«Yo no soy un santo, a menos que usted piense que un santo es un pecador que persiste en el intento» (Nelson Mandela)
En su libro Ébano, Ryszard Kapuściński dice que el peor racismo es el que los negros ejercen contra los negros. Se refiere al apartheid que los esclavos liberianos establecieron en su país a principios del XIX. Recién llegados de Estados Unidos, donde habían aprendido a servir a los blancos, ya no podían imaginar una sociedad sin amos y sirvientes.
En la otra punta de África, Nelson Mandela no tardaría en darles una lección. A ellos y a los colonos anglo-holandeses que durante décadas prohibieron votar a los negros y los aislaron en guetos. Madiba -como le bautizaron los ancianos de su clan-, nació en una pequeña aldea sudafricana en 1918, y siempre quiso ser libre. Ni esclavo, ni represor.
De la veintena de películas que reflejan su legado, una de las más ambiciosas es Mandela, del mito al hombre. Inspirada por la autobiografía del político sudafricano El largo camino hacia la libertad, el director Justin Chadwick condensa la vida del hombre que venció al apartheid, desde su juventud hasta su victoria en las elecciones presidenciales de 1994. Por el camino queda el metraje de una vida forjada a base de rebelión, liderazgo y amor. Se trata, en definitiva, de un intento valiente de mostrar al mundo la compleja personalidad de un hombre que pasó 27 años en una celda y, al abandonarla, exigió a su pueblo perdón para los carceleros.
Para interpretar a un personaje excepcional es necesario un actor equivalente. Hace años, durante el rodaje de Invictus, el propio Madiba confesó que sólo Morgan Freeman podría encarnarlo. Ojalá pudiese verse reflejado en Idris Elba, el hombre que ha transformado al narcotraficante Stringer Bell de The Wire en un Premio Nobel de la Paz.
La impecable actuación del inglés de ascendencia africana comienza con la enérgica juventud de Mandela -en la que el portentoso físico de Elba acentúa las manifestaciones del Congreso Nacional Africano-; y se oscurece con los primeros sabotajes del líder, mostrando una violencia de Mandela más desconocida.
El punto de inflexión llega con la condena a cadena perpetua que ahoga todas sus aspiraciones de cambio. Desde el momento en que ingresa en la prisión de Robben Island, el rostro de Elba se transforma, sustituyendo el gesto desafiante por una mirada profunda, sabia y tierna que impulsará su dialéctica a la presidencia del gobierno.
Pero si algo subraya la película además de la capacidad de liderazgo de Mandela es su soledad. A pesar de sus seis hijos y tres esposas, la media vida que Madiba pasó entre rejas lo alejó de los suyos. “Los he perdido a todos”, dice cuando conoce la muerte de su hijo.
De todos ellos, el film se centra en Winnie, su segunda esposa, con la que permaneció más años casado. Interpretada por una creíble Naomi Harris -que no envejece al ritmo de su marido- Winnie se manifiesta muy activa en la lucha política. Pero no es capaz de detener sus arengas cuando Mandela se lo pide, lo que provoca su ruptura.
La muerte de Mandela el pasado 5 de diciembre coincidió con el preestreno del film. Sus hijas, que estaban allí, no quisieron detener la proyección. Los espectadores, ajenos a su marcha, vieron pasar la vida de un hombre eterno.