19 de abril de 2024

Críticas: El lugar más pequeño

Crítica al documental de Tatiana Huezo visto en Sarajevo.

Fue precisamente un 11 de julio, día en que se conmemora todos los años la masacre de Srebrenica, cuando pudimos disfrutar del presente documental sobre los fantasmas dejados atrás en El Salvador después del largo periodo de guerra civil.

El conmovedor relato se nos presenta formalmente de manera harto inteligente; la cámara nunca está cerca de los hombres y mujeres a los que observa con cierta distancia en una mezcla de respeto y ternura. Así mismo, aunque la historia la cuentan dichos personajes, nunca hablan a cámara, sus voces son escuchadas en un pulcro off.

Los vemos meditar, fumar, caminar y hacer las tareas del hogar mientras sus voces nos dibujan lo acontecido en ese pueblo hace ya 30 años. Las voces. La directora le da toda la fuerza del relato a sus voces y a los sonidos. Es la clave de todo. Así que el documental se llena de ternura hacia la gente que sale en pantalla, huyendo de la pornografía o la sensiblería barata, pero sin hacerlo de los terribles acontecimientos que se describen; hay mucho amor en la mirada de la cámara, sólo así se puede capturar el enfrentamiento entre los recuerdos y sus fantasmas y la cotidianidad del presente. La historia es potente, poco a poco se va cargando en el ambiente la pesadilla de la guerra, las masacres perpetradas por el ejercito contra su propia población. No se recrea nunca en el morbo ni en lo sordido y aún casi podemos palpar el horror. Las voces, tan pulcras, limpias, claras y sinceras, hablando de fantasmas… las voces son la clave. No necesitamos imágenes. La imagen siempre es más sucia que el sonido. Así que los tenemos a ellos, en ese pueblo cargado de fantasmas, con la voz de los recuerdos, desde las nanas que se cantaban hasta las las últimas palabras que pronunciaron muchos antes de ser asesinados. La única concesión que se permite su directora es el uso del sonido de las hélices de los helicópteros cuando suceden los bombardeos sobre el pequeño pueblo.

Y a pesar de todo lo que se narra, de tanta muerte, injusticia y sufrimiento, desde la dirección se niega el derrotismo absoluto. Se juega con aquella premisa que tantas veces ha sorprendido al ser humano después de saborear algunas de sus creaciones más monstruosas; porque a pesar de todo, la vida se abre camino. Su cierre es espectacular y precioso, con esa lluvia que purifica toda la tierra y todos los recuerdos.

La clave de todo esto es el cariño depositado en la dirección, con un planteamiento formal que le va como anillo al dedo al relato. En la sala, fueron muchos los bosnios que iban abandonando la sala en silencio, muchos en silencio. Y es que el documental remueve conciencias, pero sobre todo, para muchos habitantes de Sarajevo también remueve recuerdos.

Y no obstante, retractándome casi de inmediato con lo anteriormente dicho, más que remover conciencias, al final, consigue ensanchar el alma. Como se suele decir, no se sale mejor persona del cine, ni es una película para proyectar obligatoriamente en las escuelas. Imbecilidades. Es un documental para catarlo y entender el sufrimiento de un pueblo y no olvidar jamás lo sucedido, creado con respeto, dignidad, sutileza y toneladas de cariño. Nadie va a aprender nada nuevo sobre la guerra civil de El Salvador a grandes rasgos. Lo importante son las voces que no se apagan, que recuerdan por siempre lo sucedido en ese pequeño pueblecito.

No hay venganza ni crueldad en las palabras. Por el contrario encontramos añoranza, tristeza e incluso alegría y jolgorio. Sus palabras y sus imágenes se entrelazan también entre la cautivadora belleza de la naturaleza que rodea al poblado.

Sólo en un par de ocasiones escuchamos claramente las palabras de los personajes sin uso del las entrevistas en off. Y cuando cantan, lo hacen dos señoras ya mayores y es una canción infantil, que nos transporta, que nos conmueve.

En definitiva, un maravilloso documental, duro en la historia pero sutil en la forma. Su crudeza son las imágenes que la directora consigue que veamos sin necesidad de otra material más de las voces que escuchamos. Y de los silencios aterradores y crueles que pueblan el documental en los momentos de mayor dramatismo.

Nadie va salir mejor persona de su visionado, insisto, pero igual a uno se le ensancha el alma gracias a las voces, silencios y miradas perdidas que pueblan de alma el relato. Imprescindible, vaya.

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