8 de mayo de 2024

El proyector: la secuencia de Félix Aguirre

Un cinéfilo de pro, Félix Aguirre, nos trae una onírica secuencia de Los olvidados, una de las mejores obras de Luis Buñuel.

Los olvidados (1950) es una cinta atípica en el cine mexicano de esos años, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO y que hizo ganar a Luis Buñuel el premio a Mejor Director en Cannes en 1951.

La escena que más me impresionó fue la del sueño de Pedro.

Pedro entra a casa de su madre después de atestiguar el asesinato de Julián por el Jaibo. Al acostarse Pedro, escuchamos cacarear a una gallina, lo cual desdobla a éste. Una gallina blanca, gorda, cae lentamente frente a él. La madre de Pedro despierta. Al desaparecer la gallina, seguimos escuchando el cacareo; Pedro busca debajo de la cama, donde ve el rostro de Julián cubierto de sangre, a éste riendo y plumas alrededor suyo.

Al incorporarse, su madre dice:

 – Pedro, oye, hijo, ¿qué haces?

Él se acuesta mientras ella se incorpora en la cama donde duerme, deteniéndose el cacareo. Su madre pasa sobre la cama de los hermanos de Pedro para llegar a él:

– Óyeme, m’ijito, tú eres bueno, ¿por qué hiciste eso? (llegan las palabras primero, moviendo sus labios después).

-Yo no hice nada, fue el Jaibo, yo nomás lo ví. Yo quisiera estar siempre con usted, pero usted no me quiere.

-Es que estoy tan cansada. Mira cómo tengo las manos de tanto lavar.

-¿Por qué nunca me besa? Mamá, ‘ora sí voy a portarme bien. Buscaré trabajo y usted podrá descansar.

-Sí, m’ijo.

(No han movido sus labios en este diálogo Pedro y su madre.)

Los olvidados II

Después del  “Sí, hijo”, regresa la madre a su cama, lo cual hace que Pedro la llame.

– ¡Mamá! (coincidiendo sus labios con las palabras gritadas con este primer llamado) ¡Mamá! ¿por qué no me dio usted leche anoche?

Ella vuelve con un trozo de carne; lo ofrece a su hijo, relampaguea, truena. Ella sonríe, vemos cómo sopla el aire y ella entrega esa carne a Pedro, quien extiende las manos. Vemos una mano saliendo debajo de la cama de Pedro. Es el Jaibo quien pelea ese trozo de carne. La madre voltea hacia el Jaibo, a su hijo, sonríe y se aleja.

–¡Dámela, es mía! ¡Es sólo para mí!

El Jaibo arrebata la carne, va debajo de la cama de Pedro, quien se acuesta y tapa su cara con sus manos mientras su madre camina de vuelta a su cama.

Pedro despierta y mira a su alrededor. Sólo ha sido un sueño.

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