededores. Precisamente el mayor mérito de la propuesta es ese escenario natural que rodea al pueblo, alejado de los paraísos turísticos mallorquines. Una sierra con un frondoso bosque con numerosas simas y cuevas verticales que dan una sensación de opresión constante y grisácea perspectiva. No obstante, Bestard ha elegido una historia coral con numerosos personajes, delimitados por estereotipos y clichés, que dan cierta versatilidad a la propuesta aunque entorpecen que el germen que planta inicialmente crezca satisfactoriamente.

Ese concepto de extranjero que llega es habitual para el propio director, que vive cerca de ese pueblo donde se rodó su película y es consciente de aquello que trata, pero delega una historia hacia el drama y la comedia dependiendo del punto de vista del personaje que enfoca. Un policía bienintencionado y una mujer que quiere quedarse embarazada sin importar el padre ofrecen un cariz cómico, pero al mismo tiempo irreal. Pese a moverse en ese tono de fábula, finalmente abraza los peores tics del costumbrismo, e incluso en el retrato de esos jóvenes inconformistas se hallan momentos de comedia involuntaria. Tampoco habita en El perfecto desconocido un tono documentalista, aunque ofrezca testimonios aislados en alguna apartada secuencia de montaje. Tal vez todo se deba a esas continuadas revisiones y reescrituras del guión original, que enfocaba la historia a una comedia coral y se ha convertido en un drama con ecos trágicos con personajes positivos y generadores de sonrisas que han sobrevivido al corte y eliminación de material.

La historia, obviamente, estaba en ese triángulo y el recorrido al pasado que inicia ese silencioso protagonista para hallar la instantánea que le devuelva esa parte de su vida que perdió en ese mismo lugar. Observamos flashbacks que se irán completando al mismo tiempo que la memoria del protagonista, aunque la imagen es nítida pese a la lluvia y lágrimas que empañan el instante. La extinción del recuerdo marca la destrucción del paisaje perdido tanto en la memoria como en el recuerdo. Así, los hechos más insignificantes desde fuera se convierten en los mayores cambios desde dentro. Es imposible, por lo tanto, modificar el pasado, pero puede servir para purgar nuestro presente y cambiar el futuro. Al menos, el de otros. Tal vez la película se convierte finalmente en el paisaje que retrata y acaba perdida en una frondosidad y oscuridad de la que no puede escapar. No creo que catalogar una ópera prima como una oportunidad perdida o decepción sea consecuente si al menos se ha intentado filmar el final de un alargado camino llamado proyecto. Lo importante y meritorio es que el director mallorquín ha dado forma a parte de esa foto que todavía está por revelar. Más cuando otros directores patrios, con una dilatada trayectoria, todavía no han encontrado ni siquiera el botón de su cámara emocional.

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