29 de marzo de 2024

Críticas: Todos queremos lo mejor para ella

Nora Navas protagoniza el regreso de Mar Coll a la dirección.

Ya han pasado más de cuatro años desde que la barcelonesa Mar Coll, de la prolífica cantera de la ESCAC, sorprendiese a propios y extraños con Tres días con la familia, que se alzó con el Goya a la Mejor Dirección Novel y la reveló como una de las cineastas jóvenes a tener más en cuenta en nuestro país. Su principal virtud era la mirada, transparente e incómoda al mismo tiempo, que proyectaba hacia un tema tan delicado y difícil de tratar como el de los conflictos íntimos, más silenciados que explícitos, de una familia de la burguesía catalana; a la vez que retrataba el viaje interno de su joven protagonista al entrar en contacto con su seno tras una larga ausencia.

Su segundo título, lógicamente más esperado, ha inaugurado la SEMINCI actual en una apuesta personal de su director Javier Angulo. Todos queremos lo mejor para ella es una obra continuista en la que pueden apreciarse los mismos puntos fuertes del debut, con el que guarda numerosos paralelismos. Todo en ella se construye a partir del personaje femenino protagonista, una espléndida Nora Navas que encarna a Geni, una abogada que intenta recomponer su personalidad un año después de sufrir un accidente de tráfico, ante cuyas secuelas su entorno reacciona de forma distinta a la suya. El reencuentro con Mariana, una amiga de la infancia, despierta en ella su lado más soñador y deja al descubierto una red de dependencias emocionales que se erige como el gran tema de la película; también de la filmografía de Coll hasta la fecha.

Desde el primer minuto observamos la carga que arrastra Geni, el desconcierto que flota en su trato con un marido más presentado como figura protectora y con el que es incapaz de mantener una relación sexual. En este tramo inicial, el personaje queda perfectamente definido en escenas como la del taxi, sin necesidad de verbalizar su trauma ante una situación nueva para ella, que se encuentra sin trabajo y con una cojera permanente que opta por ocultar a Mariana. Al igual que sucediera en Tres días con la familia, el qué inicial no parece sino una buena excusa para retratar a la protagonista y los cambios que se producen en ella al entrar en contacto con los personajes secundarios, aquí menos definidos pero que comparten muchos matices en común con aquellos.

Esta contención da paso a un quiebro en el tono producido a partir de la comicidad natural y cotidiana –también notoria en los temas musicales elegidos, algo chocantes en una obra tan sobria– que emana de algunas secuencias. Tanto las ilusiones de Geni por volver al pasado y recuperar la amistad de la infancia como los baches físicos y emocionales de su lesión resultan creíbles, bien solventados por la personalidad de una actriz protagonista que suaviza lo que podía haber sido un drama crudísimo.

La última fase del metraje, quizá la menos afortunada, despresuriza sus problemas; perdiendo de vista el tono íntimo imperante en favor de una crecientemente explícita apertura de sus anhelos. Resulta paradójicamente la más agobiante e incómoda, al enfrentarnos con la probable soledad de la protagonista, que resuelve en una acertadísima y liberadora escena final. Del mismo modo que la Léa de Tres días con la familia, Geni experimenta una catarsis que culmina en la pérdida de lo logrado, en el regreso a los orígenes más lejanos como posible réplica a un pasado sobre el que se nos arrojan más preguntas que respuestas, aunque contando con varias claves muy marcadas, caso de la ausencia materna –otra recurrencia– o el aislamiento profesional.

Sin llegar en ningún momento a resultar emocionante, Todos queremos lo mejor para ella es un interesante y frío análisis de las dependencias y altibajos que surgen de un personaje femenino protagonista ambiguo y complejo, que se suma en la cartelera a otros superiores como los de La herida, Gloria o La vida de Adèle. Mar Coll deja sensaciones parecidas a las que despertó en 2009 y, aun tratándose de un año con grandísimos competidores en España, merecería idéntica repercusión.

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