20 de abril de 2024

Críticas: Miamor perdido

El fracaso absoluto.

El mejor verano de mi vida, Jefe, Ola de crímenes, Las leyes de la termodinámica, Que baje Dios y lo vea, Thi Mai: rumbo a Vietnam… No, 2018, no ha sido un buen año para la comedia española. Al contrario, quizás es uno de los peores que servidor recuerde. Incluso un maestro como José Luis Cuerda ha fallado con su Tiempo después, la secuela espiritual de Amanece, que no es poco casi 30 años después. En el lado positivo se encuentran la exitosa Campeones, la sorprendente Superlópez o la teatral El rey, pero son producciones buenas, ninguna de ellas notable. Un año de sequía que se cierra de la peor forma posible: Miamor perdido, la última comedia romántica de Emilio Mártínez-Lázaro. Un cúmulo de tópicos en una historia que pretende ir de moderna pero que se desarrolla bajo el mismo conservadurismo de siempre.

Los dos protagonistas, Mario y Olivia, rompen con sus respetivas parejas al inicio de la película, un arranque parecido al de Con derecho a roce. Acto seguido, ambos en un estado de embriaguez altamente ridículo se conocen por casualidad y se enamoran locamente. La relación amorosa avanza a pasos agigantados (conocen a los suegros, se van a vivir juntos) hasta que llegan al último: no tienen hijos, pero adoptan un gato. Con el gato, llega la fuerte discusión, primero como un comentario fútil: «si nos separamos, yo me quedo el gato», pero todo deriva en recelos y la relación se marchita. A partir de ahí, las bromas que insuflaban energía y rompían la monotonía en la pareja se convierten en un juego agresivo en el que ambos buscan el dolor del otro. Un argumento bastante pobre que nunca despega del todo y al que su previsibilidad y la falta de buenas secuencias cómicas condena al fracaso absoluto.

Emilio Martínez-Lázaro es uno de los directores con más éxito del cine español y también uno de los cineastas más proclives a caer en lo expuesto en el anterior párrafo; sin ir más lejos, su anterior Ocho apellidos catalanes e incluso el díptico de El otro lado de la cama. Con Miamor perdido aspira a ser moderno, hablando de micromachismos y construyendo un personaje femenino protagonista con carácter y a la altura del masculino, aunque, no obstante, el resto de personajes femeninos que orbitan alrededor (la amiga de ella o las dos fans de él) representan lo peor de los tópicos abyectos. Por cierto, la película también habla -y mucho- de Woody Allen, cuya filmografía es venerada, y quizás no sea el mejor ejemplo ni el mejor momento, pero este es otro tema y ahora mismo un servidor no quiere meter cizaña en todo ello. Eso sí, si la pretensión del cineasta español era emular el genio de Allen en las historias de amor y desamor, el resultado es, una vez más, fracaso absoluto.

Olivia quiere ser una gran dramaturga y actriz de teatro y Mario seguir su carrera como monologuista de stand up comedy hasta convertirse en una estrella de la comedia nacional. Esto da pie a chistes muy demodé sobre el arte escénico y a tragarse monólogos repletos de bromas de las que uno huye en espectáculos de este estilo, aquí estás obligado a zampártelas. No sorprende, pero sí resulta llamativo como una serie ambientada en 1958 (la estupenda The Marvelous Mrs. Maisel) tiene mejores escenas de stand up comedy que una película ambientada en la actualidad. Está claro que la culpa es de la mano (o manos, porque en Miamor perdido son seis) poco inspiradas y con una mentalidad demasiado arraigada a un montón de estereotipos que elaboran un guion tan pobre como poco resolutivo.

Miamor perdido cuenta, entre tantos desatinos, con una fortaleza: su elenco. Secundarios como Antonio Dechent, Antonio Resines o Vito Sanz. Ahora bien, Michelle Jenner es el faro al que uno se aferra para no caer en el absoluto aburrimiento. Ella está especialmente divertida y contrarresta a su pareja, un Dani Rovira con piloto automático. El comediante, que hace poco sorprendió con su interpretación de Superlópez, vuelve a caer en sus propios tics y su limitado registro. Además, la película parece concebida en torno a él, ya que fuera de la pantalla es un gran defensor de los animales y contrario al maltrato y, en el filme, su personaje declama «¿Quién se atreve a abandonar un animal?» y añade «No, no se lo digo al gato». No hay nadie más, luego, se lo dice a los espectadores. ¿Un mitin en favor de los animales? Un instante bochornoso que ejemplifica el naufragio de la comedia española de este año.

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