Ensayo sobre los viejos de aquel mayo del 68 con una mirada menos sensiblera de lo habitual.
La segunda película del realizador francés Stéphane Robelin, tras la inédita en nuestras fronteras Real Movie, sorprende porque tiene todos los ingredientes para terminar siendo un mal telefilme de domingo por la tarde (qué injustos solemos ser al escribir siempre de manera despectiva sobre estos productos televisivos acostumbrados a los bodrios de Antena 3 sobre el Rey, el 23-F y las folclóricas favoritas de nuestros mayores), plagado de tópicos y lugares comunes con un tono pastelazo tirando a lacrimógeno más alguna sonrisa de postín y sin embargo, gracias a la inteligencia del guión, muestra una vitalidad envidiable para el tema que trata.
La premisa es sencilla; la generación del mayo del 68 francés envejece y muere, junto con todo lo que representó. Es por ello que comenzamos los títulos de crédito entrelazando con las noticias de la crisis económica actual mientras unos ancianos siguen anclados en un pasado ideológico y social que ahora mismo parece que nunca fue posible. Tras la presentación y unas pinceladas para definir a los personajes pasamos a la acción y es que, como bien dice el título de la cinta, la cosa va de cinco ancianos que deciden vivir juntos por diversos motivos y escudados en la ayuda mutua. El guión no rehúye de personajes más que harto contados en el cine, entre los que destaca un viejo que añora su libertad sexual, otro con inicio de Alzheimer o una mujer que descubre que tiene una enfermedad irreversible.
La historia principal es salpicada con las subtramas de los personajes hilando de manera ejemplar las tramas. Tal vez la línea argumental más floja sea la que corresponde al personaje interpretado por Daniel Brühl; sirve como mirada del propio director consciente que debe contar una historia «de viejos» sin ser uno de ellos, algo así como el rol de Maïwenn Le Besco en la cinta Polisse, una suerte de introducción de un personaje para transmitir la verdadera posición del director (en el caso de la directora francesa, pretendidamente neutra y objetiva, aunque acabe tomando partido e involucrándose en la trama). No es casualidad que resulte que su personaje esté preparando un trabajo final de carrera sobre la vejez en Europa y para ello se vaya a vivir con ellos sin tomar, en principio, ninguna posición al respecto. Una posición, o una mirada del cineasta, más alejada de las sensiblerías típicas de estos casos y más pícara sin huir nunca del cariño; hay cierta nostalgia de saber que algo que nunca jamás conoció el director está a punto de desaparecer, amén de un intento de profundidad mayor que de costumbre en estos casos, como puede ser el sexo en la tercera edad.
Hay, de igual manera, pequeños detalles interesantes que retratan a los personajes y su generación. Esa reunión entre camaradas para decidir la organización de las tareas de la casa y la victoria del frente libertario a mano alzada («cada uno hará las tareas del hogar en función de sus posibilidades», en suma, que no será equitativo), ese desapego por los hijos, en general más conservadores que ellos mismos o la idea del sexo que han tenido todos ellos a lo largo de sus vidas, son una pequeña muestra.
La película no se hace pesada en ningún momento a pesar de sus casi dos horas de duración. Probablemente lo que más resalte para el gran público sea un conocido reparto, lleno de intención (Esa Jane «Red» Fonda) y que funciona perfectamente.
Una película con más intención de lo que puede parecer a primera vista, con un buen puñado de buenos momentos. Tal vez su director confía demasiado en el relato narrativo y en la cara de sus protagonistas pero merece la pena echarle una oportunidad a pesar de sus debilidades, que las tiene, ya que algunas de las tramas tienen momentos endebles y de igual manera al final en el guión tienen que ocurrir cosas porque sí o de maneras harto casuales para poder avanzar en la dirección deseada por su creador.