25 de abril de 2024

Críticas: Formentera Lady

Las segundas oportunidades de un hippie.

El banjo y la tranquilidad. Y él mismo; nada más, nadie más. Samuel, un viejo hippie atrincherado en Formentera, pasa los días y años en la absoluta soledad por voluntad propia y, sobre todo, a consecuencia de sus actos pasados. No, mejor dicho y sin hiperbolizar, absoluta soledad tampoco: realiza pequeñas actuaciones musicales en el bar de un amigo de juventud, tiene relaciones amorosas esporádicas y baja al bar a menudo, pero su casa está aislada dentro de la propia isla balear, no usa electricidad y subsiste con lo mínimo.

El popular actor Pau Durà (7 vidas, Crematorio) debuta en la dirección con esta simpática y tierna historia sobre las segundas oportunidades y el hecho de rendir cuentas con las decisiones equivocadas de juventud. Durà escribe un relato casi fabulesco y, como decía, tierno, pero acierta en el tono, huyendo de lo sensiblero y lo melodramático.

Tampoco aporta una moraleja, con buena pluma conduce la historia sin dar lecciones éticas, solo situando al protagonista en una nueva tesitura que le permite resarcir sus errores del pasado. Su hija, a la que abandonó cuando era una niña tras divorciarse de su esposa, viaja a Formentera y le deja a su hijo de ocho años para que lo cuide todo el verano. Esas obligaciones de las que renegó y se entregó al libre albedrío del hipismo setentero ahora le son devueltas sin poder rechistar. Samuel no está dispuesto de entrada a cumplir con el cometido, pero poco a poco se replanteará toda su vida. La llegada de la luz eléctrica a la casa le evocará al pasado feliz y familiar, de esos días contados que vivió junto a su hija y esposa. Unos vídeos caseros escondidos en un baúl y jubilados porque no había luz para proyectarlos. Salir del pozo autoimpuesto trae recompensas.

Aquí, como en la última película de David Trueba, Casi 40, también se habla de la nostalgia y el paso del tiempo. Ambas cintas comparten una mirada amarga a este sentimiento, quizás en Formentera Lady es más esperanzadora y más reconfortante para sus personajes. Samuel emprende con su nieto Marc un viaje vital para reencontrarse a sí mismo y, aunque el relato peque de cierta previsibilidad, también es cierto que goza de un humor socarrón muy acorde, una sencillez exquisita y un manejo apropiado de los sentimientos para resultar emotiva desde lo común sin resultar manipuladora en la evolución de su protagonista.

José Sacristán es el alma mater del film al construir el personaje de Samuel desde el grado de maestría que lo caracteriza. Entrañable y antipático, su rol genera sensaciones contradictorias, pero sobre todo él rezuma naturalidad. La misma que Sandro Ballesteros, el joven actor que interpreta a Marc, el nieto. En el cine español no se prodigan grandes niños actores y Sandro es toda una revelación. Su tête a tête con el legendario Sacristán le suponía un debut de órdago y obtiene matrícula. De hecho, Durà saca oro de todo el elenco, plagado de rostros conocidos en papeles muy secundarios; quizás su vertiente de actor le ha permitido desempeñar mejor una estupenda dirección de actores. Formentera Lady no es reveladora ni ingeniosa, pero sí es mucho más sólida y efectiva que la mayoría de opera primas que juegan con los mismos mimbres.

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