25 de abril de 2024

Venecia, día 7

Kim Ki-duk, protagonista del día en Venecia con los actores de Pietá.

Ya sabemos lo que hay, no existe nada mejor que un director asiático que suele narrar historias no convencionales para que el sector cateto de nuestra prensa nacional con su granujiento representante a la cabeza entone sus habituales chirigotas acerca del esnobismo del festivaleo internacional y demás mandangas, al fin y al cabo siempre se agradece repetir las mismas frases y chascarrillos y poder largarse a tomar unos cubatas en vez de seguir con el rollo éste del cine. En fin, esperamos que si queda algún fan despistado se caiga de una burra que ya dejó de andar hace tiempo, si esta recopilación diaria sirve para eso ya nos daremos por satisfechos, por cierto que junto a Pietà compartía jornada Linhas de Wellington, rodada por la viuda de Raul Ruiz al ser un proyecto del que se iba a encargar originalmente el director chileno. Vamos al lío:

 

– Piedad comienza con el ahorcamiento de alguien e imagino que este arranque tan brutal cumple funciones de exorcismo de Kim Ki-duk. Mi problema no es ya que me aburra profundamente observar las sádicas hazañas y la catarsis de un perturbado mental, sino la sensación de que el creador todavía está más zumbado que las personas y las situaciones que se inventa. Al final, Kim Ki-duk deja la pantalla en negro durante unos minutos. Imagino que buscando el golpe de efecto para que sus múltiples admiradores se rompan las manos ovacionando su arte. Pues así ha sido. Algo que solo le ocurrirá a Kim Ki-duk en los festivales. Aunque lleve media vida acudiendo a ellos sigo alucinando con esta farsa ancestral.

– La película portuguesa Linhas de Wellington, producida por el temible Paulo Branco, iba a dirigirla el director chileno Raúl Ruiz, pero murió antes de poder hacerlo. A él se la dedica la también chilena Valeria Sarmiento. Posee el aire de una serie de televisión antigua y de autor que han decidido acortarla para el cine. Es más intimista que espectacular. Tiene dignidad, pero no resulta nada apasionante.

Carlos Boyero – El País

– Pietà es como el Kim Ki-duk anterior pero mucho más ‘gerúndico’; más, si cabe, pagado de sí mismo. De nuevo, vemos a un personaje aislado (un matón profesional) entregado a descubrir los límites de su fracaso. El director insiste en las claves de su cine de siempre (hasta el argumento se desarrolla, como tantas otras veces, de forma simétrica), pero esta vez con una afán reiterativo, cargante, quizá místico y simplemente desolador. Alguno diría que hasta insufrible. Lo peor no es la idea (que podría incluso ser calificada de original), sino la ausencia total de argumentos añadidos que la sostengan. Al final, toda la cinta se descubre como una premiosa, larga y reiterativa insistencia en lo mismo, en Kim Ki-duk, en sus augustos y pertinaces gerundios.

– Las líneas de Wellington cuenta la historia de la ocupación napoleónica en tierras portuguesas allá a principios del XIX. El problema, decíamos, es que no lo hace como uno se imaginaría que lo empezó a pensar Ruiz, como un gran fresco en el que los personajes se ofrecen a la cámara para contar a la vez su historia y la historia que les hace posible. En su corrección y, digamos, asepsia profesional, la película abandona precisamente las claves del cine del chileno. La cinta reflexiona con gesto adusto y voz precisa sobre los desastres de la guerra, el silencio de crueldad o el virus de la intransigencia. Formas diferentes y algo retóricas de referirse a la estupidez. Pero a la propuesta de Sarmiento le falta esa precisión que aportaba Ruiz y que convertía la más pueril y diminuta de las reflexiones en la mayor de las dudas.

Luis Martínez – El Mundo

– Piedad es mejor de lo que parece a simple vista, aunque está lejos de devolverte lo mucho que te quita, con tanta escena insoportable y de extrema sordidez tanto en el terreno de lo violento como de lo sexual.

– El otro título era el dirigido por la chilena Valeria Sarmiento, Líneas de Wellington, dedicado a Raoul Ruiz, su marido y con quien trabajó de montadora y guionista en casi todas sus películas. Desgraciadamente, lo inacabable y monótono de la narración convierte la película en una pequeña tortura, al estilo de Kim Ki-duk, pero con bostezo en vez de sangre.

Oti R. Marchante – ABC

– Los italianos se toman muy en serio sus descubrimientos. Es la única forma de explicar los aplausos a la última película de Kim Ki-duk, Pietà, doce años después de que La isla escandalizara hasta al último pez de los canales del Lido con su explosiva combinación de «amour fou» y sadismo cruel. Mal rodada y peor contada, Pieta no se merecía ni las buenas tardes.

– Sobre el papel, Linhas de Wellington parece la perfecta cara B de Misterios de Lisboa, obra maestra de Ruiz que logró una difusión y un éxito de público inédito. Con ella comparte el escenario histórico, la concatenación de microrrelatos y el hecho de ser una versión condensada de una serie de televisión. Pero en la práctica las distancias se agigantan. La severidad y rigidez del conjunto la convierten en algo que Ruiz no hizo nunca: una película académica. Sarmiento se interesa por los desastres de la guerra, no por el campo de batalla. No le interesa la violencia sino sus efectos sobre personajes cotidianos y en tránsito. Ante su cámara aparecen decenas de historias, pero, más allá de humanizar a sus personajes, nunca tejen un tapiz en profundidad de campo. No hay aquí sofisticación metalingüística sino acumulación folletinesca. No hay interpelación al espectador sino una distancia educada, convencional, de «prime time» nocturno, ante unas vidas errantes sobre las que nunca pesa la tensión dramática.

Sergi Sánchez – La Razón

Bonus track: Trailer de la película de Kim Ki-duk, Pietà.

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