16 de abril de 2024

Críticas: La mirada del silencio

TLOS IMAGE - Lars Skree@Final Cut for Real

¿Por qué recordar si recordar me parte el corazón?

En un momento del coloquio que tuvo lugar tras la proyección de su última película en el pasado festival Documenta Madrid, su director Joshua Oppenheimer afirmaba que su anterior film, The act of killing, era emocionalmente peligroso pero no presentaba un peligro físico, mientras que La mirada del silencio si resultó físicamente peligroso en su objetivo de cerrar heridas emocionales. La segunda película que forma parte del díptico que Oppenheimer ha dedicado a indagar en el genocidio que tuvo lugar en Indonesia a raíz del golpe de estado militar del general Suharto en 1965, traslada el foco de los perpetradores de aquel genocidio a los que confería todo el protagonismo en la primera, a los supervivientes y las familias de las víctimas que todavía conviven con quienes fueron los artífices de la masacre. Sin embargo no es venganza lo que busca Oppenheimer con La mirada del silencio, busca redención, remover las conciencias de quienes ejecutaron y torturaron a un millón de personas, de quienes siguen creyendo a pies juntillas en lo inexcusable de aquellos actos y de quienes los conocen y los niegan sistemáticamente. Una empresa que lleva a cabo a través de Adi, el hermano de uno de los asesinados por los hombres de Suharto, que desafía al miedo que gran parte de la sociedad indonesa tiene a sus dirigentes para enfrentarse a estos por medio de la palabra con el fin de encontrar en ellos un mínimo de humanidad.

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Hay pocos momentos en La mirada del silencio que no sean capaces de estremecer, desde los relatos y la escenificación que de los asesinatos y las torturas hacen quienes los llevaron a cabo, hasta los esfuerzos de Adi por mantener la templanza mientras escucha las atrocidades sufridas por su hermano; desde los familiares de los dirigentes negando sin convicción la participación de estos en el genocidio, hasta los profesores que enseñan a sus alumnos de corta edad que aquel fue necesario para erradicar el mal del comunismo en el país. Y aún así, el relato es menos perturbador de lo que en su momento lo fuera The act of killing, menos contundente pero a la vez más emocional. Una emoción que viene dada por las miradas y los gestos espontáneos de sus protagonistas que recoge la cámara de Oppenheimer al poner a éstos frente a una realidad que no quieren ver.

Con el trabajo como óptico de Adi como excusa para acercarse a los responsables de haber contribuido al genocidio, el director plantea una metáfora de la ceguera selectiva de un pueblo que voluntariamente ha decidido no ver su historia a través de una perspectiva humana. Dirigentes y simples ejecutadores de las órdenes de aquellos que se escudan en excusas tan insolentes como que el Islam permite matar a sus enemigos, que en una revolución todo vale o incluso que fueron los americanos los culpables por enseñarles a odiar a los comunistas, son puestos frente a frente ante su propia condición de asesinos, mientras que los familiares de éstos son despojados del velo incondicional con el que evitan conocer la verdad, entre el desconcierto y la terrible consciencia del comportamiento inhumano de sus seres queridos.

TLOS Adi and Amir Siahaan - photo credit Lars Skree@Final Cut for Real

La mirada del silencio explora así la capacidad del ser humano para autoengañarse y justificar sin remordimiento alguno el cometer actos de una barbarie inconcebible, tal como ya se viera en The act of killing, pero también el momento exacto en el que esa barbarie se hace tangible como tal en su percepción de los hechos. Unos momentos éstos en los que la tensión y el peligro de las consecuencias que pueda tener para Adi y para el propio director, llevan al documental a una dimensión extraordinaria en la que no es el miedo de su protagonista el que hace que se apodere del espectador consciente de no estar viendo una ficción. Es el miedo de quien ve por primera vez que sus actos son reprobables moralmente; miedo a que se conozcan públicamente y miedo a vivir con un peso de esas dimensiones sobre sus conciencias. Esa clase de miedo que aterroriza por la imprevisibilidad de las reacciones que puede acarrear y que, por desgracia, aun sigue presente en Indonesia.

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