5 de octubre de 2024

Críticas: Ayer no termina nunca

CAH Ayer no termina nunca

Isabel Coixet, la pareja y el futuro.

Con unas críticas bastante desfavorables en la Berlinale, donde tuvo lugar su presentación mundial, y una acogida algo mejor el pasado sábado como película de apertura del Festival de Málaga, llega a los cines el último trabajo de Isabel Coixet, Ayer no termina nunca. Se trata de un potente drama, un duelo dialéctico prácticamente teatral, con un único escenario de aspecto casi postapocalíptico, ambientado en un futuro muy cercano (2017), en el que el precario estado de nuestro país no ha hecho otra cosa que agravarse. En estas circunstancias, asistimos al reencuentro de una pareja que, tras cinco años sin verse, tiene que volver a enfrentarse a la fuerza y curar las heridas que quedaron sin cerrar.

Coixet introduce a dos personajes rotos por el dolor, y con caracteres opuestos con respecto a casi todo, que desmitifican el tópico de que “el amor lo puede todo”. El amor no es suficiente, ni de lejos, frente a la angustia, el desconsuelo o el odio. Cada uno de los personajes representa, dentro de la situación actual de crisis, dos visiones contrarias: la de aquellos que se marchan en busca de una vida mejor, y la de los que se quedan y pelean por que las cosas mejoren. Quizás Coixet muestra más apoyo con respecto a esta segunda posición, pero lo hace más bien en el sentido universal de luchar por aquello que se ama, de ser valiente para afrontar las dificultades y no salir huyendo. Aunque también deja constancia de que, algunas veces, la huída es la única solución para superar los problemas y conseguir avanzar.

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La directora traslada la distancia y el aislamiento sensorial de los personajes a la misma manera de narrar la historia, a través de barridos y planos contraplanos, apareciendo los dos juntos en muy pocas escenas, algo que se reserva sobre todo para el intimista tramo final. Otra peculiaridad técnica de Coixet es la de introducir pasajes en los que los personajes personifican sus propios pensamientos, es decir, nos introduce en lo que hay dentro de su cabeza pero no dicen, algo que suele darse por entendido y no se muestra, y que aquí resultan unos monólogos cargados de reflexiones bastante más interesantes que las que surgen en las conversaciones reales que mantienen.

Pero si en el sentido de relato pequeño de (des)amor la película funciona muy bien, es al pretender adquirir ciertos aires de trascendencia cuando empieza a hacer aguas. Y es que de por sí, no es malo que el cine retrate y critique el grave estado en la que nos encontramos. Es una realidad que las películas (si se supone que son de corte objetivo) tienen que mostrar. Obviarlo sería una mentira, y para abstraernos ya existen otros tipos y géneros de cine. Pero hay maneras y maneras de denunciar, y Coixet se deja llevar por la exacerbación, con una falta de sutileza absoluta, convirtiendo en ocasiones la película en un mitin político. Ese es su gran error, esa tosquedad tan evidente enfrentada al estilo poético que caracteriza a la directora. Buen ejemplo de ello son las voces radiofónicas del prólogo que nos quieren poner en situación de manera absolutamente innecesaria, como subrayando (y con rotulador de punta gorda), lo mal que están las cosas. Como si fuéramos tontos y no lo supiéramos. Por supuesto que lo sabemos, demasiado bien.

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Y es aquí donde encontramos el principal problema de Ayer no termina nunca, que en lugar de aprovechar las virtudes que le proporcionarían una mayor espontaneidad, naturalidad, y, por qué no, simpleza, acaba siendo un trabajo cargado (incluso saturado) de diálogos impostados, con frases forzadas y grandilocuentes que sólo suenan naturales porque están en la boca de los enormes Candela Peña y, sobre todo, Javier Cámara. Los dos actores consiguen que te parezca realista hasta lo más inverosímil, aún cuando a veces parece que ni ellos mismos se creen lo que están diciendo. Aún así, y a pesar de su buen trabajo, Candela Peña, absolutamente mimetizada con su antipático y sarcástico personaje, no logra, aunque entendemos sus circunstancias, hacernos conectar con ella. Es por tanto un inmenso Javier Cámara, quien nos rompe con su mirada desolada, el encargado de transmitir todo el dramatismo de forma sincera y todo lo natural que se puede dadas las circunstancias.

Ayer no termina nunca se trata pues de una película demasiado pretenciosa, a la que, si se le quita toda esa innecesaria parafernalia política, se queda en una sencilla historia de una pareja, de su amor, destrucción y cura, que precisamente es lo más destacable. Y a pesar de que le resulta casi imposible mantener el ritmo y la intensidad todo el tiempo, en su última parte contiene momentos realmente emotivos, de esos que te llegan al corazón. Una lástima que la película, desesperanzadora donde las haya, no siga esa línea todo el tiempo. Lo que nos queda claro es que la visión de Coixet del presente y el futuro de España es muy negativa. Y la verdad es que tampoco podemos culparla por ello.

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