29 de marzo de 2024

Críticas: Skyfall

50 años después de Dr. No, Sam Mendes propone un viaje al pasado, a los orígenes de un Bond más clásico y más personal. Se cumple el 50 aniversario de una de las franquicias cinematográficas más famosas de la historia, esta será la vigésima tercera película del agente 007 y la tercera en la cuenta particular de Daniel Craig. Un actor que revitalizó este personaje con su aspecto físico y su carácter, apoyado en la nueva línea del cine de acción que popularizó la saga Bourne. Al lado del espía interpretado por Matt Damon, Bond se había quedado absolutamente acartonado en la piel de Pierce Brosnan y Craig trajo un soplo de aire fresco fundamental. Tanto fue el cambio que se produjo en Casino Royale, que Quantum of Solace pecó del abuso de la acción adrenalínica.

Pero han pasado cuatro largos años desde entonces y el tiempo no pasa en balde ni para Daniel Craig. Ese agente que empezó su entrenamiento y preparación en la película dirigida por Martin Campbell ha cambiado mucho: James Bond no solo está mayor, sino que está cansado de ser Bond. Skyfall (un título muy bien traído en torno a la trama y sus significados) no solo es la continuación de una trilogía muy bien trazada, es en sí misma un viaje a lo largo de la vida del protagonista y del arquetipo que representa en la gran pantalla. Se define cada vez más esta etapa cinematográfica en la que estamos inmersos, denominada como postmodernista, por la reflexión sobre la propia imagen, un cine cada día más autorreferenciado y consciente de sí mismo. Sam Mendes sabe que el espectador que vaya al cine conoce a James Bond de sobra, y de ello se vale para lanzar multitud de inteligentes guiños en esa dirección, en ocasiones con mucha comicidad.

Y a ese postmodernismo y carácter autorreflexivo, hay que sumarle su gran equilibrio dramático entre las dosis de pura y poderosa acción, y el tiempo que dedica a hablar sobre los personajes. Nunca podría hablarse de una película perfecta, pero Skyfall sí logra ser muy redonda y coherente. El aspecto del artificio estaba asegurado de antemano con Gary Powell, coordinador de especialistas de las dos anteriores películas de Bond y de El ultimátum de Bourne o Salvar al soldado Ryan entre otras, diseñando de nuevo espectaculares coreografías e incluso siendo director de una de las segundas unidades. A ello, Sam Mendes le añade su pulso dramático y noir que ya demostró dominar a la perfección en Camino a la perdición, muy bien respaldado por el elenco de actores (del que luego hablaremos) y por la estupenda fotografía de Roger Deakins, otro de los grandes técnicos del cine estadounidense de los últimos años, fotógrafo de todas las películas de los hermanos Coen desde Barton Fink. La combinación de todos estos elementos son los que sobredimensionan la película respecto a sus precedentes; más allá de gustos personales, esta película tiene diferentes pretensiones, quiere ser algo más que cine de entretenimiento sin dejar de serlo también, por supuesto, pero buscando resonancias más profundas.

Pero todos estos conceptos y elementos técnicos no valdrían de nada sino nos creyéramos a los personajes que hay en pantalla. Daniel Craig lleva aún más lejos su simbiosis con el personaje de James Bond, siempre serán inevitables las comparaciones con otros actores de la franquicia y habrá opiniones de todos los gustos, pero lo incuestionable es que Craig ha sabido darle una personalidad muy definida y distinta a los anteriores. Alrededor del protagonista hay toda una pléyade de grandes intérpretes que elevan la importancia de sus personajes por su solo presencia y que les hacen equiparables en fuerza a Bond. Judi Dench y su M alcanza en esta película su mayor protagonismo, y como era de esperar, la actriz cumple con creces con ese rol más importante. Ben Whisaw actualiza al personaje de Q a los nuevos tiempos que corren y hace un papel magistral, sobre todo en su primera secuencia con Bond. De Ralph Fiennes y Albert Finney solo podemos aplaudir su buen hacer, pero sin decir mucho más ya que desvelaríamos parte importante de la trama.

Las chicas Bond son en este caso Naomie Harris y Berenice Marlohe, la primera trabaja para la agencia, la segunda es un enigmático personaje que deslumbra con su mirada y físico, su papel es muy pequeño pero realmente inolvidable. Y para el final hemos dejado a Javier Bardem, claro, muchos fuimos los que nos asustamos al ver imágenes de su estrafalaria caracterización, y sin embargo crea un antagonista memorable. Muy exagerado y casi surrealista, pero muy creíble, con grandes dosis de cinismo. Suyo es por completo el plano más largo de la película, su imagen de presentación: un travelling de acercamiento desde un plano general hasta un primer plano contrapicado poniendo de relevancia el poder del personaje, un movimiento perfectamente acompasado entre la cámara y el caminar de Bardem. Un plano esencia que ejemplifica los nuevos ecos que alcanza Skyfall.

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