19 de marzo de 2024

Sitges 2013: Día 6

The congress

El día de los cortes y no va de slashers, no.

No tenemos muy claro a quien adjudicarle la responsabilidad, es más, no sabemos si cabe exigir tal responsabilidad, tampoco si el cabreo que bulle en los medios de prensa hubiera sido igual sin la polémica previa tocante al número de invitaciones o sin la negativa de la organización a facilitar la entrada de medios a pases con menos de medio aforo cubierto, pero cuando suceden cosas como las que han sucedido en el Auditori durante los pases de The congress y Open grave se percibe en el aire una indignación inédita por estos lares, al menos para este redactor. Soplan vientos de ira en Sitges y es difícil permanecer ajeno a su sonido, sobre todo cuando nos es imposible redactar una crónica completa pero, seamos pacientes, no nos adelantemos a los acontecimientos.

La primera película del día era el nuevo trabajo del israelí Ari Folman, el tipo que conquistó a buena parte de público y crítica con su Vals con Bashir. Leyendo la sinopsis parecería que no habría demasiados puntos de contacto entre aquélla y The congress pero, en el fondo y cambiando el contexto (allí la Israel post Guerra del Líbano, aquí un futuro global distópico), no dejan de hablar de lo mismo: la construcción de mundos artificiales como antídoto contra una realidad poco satisfactoria cuando no realmente deprimente. También en ambas hay una integración de imágenes reales y animación, acertada y plenamente coherente en la película que nos ocupa donde el trazo construye mundos ilusorios y coloridos contrapuestos con la gris realidad en la que incide la cámara de Folman. La medium que navega entre los dos mundos es una gran Robin Wright, que así mismo intercede entre la pantalla y su vida real hasta límites de initimidad bastantes sorprendentes, no sólo es un hada sino que es un hada metacinéfila, construyendo lo que es una de sus mejores interpretaciones hasta la fecha. The congress es, definitivamente, un acierto y una sorpresa, un oasis de fantasía en un Sitges demasiado terrenal hasta el momento.

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Varias personas aparentemente desconocidas y sin rasgos que les unan despiertan en un lugar común, de su capacidad para colaborar puede depender su supervivencia ¿habrá entre ellos algún infiltrado?. Si les doy esta somera pincelada, esta premisa argumental, seguramente puedan nombrar varios títulos que encajen en ella, así que no podemos decir que Open grave destaque por la originalidad de su planteamiento pero, cuidado, ésta no es una condición sine qua non para que el tema funcione, en todo caso nos importa más si las incertidumbres de su arranque son más poso que pose, si me permiten el tonto juego de palabras, es decir, si en realidad hay algo que contar y lamentablemente no nos parece que sea el caso de la cinta de Gonzalo López-Gallego: no hay imágenes que nos inquieten salvo esa fosa común que marca origen y fin de la historia, no hay un desarrollo coherente por culpa de unos personajes estereotipados y poco razonables y creíbles en sus decisiones y además, es obligatorio decirlo, no ayuda en nada un corte de 15 minutos en la proyección y otro que impide, directamente, ver su conclusión, evidentemente no son detalles achacables a la película pero sí pueden condicionar su visionado, a López-Gallego no parecían haberle hecho mucha gracia, no.

Dark touch

También presentaba peli Marina de Van, su Dark touch se desarrolla en el transitado subgénero de los púberes inquietantes, un cocktail con su chorrito de Carrie y su toque de ¿Quién puede matar a un niño?, todo muy diluido en insípida soda y ése parece ser el problema principal del film, sus trazas de labor de aliño que nos hacen sospechar sobre la escasa implicación de su directora en el proyecto. Una aparente desgana en lo formal y en lo continente que se muestra, sobre todo, en lo poco efectivo de sus imágenes y en la nula cercanía que sentimos con sus protagonistas, sombras fantasmagóricas que transitan por el metraje, apareciendo aquí y allá sin que sepamos muy bien las razones, la gravedad de esta nula empatía aumenta cuando se piensa que buena parte del casting está formado por niños, a los que se supone facilidad para las querencias del espectador. Tampoco nos termina de quedar claro si se nos pretende lanzar algún discurso entre líneas sobre lo pérfido de los abusos pero en caso de ser así ¿realmente sería necesario?. En fin, creo que ya somos mayores para obviedades.

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