5 de diciembre de 2024

Críticas: Muñeco Diabólico

Un juego salvajemente divertido.

Este 2019 va a ser un verano de juguetes y el más espeluznante de todos será Chucky, el muñeco diabólico que llega esta semana a los cines con una nueva entrega a modo de reboot de una franquicia que arrancó hace tres décadas. La campaña promocional de la película se ha encargado de constatar la casualidad de coincidir con pocas semanas de separación en la cartelera con la pandilla de juguetes de Toy Story 4 y la muñeca Annabelle del universo The Conjuring ante la inminente Annabelle vuelve a casa. Los pósteres de Muñeco diabólico muestran a Woody, Buzz, Hamm, Rex, Slinky y la terrorífica Annabelle decapitados, achicharrados o rotos en pedazos tras en caer en las zarpas del temible Chucky. Una excelente campaña de marketing para lograr una porción de la atención que acaparan los otros dos blockbuster.

Más allá del ingenio extracinematográfico, hay que dejar dos cosas claras de la nueva Muñeco diabólico: la primera, es bastante mejor de lo que se ha recogido en las primeras críticas al otro lado del Atlántico y, la segunda, es una comedia salvajemente divertida en la que impera el humor por encima del terror más básico. Una película de serie B, con mayor presupuesto de lo habitual, que lo entrega todo para ofrecer un divertimento sin pies ni cabeza (a veces, literal) y apuesta por incluir un mensaje contra las grandes corporaciones y los límites/peligros de los aparatos tecnológicos. Un juguete Buddi se convierte en el aterrador Chucky cuando un trabajador en la fábrica de Filipinas es despedido. La explotación laboral en los países subdesarrollados por parte del capitalismo desaforado como causa del mal, la locura y el terror en Occidente. Un punto de partida inspirado y que marca el cinismo del filme.

Los nuevos modelos de Buddi se conectan a través de Wi-Fi con toda la nube de tu hogar: los electrodomésticos, los sistemas de vigilancia, los smartphones. Un juguete inteligente para tiempos de estupidez humana. Una distopía del presente que bien podría formar parte del universo de la serie Black Mirror, de hecho, en su última temporada el capítulo Rachel, Jack and Ashley Too plantea temas y situaciones similares sin la brillantez de antaño. El cineasta Lars Klevberg atina mejor en los dardos lanzados, sobre todo, por su búsqueda de lo irreverente, sin buscar complacer a todo tipo de público y apostando por una vertiente violenta marca de la franquicia del muñeco diabólico.

Esta nueva entrega está producida por los responsables de otro reboot reciente del género fantástico, la estimable It de hace un par de años. En la misma línea, los protagonistas son un grupo de preadolescentes (estupendo casting) en plan Goonies superviviente que forman una pandilla que, en el último acto, se convierten en aprendices de MacGyver en unos grandes almacenes dispuestos a batir el mal a golpes de humor y extrema violencia. Pocas veces en una propuesta de Hollywood se ve una relación tan estrecha entre chavalería y alto contenido violento ejercido por ellos mismos; una visión nada complaciente de la sociedad contemporánea que se une al subtexto sobre los estragos de la era digital. En su apuesta por el humor, Muñeco diabólico sorprende por desaprovechar a una reina de la comedia indie norteamericana, Aubrey Plaza, en un rol con poca enjundia y con una interpretación por debajo de sus dotes desternillantes.

La película debe tomarse en todo momento como lo que es, un divertimento alejado de todo convencionalismo, con mucha mala leche y cuya máxima es: cuanta más transgresión, más risas. No es una cinta de terror de sustos, es un pasatiempo sangriento para vibrar con lo escabroso. La propuesta no es redonda, una dirección con más lucidez en lo formal y un guion más trabajado en ciertos aspectos hubiesen reportado un conjunto mucho más satisfactorio. Es una película de mínimos, pero que cumple con su cometido en todo momento. Este verano jugar con muñecos puede ser diabólicamente divertido.

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