26 de abril de 2024

Tres mujeres (Ingmar Bergman, 1952)

«Ningún hombre es bueno para su esposa»

«No, seguramente Dios no tiene mujer»

Cinco bellas mujeres están reunidas al calor de una noche de verano, a la espera de la llegada de sus respectivos maridos. La más joven del grupo es la única que no está casada. A pesar de gozar de un bisoño noviazgo, no cuenta con el beneplácito del resto de mujeres para exteriorizar sus experiencias amorosas. No cuenta con experiencia para ello.

Tres mujeres es una película sobre el amor consumado, sobre las infidelidades, sobre cómo el paso del tiempo marchita el amor que termina por mutar en un matrimonio apático de afecto. Las mujeres, reunidas en torno a una mesa y una taza de café, aúnan fuerzas para intercambiar las confesiones más recónditas de sus relaciones amorosas. Ante la ausencia de un hombre que las atormente, abren su alma para desatar lo más profundo de sus interioridades.

Sus experiencias son diferentes. Se narran las inseguridades con las que una mujer subsiste en el día día cuando se encuentra junto a la soledad en su apartamento, esperando a que el rechinar de la puerta anuncie la llegada de su marido para devolverla a la realidad. Los pensamientos internos de las mujeres se suceden, sus tormentos afloran, vuelven a quedarse a solas, meditan, reflexionan, y las más jóvenes se dan cuenta de que el paso del tiempo transfigura el amor, aparecen los celos, las sospechas, los recelos, las inquietudes, que dinamitan pausadamente el idilio, hasta que hace acto de presencia la maternidad, que como el rechinar de la puerta, advierte de la llegada de un tiempo rejuvenecedor que devuelve a la relación al punto más álgido.

Unas veces, el engaño ayuda por quebrar los lazos sueltos y termina por afianzar la relación. Otras, los amantes secretos, tapizan las heridas del matrimonio como una tirita desinfecta y protege al cuerpo humano. Pero esas tiritas en forma de amantes resultan ser heridas venenosas, que protegen al principio pero envenenan la sangre a largo plazo.

Tres mujeres es una cinta escrita y dirigida por Ingmar Bergman en 1952. Está rodada con la elegancía característica del cine del director sueco. La cámara convive en todo momento con los protagonistas a través de largos planos de refinada composición, reflejando y amoldando los rostros desfigurados interiormente, que expresan sus fragosos estados de ánimo.

Bergman narra las historias de forma independiente, pero con una fluidez y cohesión narrativa pasmosa. El blanco y negro característico del cine de Bergman está presente, realzando el expresionismo narrativo. Y el título del film bien podría valer para calificar el fantástico trabajo interpretativo del trio femenino protagonista, Maj-Britt Nilsson, Anita Björk, y Eva Dahlbeck.

Es innegable que Tres mujeres no es el culmen de la filmografía de Bergman, pero aún así deja secuencias de cine de enorme calidad, dando muestras, una vez más, de la magnitud del genio europeo.

La más joven se enamoró de su amante. Éste, apagaba y encendía las luces de su piso, apagaba y encendía la fragilidad emocional de la hermosa mujer que quedaba prendada del cantar de su vecino al son de la guitarra. Pero una vez más, el paso del tiempo disgregó el nexo transparente que une a los enamorados. Pero se acaban las charlas. Terminan las confesiones. Los maridos han llegado. Los tormentos han desaparecido de repente. Y cómo si el resonar imaginario de la guitarra hiciese, una vez más, acto de presencia, se olvidó al instante de todos sus tormentos, su marido había llegado. Era feliz, confesó.

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