Jesse y Celine: Después de tantos años.
The Up Series es quizás el proyecto fílmico-televisivo de más duración en la historia de la televisión británica (con el permiso de Doctor Who) y uno de los que más calado e interés han despertado entre la audiencia. Iniciado en 1964 por Paul Almond, presentaba a 14 niños de la misma edad pero de diferente procedencia social y económica cuya vida hemos ido revisando en plazos de siete años, el último de ellos en 2012 cuando los protagonistas originales cuentan ya con 56 años. Desconozco hasta que punto las intenciones de Richard Linklater cuando dirigió Antes de amanecer eran similares, es decir, recorrer todo el proceso vital de una pareja desde el conocimiento/flechazo hasta la temida aparición del desamor, pero lo cierto es que vista en su conjunto la trilogía que se cierra (?) con Antes del anochecer ofrece una cohesión y una profundidad difícil de encontrar en otros productos más pendientes del éxito inmediato y que, por esas mismas causas, caen en abismos de paradojas temporales. Aquí todo sigue un proceso lógico, a la lozanía/madurez/declive de los cuerpos le corresponde el flechazo/reencuentro/agotamiento de la pareja, hemos visto crecer a Jesse y Celine al mismo tiempo que nosotros lo hacíamos, quizá por esa razón los entendemos más que nunca, tal vez por esa causa los encontramos ahora más cercanos a nuestra propia historia.
Tampoco parece fruto de la casualidad que, por primera vez en las tres películas, nuestros dos protagonistas compartan presencia en la pantalla con otros personajes de relevancia y no meros figurantes absorbidos por el torbellino amatorio de Ethan/Julie. La presencia de otras parejas en esa adorable villa griega que comparten cumple la misma función que los fantasmas del futuro y el pasado en el Cuento de Navidad de Charles Dickens: rememorar un pasado lleno de pasión y compararlo con un futuro donde ésta ha sido sustituida por la costumbre y la resignación, por la comodidad de lo conocido en el mejor de los casos. Esta suerte de espectros de ellos mismos son los espejos donde nuestros chicos deben mirarse y, en cierta forma, los catalizadores de todo lo que sucede a partir de ese momento cuando Jesse y Celine, al fin solos, deben afrontar la realidad de su situación, cuando los recuerdos como sedimentos estancados afloran al fin a la superficie, otro hecho que, de nuevo, aleja a Antes del anochecer de sus antecedentes, ahora ellos tienen un pasado, una historia en común y no es precisamente el sueño de una noche de verano por las calles de Viena.
Quizás todos estos elementos conviertan a ésta en la mejor de la trilogía, el desencanto siempre ha resultado un elemento profundamente cinéfilo, pero no sólo encontramos en el poso de su historia las virtudes de Antes del anochecer, la misma madurez a la que hacemos referencia en lo temático parece haberla hallado Linklater en lo formal. Desde un inicio abrumado por el exceso de luminosidad, de vitalidad concedida por el mediodía griego al íntimo cierre donde la luz artificial domina la función (en paralelo con el recorrido de nuestros protagonistas), el director tejano alterna secuencias estáticas y en movimiento sin que la transición entre ambas resulte un obstáculo evidente, consiguiendo que el conjunto resulte armonioso, un plato delicado pero con su cuota necesaria de regusto amargo para conseguir que conquiste no sólo a aquéllos que ya se rindieron ante las dos primeras partes sino también ante casi cualquier amante del cine, incluyendo a los que encontraban algo melifluo tanto paseo romántico por el Prater vienés, la realidad nos alcanza a todos, mejor que se vayan preparando para eso.