Taquigrafía y amor en la Francia de los 50.
A finales de los 50, época en la que la máxima aspiración que tenía una mujer para alcanzar cierta independencia era convertirse en secretaria, los concursos de taquigrafía era todo un acontecimiento en el que las triunfadoras eran encumbradas, dentro de ese ámbito, como auténticas estrellas. La ópera prima del francés Régis Roinsard, Popular (título inspirado en la máquina de escribir de la empresa Japy llamada “La populaire”), toma esta premisa para transformarla en una nueva versión del mítico Pigmalión, en la que un agente de seguros entrena una joven, Rose, que sale de su pueblo buscando algo más en su vida que casarse y ocuparse de la casa y de la tienda familiar, para que participe en una aquí presentada como épica competición que la convertirá en la más rápida mecanógrafa del mundo, y así conseguir, a través del éxito de ella, superar sus propias frustraciones.
Popular es una película bienintencionada y colorista, provista de un candor que la hace bastante simplista y previsible, se adivina desde el primer minuto todo lo que va a pasar y cómo va a terminar. Quizás se sale un poco de su inocencia cuando trata el tema de la guerra de sexos y el flirteo de los protagonistas, como si de una comedia romántica de Doris Day y Rock Hudson se tratara, terreno en el que la película consigue los mejores resultados, llegando a su punto álgido en la escena de amor del hotel, con es marcadísima estética pop creada gracias a las luces. Sin embargo, esto es una excepción dentro del trillado, aunque agradable, conjunto.
Por otro lado, la dirección de Roinsard es esencialmente clásica, sin muchos alardes pero con un ritmo capaz de generar la tensión que la historia, de sobra conocida, no puede conseguir. Destaca la muy cuidada ambientación, con especial atención al vestuario y a todos los complementos de la multitud de mujeres que intervienen en la película, tratados con todo detalle. El elemento que más desentona es la atronadora y siempre demasiado descriptiva banda sonora original de los compositores Rob y Emmanuel D’Orlando (la selección de canciones, por el contrario, sí que es muy acertada), que define claramente cada una de las situaciones convirtiéndose innecesariamente en protagonista de lo que ocurre.
Los personajes resultan muy estereotipados, los malos son muy malos, y los buenos muy buenos y muy guapos. En ese sentido el más desarrollado es el del siempre eficaz Romain Duris, un contradictorio antihéroe lejano a esos galanes engreídos y seguros de sí mismos. Más bien, se trata de un personaje de muy buen corazón, con muchos miedos y remordimientos, que, en su búsqueda de la perfección, pierde la perspectiva de sus sentimientos y se arriesga a quedarse sólo y amargado. Por su parte, la joven actriz belga Déborah François, que interpreta a Rosa, es encantadora, y copia sin disimular los gestos de Audrey Hepburn (no es casualidad que tenga una foto suya en la pared de su habitación). Duris y François son una atractiva pareja que se gana la simpatía del espectador con el desarrollo elegante y lógico de su relación. A su alrededor, el resto de personajes secundarios parecen simples marionetas, sin la menor profundidad, entre ellos una Bérénice Bejo desaprovechada interpretando al amor de juventud del protagonista.
Popular es una tierna y romántica historia de amor que funciona por el buen hacer de sus protagonistas, pero que a veces llega a exasperar por su excesivamente edulcorada recreación. Su ingenuidad resulta impostada, poco creíble, pero es de imaginar que es eso precisamente lo que la película busca. Porque si el cine sirve realmente como fábrica de sueños, desde luego Popular sería el producto perfecto nacido para desviar la atención de los problemas del mundo y, simplemente, imaginar, aunque uno sepa que no siempre es verdad, que los sueños se pueden hacer realidad durante casi dos horas.