Paraíso: Esperanza es la historia de un amor imposible. La película narra las vacaciones de Melanie (Melanie Lenz), una chica de 13 años, hija de Teresa (Amor) y sobrina de Anna Maria (Fe), en un campamento para jóvenes que quieren perder peso. Allí, se enamorará por primera vez del médico del campamento (Joseph Lorenz), un hombre 40 años mayor que ella. La atracción será mutua.
Hablar de la tercera parte que cierra la trilogía Paraíso, del director Ulrich Seidl, no resulta menos complicado que hablar de sus predecesoras siendo Fe la más agresiva a todos los niveles. Sin embargo el calificativo de incómodo sí que es el epítome perfecto para definir un argumento que contrapone los impulsos emocionales (o irracionales) con la normas sociales o, cuanto menos, el sentido común entre un adulto y una menor. ¿Qué hacer cuando la pulsión amorosa aparece en el momento menos adecuado, menos acertado y más inoportuno posible? La llegada a la adolescencia junto con la llegada del primer amor por parte de Melanie, y la culpa y la lucha del sentido común contra la pulsión amorosa que siente el médico, marcan las pautas para desarrollar esta historia. Paraíso: Esperanza da tregua al espectador con delicadeza pero sin abandonar ni almibarar el sello Seidl, el director se aproxima a esta pareja cuya onda vital se encuentra tan lejana como todos nosotros del sol. El director austríaco observa distante esta relación imposible tanto en el tratamiento de los anhelos adolescentes como, muy inteligentemente, en planteamiento de la culpabilidad al poner de manifiesto el tabú, en este caso, de la atracción por una menor.
A diferencia de las otras dos entregas completamente explícitas a todas luces, Paraíso: Esperanza es una película sutil, intima y delicada (dentro de las reglas establecidas en el lenguaje de Seidl) en cuyas escenas entre los protagonistas abunda el subtexto con el que realmente se genera la incomodidad de cara al espectador. Una incomodidad genuina en su definición por la violación de lo establecido como correcto, por el pudor que extrae al público en ese diálogo consigo mismo que genera porque, gracias a esa relación prohibida de los protagonistas, Seidl explora la frustración tanto en un lado como en el otro.
Una de las cosas más interesantes que ciertos intelectuales asociados al pesimismo del escritor Thomas Bernhard (cuya influencia es clave en la filmografía de Haneke o en la literatura de Jelinek) muestran en sus obras, es precisamente cómo las norma social siempre va acorde con lo racional pero nunca se implica con lo emocional y cuyo único resultado es el estado de neurosis en el que actualmente la sociedad se encuentra dentro de un marco mayor como puede llegar a ser, en palabras del escritor y crítico de cine austríaco Christoph Huber, la soledad institucionalizada. Paraíso: Esperanza, muestra también mucho de ello porque la carga que Melanie lleva a sus espaldas, sin que ella sea aún consciente de ello, es tremenda: una madre en Kenia fornicando y una tía enamorada de Jesús haciendo proselitismo de puerta en puerta cuando no se pone el cilicio en casa. Si bien las dos protagonistas anteriores fracasan en su intento por buscar el amor de manera consciente, Melanie es una víctima de un sistema que aún no ha calibrado ni entiende lo suficiente. Lejos de ser una Lolita a ojos del médico, el punto de vista del que parte Seidl es el de la propia Melanie. La seducción de Melanie es profundamente ingenua y pueril, ni siquiera se plantea el sexo más allá de sus conversaciones con su amiga Vera, mucho más experimentada que ella, y a quién confiesa que odia el sexo oral. Melanie, solo pide un abrazo. El médico, a pesar de sentir atracción, tratará de enmendar el asunto en el que acabará fracasando cuando su parte más irracional lo vence: en la secuencia-clave del bosque, Seidl, mediante metáfora, consigue establecer esa dualidad del hombre obligado a un sistema racional que neutraliza el impulso animal.
Con un estupendo grupo de actores jóvenes que jamás se habían puesto frente a las cámaras ni habían trabajado previamente sobre las tablas, con la misma estética cuidada y con las pautas depuradas de su lenguaje, el director vuelve a salirse con la suya. Después de todo, no hay nada excepto el fracaso que diría Bernhard. No así para Ulrich Seidl que ya tiene en preproducción su siguiente película que lleva por nombre El Sótano. Con un título así, no hace falta decir nada más.