24 de abril de 2024

Críticas: Godzilla (II)

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El nuevo Godzilla: más remade que remake.

Godzilla nos remite irremediablemente a Monsters, donde Gareth Edwards buscaba vías de escape para el género fantástico y equilibraba su irregularidad con valentía y suficientes riesgos no dejando indiferente a nadie. Riesgos, que en esta monstruosa producción, están tan amarrados como las gafas 3D a los espectadores. Desconozco si se trata de la ausencia de su rúbrica en el libreto de Max Borenstein, bajo una historia David Callaham, aunque su anterior cinta ya se truncaba en una controvertida recta final donde revisitaba al Spielberg de La guerra de los mundos y Parque Jurásico e incluso al Antonioni de El eclipse. Ese monstruo que engendró en 2010, tan bello y luminoso como peligroso y aberrante, ahora se ha visto amplificado por los márgenes de la gran industria cinematográfica. ¿Es el mainstream ese mortal leviatán capaz de aniquilar la (in)mortalidad de una película y ajustarla a sus temerosos patrones y reglas para que nadie entre en pánico en las salas de cine y huya entre alaridos? Gareth Edwards sí da la impresión de haber salido corriendo, de no estar allí salvo cuando se extasía el encuadre y queda embellecida la forma. Una forma no tan monstruosa ya que la nueva Godzilla de 2014 se acomoda a moldes tanto estéticos como de tono que han impuesto David S. Goyer y los blockbusters de Warner Bros, donde todo debe ser tan extremadamente dramático, existencial y abrumadoramente trascendente que nos olvidamos y alejamos radicalmente de la concepción del entretenimiento como diversión. Los méritos de Pacific Rim confirman que la menospreciada cinta (en el boxoffice norteamericano) de Guillermo del Toro ha quedado como un oasis con el que el más remade que remake de Godzilla prefiere no toparse.

Edwards, por el contrario, trata de dar hondura dramática mediante el compendio emocional humano, focalizando la narración a una familia quebrada y buscando reiteradamente la mirada de esos terrenales habitantes para afrontar la aparición de las colosales y destructoras entidades. Toda esa intensidad, gritos y lágrimas encuentran interpretaciones pero no papeles porque poco importa que Cranston, Olsen, Binoche o Hawkins se dejen la piel en unos roles que encajan con arquetipos bidimensionales de la habitual Serie B y las ‘monster movies’. El director del documental Cuatro formas de acabar con el mundo se supedita a esa mirada y punto de vista mortal para cerrarnos las puertas delante de nuestras narices (incluso literalmente) y que no podamos disfrutar la batalla de esos ‘dioses’ hasta que el clímax final lo requiera. Debemos conformarnos con seguir los pasos de nuestro Jasón y sus argonautas con el uniforme militar de los EEUU o interconectar a los héroes humanos y monstruosos para hallar el resquicio y esperanza de la humanidad. De los peligros de las armas nucleares hemos pasado a las conspiraciones y a una posible alegoría sobre el alimento de toda monstruosidad gracias a las aberraciones que hemos engendrado, aunque yace en el personaje que interpreta Ken Watanabe una vinculación con horrores atómicos que sufrió Japón como ramal del ADN original. En sí, nos encontramos ante la interconexión perfecta de los ecos del desastre de Fukushima del mismo modo que somos arrastrados a una ¿copia? de Lo imposible, como amalgama del subgénero de catástrofes con El Rey de los Monstruos y su aliento atómico que dé la supervivencia a un mundo que en esta cinta poco nos importa. Tan descompensada, tan pesada como hacerle la manicura a Godzilla y realmente dedicada tan devotamente a destacar los dramas, gritos y lágrimas de esos seres humanos que son los secundarios de principio a fin de toda la historia, meras hormigas que corren, chillan y lloran a unas alejadas deidades que van a lo suyo… ¿como al fin y al cabo los espectadores?

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Todo huele aquí a cita. Tal y como nos informó una película tan filosófica y extremadamente sesuda e intelectual como Alien vs. Predator, «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», sumándose a esa otra línea que propicia Dr. Ichiro Serizawa («La arrogancia del hombre es pensar que la naturaleza está en nuestro control y no al revés») y que ha servido para la promoción de la cinta. La vocación de entretenimiento que entiende Edwards nos remite una y otra vez al imaginario de Spielberg, a revivir Tiburón, Encuentros en la tercera fase, E.T. El extraterrestre o Parque Jurásico como ese eterno y monstruoso depredador por encima del resto, pero toda la importancia, gravedad e interpretaciones auténticas que tratan de darnos, toda la composición de los planos, su atmosfera y millonario envoltorio, queda como parte de ese campo de batalla en el que Edwards trata de luchar contra esos otros monstruos con traje y corbata para plasmar una película por encima de un producto ‘made in Hollywood’. Su personalidad, entre tanta cita y referencia, acaba bajo el fondo del mar aunque dejándonos en ascuas de un extra documental en el futuro Blu-ray donde nos expliquen el apareamiento de esas bestias, referencias y roces fálicos del tipo «Yo, tu misil me lo paso y me refriego por la entrepierna y los huevos». Por mucha garra que tengamos, hay poco donde arañar y que realmente marque a la audiencia más allá de su probable éxito en taquilla y terremoto del momento. Una vez pase el tsunami, los geeks se seguirán quedando con los kaijus y jaegers de Guillermo del Toro, los frikis quedarán traumatizados por el futuro incesto que protagonizarán Aaron Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen en Los vengadores 2: La era de Ultron y el resto de espectadores descubrirán que Godzilla de Edwards funciona únicamente como el analgésico perfecto para curarnos ese interminable dolor de cabeza que nos produjo el Godzilla de Emmerich.

APUNTE A LA POLÉMICA ESCAMOSA DEL MOMENTO: ¿Está ‘gordo’ Godzilla? Hay que indicar que está muy Laporta y que los japoneses ya hayan rebautizado a la bestia como ‘Fatzilla’ e insinuado que es un crossover con Super Size Me no es ciencia ficción. Godzilla está fondón y ‘fuertote’ pero tiene explicación. El ‘probecico’ no hacía mucho ejercicio en las profundidades abisales del mar salvo jugar al cinquillo con Jocántaro y, entendemos, que con toda el entrenamiento que hace en esta película queda en forma para una supuesta y venidera secuela, donde le veremos más lozano y esbelto. De todas ‘las maneras’, sería un acto tan suicida como de mala educación toparse con Fatzilla y soltarle a la su agresiva y bestial cara que le sobran unos kilos… salvo que usted quiera que con su cola le ayude a batir el récord de ascensión y descenso a la estratosfera de Felix Baumgartner, claro.

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