25 de abril de 2024

Especial Centenario Universal

Los mayores estudios de cine del mundo cumplen años y nosotros nos sumamos a la celebración recordando sus mejores películas o aquellas que más nos han marcado.

 

Forajidos (The Killers – Robert Siodmak, 1946) por Andrés Aranda

Brentwood, New Jersey. La más fatal de las mujeres. Compañía de seguros Atlantic Casualty and Insurance Co. y 2.500 dólares. Una gasolinera y, de fondo, la canción The More I Know of Love. Un tipo con cara de «hice algo malo en cierta ocasión», recuerda: «en aquel momento me di cuenta de que todo había terminado». The Killers. Cuatro pinceladas para describir probablemente la mejor película que hizo la Universal en la década de los ´40. Y claro, una de las cumbres del cine negro americano, todo sea dicho. Los estudios lograron contar para el guión con la ayuda de John Huston, a pesar de pertenecer a la Warner. Junto a Anthony Veiller, y esporádicamente Richard Brooks, también no acreditado como Huston, consiguieron dar forma al cuento de Hemingway, de tan solo once páginas, obteniendo como resultado una obra descomunal. Luego, la mano de Siodmak, un maestro, hizo el resto para crear esa atmósfera única en la que brillaran dos estrellas recién nacidas: Lancaster y Gadner. The Killers es magia, de la que ocurre muy de vez en cuando y de la que son participes muchos elementos. Hoy y aquí, toca encumbrar a uno de ellos, el lugar donde nació el fenómeno: el 100 de la Universal City Plaza Drive, Los Ángeles. Estudios Universal.

 

Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird – Robert Mulligan, 1962) por Sergio Andrés

Matar a un ruiseñor es cine clásico en estado puro. Es la sobriedad escenificada, es el culmen en la carrera profesional de Gregory Peck, es una película de 1962 que aún sigue siendo máxima referencia en el género del cine jurídico. Porque la cinta de Robert Mulligan encarna, personifica y simboliza la bondad, la magnamidad, la nobleza y la honradez en el personaje de Atticus Finch, un hombre que antepone la justicia a cualquier condicionante. La pureza del film es la esencia del mismo, tanto delante como detrás de las cámaras. La novela de Harper Lee, ganadora del premio Pulitzer, nos cuenta una historia vivaz, humana, natural y desgarradora como la vida misma. Y Robert Mulligan se encargó de representar esa historia de forma fascinante, con mesura y concisión en todo momento, transmitiendo un relato lleno de matices con un ritmo portentoso. Matar a un ruiseñor sigue siendo una película referente para todos los avezados cinéfilos, y una experiencia única y constructiva para todo aquel que quiera disfrutar de la naturaleza humana en su ancho espectro, para bien y para mal.

 

Los valientes andan solos (Lonely Are the Brave – David Miller, 1962) por Grandine

Los valientes andan solos fue una de las primeras películas que vio nacer el western crepuscular, ese western donde luego se prodigarían talentos como Peckinpah y a través del cual David Miller mostró el inexorable choque entre tradición y modernidad con un estupendo Kirk Douglas a la cabeza, y a través de los ojos de un Dalton Trumbo que, mediante su guión, ofreció el sentido retrato de un renegado, un viejo cowboy que sentía estar dando sus últimos pasos como tal. Los valientes andan solos resultó el brillante testimonio de toda una generación, y trazó el retrato fidedigno de unos héroes cuya moral y valores no habían cambiado, pero sí aquellos de quienes les rodeaban, transformándose así en el reflejo de una época pasada, de una época añorada.

