Mark Wahlberg se alía con el director de origen hispano-islandés Baltasar Kormákur para hacer un remake de Reykjavík-Rotterdam.
Lo justo es analizar y escribir sobre una película como Contraband como aquello que realmente es: un entretenimiento sin expectativas artísticas. Desde ese primer e inicial prisma, la cinta de Baltasar Kormákur ha sido un éxito incontestable en el box office americano. Ha recaudado 66 millones de dólares frente a sus 25 de presupuesto. Su camino en la taquilla internacional ampliará sobradamente las ganancias del nuevo proyecto de Mark Wahlberg, sin contrabando que valga. Otra cuestión, la primera para proseguir y realmente a empezar destripar esta película, es el reflejo entre su protagonista y director. Baltasar Kormákur fue el productor y actor principal de Reykjavík-Rotterdam, la original, y ahora es Mark Wahlberg quien ocupa esos puestos en Contraband, que pretende no ser un simple remake sino utilizar la idea para ofrecer algo distinto. Parece que el actor que alcanzó la cima de su reconocimiento con The Fighter se siente tremendamente a gusto con la producción. No hay que negar lo innegable: tiene ojo y talento para buscar proyectos condenados al éxito.
No he visto nada de la filmografía de Kormákur. Ni sus películas rodadas en Islandia ni tampoco su primer filme norteamericano, Inhale, con Dermot Mulroney y Diane Kruger. Pero enlazando estos dos últimos proyectos en EEUU, el director da claras indicaciones que le gusta poner a sus personajes principales en situaciones límites con conflictos personales y morales. En Contraband un experto contrabandista, al que apodaban Houdini, debe volver a delinquir para salvar a su familia por un error que comete su joven cuñado criminal (y patoso). Obviamente las bazas del filme pasan por exprimir ese extenuante drama familiar de supervivencias y que el patriarca finalice su peligroso contrabando sin acabar en prisión como su padre. La acción, tensión y el envoltorio de thriller se dan rápidamente forma para generar todo tipo de explosivas secuencias en una frenética cuenta atrás. Parece sumarse a la moda que inició la segunda temporada de The Wire y la reciente The Yellow Sea a que el nuevo escenario criminal sea el puerto como entrada y salida de todo tipo de comercio vinculado con la droga y el mercado negro. Simplemente, y como nos dice el propio capitán del barco protagonista, hay que pagar los sobornos correspondientes. Sobornos que Chris Farraday (Wahlberg) no va a pagar… porque esto es un todo o nada, donde la ‘banca’ está dispuesta a quedarse con la vida de todo aquello que amaba.
No sé si será el invierno estadounidense o el previo primaveral español, pero Contraband está marcada como producto de consumo y de temporada. Ideal para aliñar la media tarde o incluso como postre después de la cena. Tal vez su mayor defecto es que huele todavía a manufactura por su condición de mero objeto parido de una fábrica. Se nota que Kormákur quiere al principio sorprender con un estilo vibrante y documentalista nacido del escorzo y la nuca de sus personajes con marcados primeros planos y ‘visibles’ e imperfectos desenfoques. Pero, enseguida, cualquier espectador comprende que la acción y trama aplastan cualquier vehículo de lucimiento que no sea para su actor estrella. Ese concepto de producto genérico la catapulta a la intrascendencia una vez que se ha mascado y quitado su sabor, cual goma de mascar, que coincide con su metraje. No deja huella, aunque los reparos pueden surgir con esa doble línea narrativa y familiar que proclama a su protagonista como un ‘padre coraje’ por encima de ‘molón criminal y adicto al contrabando’, que creo que debería ser la neta y completa intención de la película.
Es curioso que los mayores absurdos de la propuesta pasen por su trama de supervivencia familiar, monopolizada por Kate Beckinsale, Giovanni Ribisi y Ben Foster. Sinceramente quiero que me expliquen que un señor que instala alarmas conectadas con la policía no ha puesto una en su propio domicilio ni el negocio de su ‘parienta’. ¿En casa del contrabandista las alarmas son los chillidos de Kate Beckinsale? Aunque los contrastes irracionales que proporcionan Diego Luna y su legión de atracadores chanantes y masillas puede ser debida a un error del traductor de Google. Espero. Energía, eso sí, parece que no le falta a nada en esta película, aunque esas ganas y ansias de buscar el producto más correcto han producido algo esférico y sin aristas. Incluso en su recta final se podría plantear una tragedia descomunal, pero por lo visto a Wahlberg le queda resaca de The Italian Job. Aquí la venganza es un guante blanco de un mago criminal. Realmente, Contraband queda definida en ese cuadro de arte vanguardista contemporáneo desposeído de su marco y tratado como un simple trapo. Desde luego no es arte hasta que alguien paga por ese objeto… y el precio a gastar aquí lo impone cada uno.