27 de abril de 2024

El proyector: la secuencia de Banacafalata

Muchos conoceréis por Twitter o por su blog al amigo Banacafalata, hoy nos cuenta cuál es su momento favorito de Días de vino y rosas.

Cuando los compañeros de Cinema Ad Hoc me propusieron escribir sobre una escena de una película fue allá por diciembre del año pasado, digo esto no para que se me tilde de perezoso por haber tardado más de nueve meses en ponerme a ello, sino para justificar el motivo de la elección de esta escena. Por aquel entonces los compañeros andaban escribiendo una serie de artículos muy interesantes sobre la obra del gran Billy Wilder, a modo de acompañamiento pensé que era buena idea hablar de la que posiblemente sea la película más wilderiana que jamás dirigió Billy Wilder: Días de vino y rosas.

Pongámonos en situación, Joe Clay (Jack Lemmon) es un relaciones públicas con gusto por el alcohol, pronto conoce a Kirsten (Lee Remick) una jovencita que apenas ha probado nunca una gota de alcohol, pronto empezarán una relación que Joe marcará por la senda del alcohol y donde la botella acompañará siempre a los dos. Tras varias idas y venidas a través de los años, llegamos a un punto en el que tras siete años de matrimonio, Joe ha conseguido rehabilitarse. Al volver a casa, la puerta está abierta, Kirsten falta, su marcha queda marcada por la imagen de la entrada de Joe donde la botella queda resaltada en primer plano. Dos días después una llamada avisa a Joe de que Kirsten está en un motel, lo que da pie a una de las escenas más fascinantes de la película y en la que mejor se marca esta relación a tres bandas.

Joe entra temeroso, apaga la televisión y se acerca a una aún inconsciente Kirsten que lo primero que dice es que quiere un trago y que Joe también deberá beber. Las cartas se cambian, no es Joe quien la recrimina que beba y le haya abandonado, sino Kirsten la que se mete con él por ser abstemio ya que es incapaz de plantearse la relación entre ambos sin la presencia del alcohol. Joe está a punto de darse por vencido, de marcharse y dejarla sola, pero la adoración que la procesa y que se ve marcada en ese plano en el que la sujeta la cara para encenderla un cigarro desde lo alto, hace que dé marcha atrás, que no sea capaz de irse y que finalmente ceda echándose un nuevo un vaso de alcohol. La imagen de los dos abrazándose con la botella de ginebra en medio marca el sino de una relación que es incapaz de comprenderse sin la presencia del alcohol. Joe ha recuperado a Kirsten, pero también ha recaído en su adicción, tirado en la cama, recogiendo la botella en el suelo, quizá por primera vez se da cuenta de que no podrá tener solamente a una de las dos.

Escrito por Banacafalata

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