La más prestigiosa Universidad pública de los Estados Unidos en el objetivo de Frederick Wiseman.
Frederick Wiseman es uno de los directores más reputados del género documental desde que en 1967 estrenara Titicut Follies, ópera prima en la que mostraba con crudeza las condiciones de vida de los reclusos de una prisión psiquiátrica de Massachussets. Desde entonces, Wiseman ha dedicado toda su vida profesional a retratar las distintas instituciones estadounidenses en la amplia colección de documentales que componen su filmografía.
Debido a su afán por interferir lo menos posible en su objeto de estudio, su estilo ha sido calificado frecuentemente como «cine observacional», «cine directo» o, recurriendo al préstamo galo, «cinéma vérité». Etiquetas todas rechazadas por Wiseman, que llegó a explicar que su pretensión al montar las películas era que tuvieran una estructura dramática, razón por la cual calificativos como el de cinéma vérité (que sugieren una selección azarosa del material observado, como si todo fuese igual de importante) no se ajustaban a su forma de entender el cine.
Así, At Berkeley es un documental rodado mediante un proceso de inmersión total. El director pasó tres meses en la Universidad de Berkeley (California), en los que llegó a grabar 250 horas de material que, tras dos años y medio de selección y montaje, fueron finalmente reducidas a sólo cuatro horas de duración. El resultado es una visión panorámica de todo lo que acontece en la universidad pública más antigua y prestigiosa de EE.UU: conocemos al personal de todos sus sectores (profesores, alumnos, equipo directivo, élite administrativa), la cámara se infiltra en las aulas, los laboratorios, los departamentos, los pasillos; asistimos a conversaciones que pueden surgir en el contexto de una clase de Física o, tal vez, en el encuentro fortuito entre un profesor y su doctorando. Al final del recorrido obtenemos un mosaico en el que cada tesela es un episodio de la vida académica y profesional en Berkeley.
El documental, fiel al estilo de Wiseman, pretende ser libérrimo en su exposición de la realidad. Nunca conocemos la identidad de las personas que hablan, ni de sus interlocutores, ni el contexto en el que se desenvuelven las conversaciones. A veces tienen que pasar unos minutos para que nos situemos y, gracias a la información que inferimos de los diálogos, entender qué nuevos aspectos de la vida en Berkeley se están abordando. No hay rótulos explicativos, ni voces en off, ni reconstrucciones de los hechos narrados, ni entrevistadores. El documental se construye sobre una colección de testimonios desnudos, retazos cuidadosamente escogidos del día a día en Berkeley, fragmentos de realidad que no conocen más adulteración que su selección en la sala de montaje. Deviene un collage que intenta, con la suma de sus partes, erigirse en el retrato más representativo de un todo que se sabe inabarcable.
La mano del Wiseman, invisible, es consciente de que cada escena es irrepetible. Por eso, en ocasiones, contemplamos tomas desenfocadas, que no pudieron volver a grabarse porque fueron testigo mudo de un testimonio excepcional, improvisado, y al director le importó más recoger ese momento de lucidez que mantener un aspecto formal perfectamente pulido.
Los temas tratados en el documental, como puede deducirse de lo descrito anteriormente, son tan variados como personas, intereses e ideas fluyen por Berkeley. No obstante, una de las preocupaciones que con más insistencia sale a la luz es la del equipo directivo por mantener la autonomía de la universidad pública, que se ve continuamente lastrada por su dependencia económica tanto de las subvenciones –cada vez más exiguas– que le proporciona el Estado de California como de la inversión de las instituciones privadas –cuyos intereses, en muchas ocasiones, van en contra del espíritu de universalidad, transparencia y difusión del conocimiento por el que toda universidad pública debería abogar–. Cuestión ésta que da la alarma sobre el momento crítico por el que está pasando la investigación en estos tiempos de crisis, en los que se da prioridad a industrias e instituciones más que cuestionables en detrimento del sector que más hace avanzar a la sociedad. Cabe plantearse, si así está la universidad pública más importante de Norteamérica, cómo estarán las del resto de países.
De este modo, en una época en la que mantener la excelencia académica –sin traicionar unos principios en virtud de los cuales el conocimiento debe ser accesible a todas las personas con independencia de su condición económica, social o cultural– es tan complicado, At Berkeley se presenta no sólo como una obra documental de indudable interés artístico, sino además como un recordatorio de las prioridades que, como sociedad, nunca debemos olvidar.