29 de marzo de 2024

Críticas: Sin rastro (Gone)

Amanda Seyfried se enfrenta en este thriller con un asesino en serie y la indiferencia y parsimonia de la policía que la trata como a una loca.

Dentro de los cánones del cine independiente un filme como Sin rastro sería un excelente punto de partida. Tomaría su premisa y la transformaría en algo minimalista y evocador: una joven que escapó de un asesino en serie, pero a la que todo el mundo da por una loca desequilibrada, ante la desaparición de su hermana empieza a vislumbrar la sombra de su captor. Ese espectro de filme en vez de concebir un thriller con vocación de telefilme de sobremesa, como es el caso de la cinta de Heitor Dhalia, procedería a instaurar un drama psicológico a lo Martha Marcy May Marlene. Sería un post-slasher surgido de un gran traumatismo, entre la cordura y la fiabilidad de los recuerdos, mientras el incierto futuro de una hermana da pie a todo tipo de conspiraciones interiores. Obviamente la concepción inicial de este proyecto simplemente parte para el lucimiento de su actriz principal con cánones obsoletos y mal desarrollados desde su enfoque y premisa. Es, en definitiva, una víctima condenada a lidiar con ese asesino cinematográfico en serie llamado olvido.

Es curioso que el propio productor tuviera una imagen residual que dio pie al guión de Allison Burnett, autor de otro thriller con asesino en serie muy prescindible como Rastro oculto. Esa imagen grabada como una fotografía era la de una chica en mitad de un bosque dentro de un agujero escavado en el suelo. Con la misma se ha engendrado un guión que extrañamente nunca tuvo que salir del hoyo (mental) donde se encontraba retenido. Se desconoce si el modelo a seguir es El silencio de los corderos o Sé quién me mató. Inicialmente Heitor Dhalia se recrea en esos territorios que demarca el Forest Park de Portland. La protagonista podría recordar a esa Clarice Starling que corría por un escenario ramificado y punzante, como si fuera a ser despedazada por aquello que la rodea. Contemplamos un paralelismo interesante que plantea la ex alcohólica de la hermana de la protagonista: la adicción a revelar (que no descubrir) la verdad. El personaje principal debería ser la heroína de un slasher, pero fue repudiada por las autoridades y tratada como una loca. Es una lástima que esa interesante proposición se pierda en el mismo momento en el que Amanda Seyfried cruza una puerta en menos de diez minutos de metraje.

Las cartas de Sin rastro son mostradas rápidamente y una vez en ese punto se decide por un thriller de investigación a contrarreloj con todo en contra. El personaje se convierte en esa solitaria sombra inicial que tendrá que luchar (nos remarcan que está perfectamente entrenada en defensa personal y además lleva pistola) para hallar a su hermana y conocer la identidad del captor de ambas. El asesino en serie no se sabe si es familia de Forrest Gump o ha dejado pistas, como migas de pan, para que no se pierda de nuevo la heroína en ese terrible bosque llamado guión.

Amanda Seyfried debe preocuparse más por su carrera. Partiendo desde un taquillazo como ¡Mamma Mia! La película empezó a moverse inteligentemente entre un guión de Diablo Cody y un filme de Atom Egoyan. Pero ha pasado a protagonizar In Time, Caperucita Roja (¿A quién tienes miedo?) o Querido John, para rematar la jugada con Sin rastro. Parece que la suerte y su futuro inmediato para salir de su personal hoyo están echados con Lovelace, The Big Wedding y Los miserables.

Un espectador avispado verá al asesino en menos de diez minutos. Luego, todos son feos y sospechosos y aparece ese reiterativo cliché de este tipo de cintas: un par de sospechosos con los que jugar al despiste. Que Jennifer Carpenter (conocida por su papel de Debra Morgan en Dexter) acabe haciendo papeles de madre camarera es ligeramente desolador para su futuro, pero que se trate de concebir un thriller tan poco cuerdo y con tan poca cuerda es similar a convertir a la audiencia en víctima de otro tipo de asesinato en serie neuronal.

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