 

Los pájaros (The Birds – Alfred Hitchcock, 1963) por Martín Cuesta

Si decimos Universal y pensamos en cine clásico seguramente lo primero que se les vendrá a muchos a la cabeza son las encantadoras adaptaciones de mitos del terror/misterio que realizaron los estudios en la década de los 30, tan adorablemente retro vistas hoy en día que a Bela Lugosi dan ganas de darle un abrazo y pedirle que esta vez no se convierta en un juguete roto… sin embargo, pongámonos serios, yo siempre recuerdo Los pájaros. Sí, aún me sigue inquietando, tanto como aquella primera vez que la vi en un ciclo sobre Hitch en la tele siendo un crío todavía. Seguramente entonces, eso es cierto, más preocupado por si un día a mi periquito se le cruzaba el cable o pensando con cierta retracción testicular en las bandadas de estorninos que acababan de llegar a mi ciudad. Quizás ahora lo esté más por el odio que reposa tras la gélida mirada de Jessica Tandy al cruzarse con Tippi Hedren y ver como se tambalea su edípico parnaso de Bodega Bay, al pensar en esa ira canalizada siempre coincidente en sus picos y valles con los ataques pajarunos (¿pajariles?), quizás sea un miedo menos puro, más intelectualizado pero, eso sí, el gordo del demonio siempre ha sabido como acojonarme.

 

Tiburón (Jaws – Steven Spielberg, 1975) por Favio Rossini

A comienzos del  verano de 1975, Steven Spielberg entrega por fin a Universal la versión definitva de Jaws (“Mandíbulas”, traducida en España con el más simplón título de Tiburón), la adaptación del best seller de Peter Benchley, que también firma el guión. Ante el insólito material del que disponían, el equipo de marketing de la Universal, famoso por su creatividad, decide arriesgar con una innovadora campaña de marketing que hacia hincapié en cómo Jaws más que un film era un fenómeno cultural que nadie podía perderse si se quería estar en la onda. Sin pretenderlo, acababan de crear los blockbusters veraniegos y todo el concepto de merchandising que posteriormente desarrollarían los demás estudios. Jaws recaudó más de 470 millones de dólares en todo el mundo, siendo la película más taquillera de la historia hasta la llegada de Star Wars y provocando una infinidad de versiones de serie Z en la que cualquier animal, por ínfimo que fuera, podía ser el villano que pusiera patas arriba las vidas de los protagonistas. Todo un éxito que tuvo incluso tres secuelas, y en la que no hay que olvidar que el gran tiburón blanco que aterrorizó a toda una generación no sale ni cinco minutos. Ya quisieran muchas de las películas de terror que se ruedan hoy en día espeluznar tanto con tan poco. Lecciones de cine del señor Spielberg que, a pesar de los quebraderos de cabeza sufridos durante un ajetreado rodaje en alta mar, firmó sin duda una de sus cinco mejores películas.

 

El cazador (The Deer Hunter – Michael Cimino, 1978) por Rizzo

Se podría decir que The Deer Hunter fue el principio y el fin de Michael Cimino. Sí, antes había dirigido alguna película y colaborado en algún guión, pero The Deer Hunter fue la que hizo que se le diera carta blanca a Cimino con Heaven’s Gate y pasó lo que pasó. Todo en esta película es memorable. Empezamos con la calma antes de la tormenta. O no. Una larga escena de amigos y una boda. Quizá a la gente le remita a El padrino. Y más con Robert de Niro y John Cazale, ya muy jodido por el cáncer, ahí metidos. Lo que más se identifica con la película es la ruleta rusa. Escalofriantes las escenas tanto cuando los vietnamitas les obligan a jugar como cuando lo hace por su cuenta Nick (Christopher Walken). Es un claro ejemplo que la guerra te cambia, quieras o no quieras, te destroza por dentro. Y también te machaca la cabeza, te hace irreconocible a los demás. Michael (Robert de Niro), quizá el personaje con el que más se identifica el espectador, el menos machacado por las secuelas de la guerra intenta recuperar a su amigo. Ya es demasiado tarde. Quizá esta película también machacó la mente de Michael Cimino pero por el camino nos dejó dos obras maestras imperecederas: la película que nos ocupa y la denostada y preciosa Heaven’s Gate.

