La ópera prima de Fernando Franco reseñada en extenso.
Fernando Franco debuta en el largometraje con La herida, colándose con su ópera prima en la Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián, ganando el Premio Especial del Jurado y regalándole a la actriz Marian Álvarez el personaje de Ana cuyo trabajo le llevado a obtener la Concha de Plata a la mejor actriz.
Los más de diez años que el director ha trabajado como montador (Blancanieves [Pablo Berger – 2012] o Alacrán Enamorado [Santiago Zannou – 2013], están entre sus últimos trabajos) deben haberlo llevado a pensar el cine, no tanto en su condición de narrador o constructor del relato como sí de su forma a través de la puesta en escena. Los motivos que conducen a cualquier cineasta a ponerse al frente de su propio proyecto pueden venir dados por cualquier variable sea esta la necesidad de contar o por la inquietud o la curiosidad de lanzarse a la búsqueda de un lenguaje propio. Fernando Franco empezó dirigiendo en 2007 su primer cortometraje, Mensajes de voz, en el que ya dejaba entrever su la búsqueda a través de una caligrafía que, trabajo tras trabajo ha ido refinándola hasta su último cortometraje, La Media Vuelta (2012).
El resultado de esa búsqueda es La herida, una película valiente que arriesga en lo narrativo y apuesta por lo formal; es cine autoconsciente. Es cine para ser pensado y no contado. Es un película precisa, estricta, depurada y rigurosa. Es la cámara la que retrata y la que es testigo del estado mental en el que se encuentra Ana. La herida es la depuración emocional pasada por una puesta en escena cerebral. Anclar el punto de vista sobre Ana y escoltarla con muchísimo respeto hacia su infierno. No vemos a través de Ana, acompañamos a Ana. Plano largo, plano secuencia, fuera contraplanos, nada de punto de vista subjetivo (a excepción de un par de momentos a través de la cámara de su móvil donde tan solo se muestran el paisaje vacío mediante silencios digitales), nada de ofrecer un paneo para saber qué ve o qué mira Ana, fuera lentes con todo a foco que ofrezcan segundos términos; en primer plano, solo Ana. Pura reacción sin posibilidad de ver la acción detonante que desencadena el conflicto porque Ana padece un desorden emocional, un trastorno límite de la personalidad. Pero ella no lo sabe y nosotros tampoco.
Con una puesta en escena tan contundente es lógico pensar que su director es consciente de que el tema que se trae entre manos podría decantarse del lado del melodrama. Lejos de querer navegar por esas aguas, la mirada se mantiene a distancia sobre su protagonista en la que Marian Álvarez pone las herramientas de su oficio para ordenar con severidad el caos, para ser Ana: una mujer que va a la deriva que no entiende lo que le ocurre, hermética y errática en el trato con los demás.
La película es la conversión de la emoción a la forma. Como propuesta es una opción, y como opción, Fernando Franco va de frente y hasta el final sin desviarse, y en ella, la propuesta es loable y con excelentes resultados.
Puede que sea por el compromiso con él mismo de ser riguroso frente a la enfermedad; o puede que también sea por el material recogido del trabajo previo de investigación que realizó para un documental, sobre el que parte la propuesta, y que finalmente abandonó para convertirlo en ficción junto con el guionista Enric Rufas (habitual también de Jaime Rosales) al que quiere ser leal lo que tal vez pese en exceso. En ocasiones, podría parecer que la película es la descripción de una patología. Pongamos por caso que hubiera sido interesante contraponer la enfermedad de Ana con su entorno, el detalle, que el gesto del otro captado por la cámara aportara la exploración de lo humano y no de la enfermedad para calibrar la dimensión de un problema que también es social.
Supongamos que esta reseña no es más que mi manera de entender el cine contrapuesta a cómo la entiende Fernando Franco, porque es eso, sólo un supuesto, y La herida no deja de ser una buena película por ello.