Johnny Depp vuelve a poner rostro a uno de los álter egos de Hunter S. Thompson bajo la dirección de Bruce Robinson y la compañía de Amber Heard.
«Hoy en día el hombre conoce el precio de todo y el valor de nada» es una de las citas de Oscar Wilde que utiliza Paul Kemp, el escritor y periodista protagonista de Los diarios del ron, para describir a esos ‘bastardos’ contra los que inicia su causa. «Una parte de indignación, otra de justicia y tres de ron… mezclar bien» reza su cartel alternativo formado por botellitas de alcohol (Kemp se tomaba 161 al día en aquella época). Juntando ambas premisas hay suficiente e interesante material para albergar esperanzas. Todo parte de saber quién es Hunter S. Thompson y por qué escribió una novela a principios de los 60 que no fue editada hasta 1998. Numerosos rechazos que hicieron desistir al escritor y varios tanteos para quitar el tapón al proyecto cinematográfico. Johnny Depp formó parte de ese descorche y de todas las combinaciones del cóctel pero, finalmente, no ha provocado demasiado obnubilamiento salvo su interpretación. No estamos ante Miedo y asco en Las Vegas en Puerto Rico aunque el filme pretende dejar claro cómo Hunter S. Thompson, en ese álter ego llamado Paul Kemp, encontró su voz interior como escritor. Podría tener un tratamiento político sobre el sistema y la manera de enfrentarse a sus constantes desequilibrios, pero la película de Bruce Robinson adolece de un rumbo por su propio libreto. No sé si el truco es disfrutarla con 161 botellitas de alcohol en la butaca de al lado o puesto de LSD.
En sí, el filme cumple con la presentación de la bella Amber Heard y el rol que encarna Depp pero tanto su duración como ritmo quedan desorientados y descompensados por la historia y el relato que narra. Tiene los secundarios correctos, las tramas que reflejan el capitalismo más devastador e insensible con tal de ganar dinero mientras que el pueblo explotado es silenciado en los medios manipulados. Como no podría faltar en un homenaje al creador del periodismo ‘gonzo’ es el propio reportero el que se mete dentro de las fauces del lobo para ver y contemplar sus afilados y blancos dientes, para conocer a una bella Caperucita Roja en el estómago y para comprobar que será defecado cuando sea considerado un indeseable e inútil excremento. No es que hayan cambiado muchos las cosas desde el Puerto Rico que nos presentan a principios de los 60 con el de nuestros días y otros paraísos turísticos artificiales. Esas cápsulas hoteleras fabricadas para los turistas siguen más vigentes que nunca y el acordonamiento militar sobre el civil cercano. Realmente el sistema quiere que el pueblo se siente cómodo y protegido y al mismo tiempo idiotizado por la manipulación informativa dejando lo intrascendente como eminente y aquello auténticamente preocupante y revolucionario distanciado por el vacio. Pero no creo que ninguno de los elementos de Los diarios del ron falle por separado. Tiene, por tener, recursos cómicos… pero, al final. El filme de Bruce Robinson me parece tan aburrido como fallido a partes iguales. Entiendo todo lo que me cuenta y admiro sus conexiones vigentes con nuestra actualidad pero tal vez sea un problema de pulso. Mientras que Terry Gilliam mostraba autoralidad, Robinson para seguir a los personajes hipnotizado por el entorno en el que se mueven. Todo dispuesto al servicio de su actor y estrella principal pero sin la firmeza de hallar un camino para que la película también hable en sus imágenes y el temor de cortar material en la sala de montaje.
Los diarios del ron parece constantemente un velero a la deriva, un objeto embriagado por la estrella que habita en su interior, un vagabundo que camina con una máquina de escribir que nunca utilizará, un drama sin nada real y auténticamente dramático. Y en ese lugar podría ser interesante hablar de periodismo, voz y verdad frente a la injusticia entre litros de alcohol nublando la vista. El espectador halla esas conexiones, simbologías y metáforas, estrellándolas contra la pared de la vida del propio Hunter S. Thompson. Y no sé si ha sido el propio Depp o Robinson el que se ha negado por temor de perder el rumbo al homenaje. Porque realmente aquí se habla de alcohol, pero finalmente todo es retratado de manera tan superficial y en la distancia como un borracho sin un duro que mira en la distancia de la barra las botellas que nunca podrá beberse esa noche. Y la noche se hace tan, tan y tan larga… una noche en la que se descubre el valor de la nada y el precio de todas las cosas, incluido el de nuestro aburrimiento.