Sexto día en Sitges y toca viaje al fin del capitalismo con el Sr. Cronenberg.
Teníamos este día marcado en rojo desde que el calendario del festival llegó a nuestras manos y pensábamos, con razón, que este podía ser el día clave del certamen. Llegaba Cosmopolis tras su tibia acogida en Cannes y también lo hacía la muy comentada en ciertos círculos cinéfilos Berberian Sound Studio. Dos ofertas aparentemente seguras o al menos insufladas de personalidad por sus arriesgados autores y para completar el conjunto, la nueva película de una antigua ganadora de la sección oficial y, para más señas, hija de un director que ya es un clásico moderno, en fin, que apenas podíamos esperar para verlo y luego, claro, contároslo
Hijos tróspidos
Siempre se tiende a pensar que la herencia genética, la naturaleza o lo que demonios sea otorga a los hijos parte de los dones con los que regalado a sus progenitores. No sabemos nada (ni nos interesa) acerca de sus atributos personales, pero el caso es que Jennifer Lynch, hija de David, directora de cine, no parece haber heredado nada del cine, siempre turbador, sugerente, oscuro y pasional que hace su papi. Al menos ésa es la impresión que tenemos tras ver Chained, un thriller sin garra ni personalidad que abría la jornada del día en el Auditori. Una película puede sorprender por su estilo o por su trama, por su capacidad para crear atmósferas sugerentes, mundos propios o emociones que golpeen en el pecho del espectador y en esta faceta Chained no deja de ser una especie de puesta al día (salvando las lógicas diferencias argumentales) de Misery, la novela de Stephen King llevada al cine por Rob Reiner, que resultaba mucho más eficiente tanto en su búsqueda de creación de suspense como en la de esculpir unos personajes atractivos. La película se mueve a tirones y aquellos espectadores más condescendientes que todavía podían estar dudando en otorgarle el beneficio del aprobado se topan de bruces con una resolución telegrafiada y un giro final con aromas de estrambote y sabor a efectismo gratuito. Todo es naufragio y la Lynch, al menos en su faceta cinéfila, una hija tróspida.
Manifiesto
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo (Karl Marx, Manifiesto comunista)
Un letrero de neón recuerda en un momento determinado del metraje de Cosmopolis, la nueva película del director canadiense David Cronenberg, la frase de apertura del texto de Karl Marx adaptándolo a nuestro siglo. Sí, un fantasma recorre de nuevo Europa, perdón el mundo (usted no predijo la globalización ¿verdad Sr. Marx?), un fantasma con una limusina como adecuado carruaje, un fantasma con el adecuadamente etéreo rostro de Robert Pattinson como representación física, el fantasma del capitalismo. Es un espectro sí, pero un espectro con apetitos, uno que folla y come, come y folla, que se hace chequeos diarios y que observa impasible las revueltas en las calles mientras discute sobre su propia naturaleza, al fin y al cabo nadie puede derribar las blindadas puertas de su carruaje, como mucho pintarrajearlas con graffitis. Nuestro espectral protagonista no tiene más motivos que la inercia para actuar como lo hace, lleva por tanto implícita en su naturaleza las semillas de su propia destrucción, busca instintivamente la muerte. «El dinero ya no duerme, está despierto las veinticuatro horas» «-¿Qué ocurre con las limusinas por las noches? – Se quedan en este garaje exclusivo» parece una paradoja pero no lo es, quizás sea algún pequeño detalle sin importancia como un corte de pelo adecuado, como tener una próstata asimétrica y quizás esta crónica tampoco sea exactamente una crónica, intentemos ser claros: Cosmopolis es una representación rebuscadamente artificiosa del final (¿?) de una era, un notable trabajo de David Cronenberg frente al que recomendamos que huyan como conejos los amantes de la liviandad cinéfila, avisados quedan.
Kafka visita Italia
Si han leído El castillo, la novela póstuma de Franz Kafka, recordarán la historia de ese apocado agrimensor en lucha contra unas fuerzas invisibles y aparentemente insuperables que le impiden reiteradamente llevar a cabo su misión, llegando al punto en el que no sabemos donde termina la realidad y donde empieza la paranoia en la confusa psique de nuestro protagonista. Trasladen ahora ese microuniverso taimado de un pueblo de Centroeuropa a unos estudios de grabación en la Italia de los 70 y transformen a nuestro agrimensor en un maduro y virginal técnico de sonido llegado de Inglaterra al país transalpino para colaborar en la postproducción de una película de género. Imaginen que la narrativa tradicional se disuelve para formar un todo compacto con la confusión mental del personaje principal que ha cambiado a su anciana madre por seductoras secretarias italianas de cabellos oscuros y miradas lascivas, su monacal granja en Yorkshire (o donde sea) por la pertinaz luz artificial del estudio en el que trabaja, vive y delira, sus programas infantiles por el cine que recrea el sufrimiento, las muertes violentas, la tortura, los hierros candentes, si hubiera un zorro parlante diría que el caos reina. Berberian Sound Studio no es desde luego un film para todos los públicos pero sí lo es, sin duda, para enfermos de cinefilia, para arrebatados irredentos, para los sádicos que disfrutan con cabezas borradoras y demás viajes al abismo, para espectadores como tú, probablemente.