 

La ley de la calle (Rumble Fish – Francis Ford Coppola, 1983) por Dean Moriarty

Tras el estrepitoso fracaso de la compañía Zoetrope, Coppola se marcha de Hollywood y se recluye en Tulsa, Oklahoma. Allí rodará casi de manera simultanea y con el mismo equipo dos películas sobre la adolescencia: Rebeldes y La ley de la calle; que además se basaban en sendas novelas escritas por Susan E. Hinton cuando contaba con apenas 17 años. En este díptico destaca muy por encima la segunda, el concepto del tiempo como esencia fundamental del subtexto y sus aportaciones estéticas serán de gran influencia en cineastas posteriores como en los primeros trabajos de Gus Van Sant; o también en la mezcla del blanco y negro con pequeños detalles en color, un recurso muy recurrente desde entonces en este tipo de films. Su título original es Rumble Fish, cuya traducción al castellano sería algo así como Peces luchadores, un nombre que define muy bien a los personajes y la mirada que pone sobre ellos Coppola. Los protagonistas están toda la película encerrados en una pecera debido al uso de objetivos muy angulares, que producen el efecto de deformar y abombar las formas. La primera vez que aparecen en pantalla esos peces luchadores es a través del escaparate de una pecera. Incluso la escena de amor entre Matt Dillon y Diane Lane está narrada de esta misma manera, produciendo una extraña sensación erótica. Su importancia va más allá de sus propias imágenes, el personaje de “El chico de la moto” interpretado por Mickey Rourke se ha convertido en todo un símbolo cinematográfico; el resto del reparto, aparte de los dos mencionados, lo forman actores con trayectorias muy reconocidas como Nicolas Cage, Chris Penn o Laurence Fishburne.

 

Malditos bastardos (Inglourious Basterds – Quentin Tarantino, 2009) por Maldito Bastardo

¿Qué dirán los libros de historia cinematográfica sobre Malditos Bastardos? ¿Le importará a Quentin Tarantino? Es cierto que siempre existe ese delirio particular en cada autor de filmar su obra maestra a la más mínima oportunidad. Lo sabían desde Goebbels hasta Aldo Raine, protagonista visible de una cinta bélica coral que se aleja de trincheras y batallas. Aquí las guerras las gana o las pierde el cine. El cine incendiario y propulsor de una cadena de balas y fotogramas directos a nuestras retinas. El personal triunfo de la voluntad tarantiniano es una maldita y bastarda metralleta cinematográfica de puro nitrato. No le hace falta hacer un remake de Aquel maldito tren blindado, sino que su talento desarrolla y marcan los tonos y géneros como explosivas granadas arrojadas a un arsenal de referencias. Todo estalla entre la Serie B y el clasicismo. Hay cierto grado de anacronismo y poesía fundida con la barbarie del terror. De volver a ese cine extremo noir de cigarros fundidos en humo y llamas. De pura mezcla de celuloide incandescente. Esta película, al igual que los bastardos, no deja prisioneros. O te mata o te deja liberado con una marca en tu cabeza que llevarás toda tu bastarda vida.

 

La boda de mi mejor amiga (Bridesmaids – Paul Feig, 2011) por Cristian Perelló

Bajo su capa de comedia convencional, Bridesmaids (La boda de mi mejor amiga, 2011), uno de los más recientes éxitos de la Universal, esconde una revisión y una renovación parcial de la comedia inserta en un proceso de renovación mayor: el del sello Apatow y alrededores. En él, Bridesmaids aborda la sección «comedia de treintañeras» y le imprime un aroma fresco y una tendencia a la actualización bien canalizada. A pesar de alguna secuencia prescindible, Bridesmaids es una concatenación de segmentos ingeniosos que conforman una de las películas más desternillantes de los últimos años. Su predilección por el escándalo y lo grotesco no le resta sensibilidad y minuciosidad al relato. Y es que sus creadores, las guionistas Kristen Wiig y Annie Mumolo y el director Paul Feig, conocen y aplican sabiamente la fórmula del detalle como combustible cómico. Los intérpretes no le van a la zaga, pero, a pesar de que todos funcionan y de que la gran Melissa McCarthy acabó siendo el objetivo de la mayor parte de las miradas en época de premios, es, sobre todo, Kristen Wiig quien eleva el espectáculo a lo más alto de sus posibilidades y quien se alza (al menos desde el punto de vista cualitativo; veremos cómo la trata la industria) como nueva reina de la comedia estadounidense.

 

Vídeo especial centenario:

6 comentario en “Especial Centenario Universal

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