28 de marzo de 2024

Críticas: Solo es el principio

Documental francés en el que se aborda el papel de la educación a través de unos talleres de filosofía para niños.

El cine francófono ha demostrado en las últimas décadas una sensibilidad exquisita a la hora de aproximarse a todos los temas relacionados con la educación y el papel del maestro en el desarrollo de las personas. Títulos como Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999) o La clase (Laurent Cantet, 2008) han dado buena muestra de ello, pudiéndose hablar casi de un subgénero que tiende a tratar con extrema delicadeza y ternura –que no sensiblería– un asunto que sin duda requiere de ellas. A esta corriente también ha contribuido el documental con algún fruto de gran calado, siendo ineludible referencia Ser y tener (Nicolas Philibert, 2002), de la que se podría hablar incluso en cierto modo como germen de la obra que nos ocupa, ya desde la omnipresencia de su título en la promoción de la misma. Resulta complicado esquivar los paralelismos de dos retratos de distintos planteamientos y alcances, pero que guardan numerosas similitudes en la envidiable observación de una etapa clave y el papel que el educador juega en ella.

En Solo es el principio el tándem formado por Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier nos presenta el resultado de un inusual, por su precocidad, proyecto educativo. Se trata de un taller de filosofía en el que se empiezan a despertar a niños en edad preescolar –de entre 3 y 4 años– las primeras ideas sobre la muerte, la libertad, la inteligencia o el amor; expresadas con espontaneidad y sin cortapisas en un entorno en el que difícilmente volverán a tener ocasión de desenvolverse. Se trata de pasar su preparación para la vida adulta por un tamiz del que se suele prescindir, de captar una primera visión infantil sobre temas maduros que a menudo se presenta sorprendentemente cargada de profundidad y coherencia. Si en la reciente y notable Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011) se daba cuenta de la perplejidad con la que un grupo de preadolescentes afrontaban repentinamente ese despertar emocional ante el suicidio de su profesora; en los talleres a los que asisten estos niños de extracción humilde se intenta aportar un contenido previo al confrontamiento directo con ciertos temas, dejando en todo momento que sean ellos quienes lleven el peso del debate.

Pozzi y Barougier otorgan todo el protagonismo a la tremenda espontaneidad de los pensamientos de los niños que asisten a las clases, casi reverenciándolos, y quizá se acaba echando en falta el mayor papel de una visión que no sea la suya. Sabemos que el experimento tiene continuidad fuera del aula con resultados positivos, que los padres prosiguen en casa lo que se ha comenzado en clase y de este modo les resulta mucho más sencillo iniciar en asuntos que podrían resultar espinosos a niños tan pequeños. La sensación final, para nada negativa, es que su alcance queda ligeramente lastrado por cargar todo el peso en las clases de filosofía, que se muestran en todo momento divertidas y curiosas pero acaban exigiendo tal vez una visión externa que se nos muestra en dosis demasiado pequeñas. Es en ese punto donde la mencionada Ser y tener lograba su mayor calado, al hacer hincapié en el papel del educador pero también con la misma fuerza en el desarrollo del niño en el entorno rural de la escuela y el sistema educativo.

Pese a ello, Solo es el principio se revela como un documento capaz de enriquecer cualquier debate sobre educación, posiblemente imprescindible para pedagogos pero también muy recomendable para todo aquel que quiera disfrutar de algo relativamente diferente en medio de una cartelera tan cargada de propuestas triviales. Es de esperar que su público sepa darle esa oportunidad, como ya se la dio hace ocho años al título de Philibert, y no pase tan desapercibida como lamentablemente se podría presuponer.

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