18 de abril de 2024

Festival de Sitges 2019: Crónica de Alain

Sitges 2019 por Alain Garrido.

En esta primera crónica en que tratamos de desmenuzar lo que ha dado de sí la 52ª edición del Festival de Sitges, este cronista quiere darle un protagonismo especial al cine de animación, aunque para empezar, uno de los platos fuertes de la Sección Oficial a competición: Bacurau, ganadora del Premio del Jurado en Cannes. El nuevo trabajo del brasileño Kleber Mendonça Filho, codirigido con Juliano Dornelles, supone su regreso tras la celebradísima Doña Clara (Aquarius) y ha conquistado el premio a la mejor dirección, el de la Crítica y el del Jurado Joven. La resistencia de un pueblo del Amazonas ante el capitalismo salvaje y el colonialismo de las grandes corporaciones. Una parábola de la lucha fraternal erigida desde una arriesgada mezcla de géneros (comedia negra, thriller, terror, drama y toques sci-fi) que no siempre cuaja en su cometido, pero cuyos hallazgos son mucho más valiosos que sus irregularidades. Una película valiente siempre es más meritorio que jugar en terrenos conocidos sin ambiciones artísticas; además Bacurau presenta un planteamiento original y sugestivo y resulta contundente en muchas de sus secuencias. Sin lugar a dudas un film medianamente fallido, pero es una notable crítica social y política y un canto a la resistencia conjunta, fuerza mágica mediante (¿quién dijo pócima de Astérix y su pueblo galo?), para enarbolar un discurso subversivo sobre la violencia. Desconcierta en su radicalidad y cautiva en su narración desacomplejada.

Si la cinta brasileña no es la mejor de Sección Oficial es porque la animación se ha colado en la selección principal. J’ai perdu mon corps (¿Dónde está mi cuerpo?) es uno de los grandes títulos de este año y en noviembre estará disponible en Netflix tras su paso triunfal por Cannes y Sitges. Jérémy Clapin ofrece un drama sobre la pérdida y los traumas del pasado a través de las aventuras y desventuras de una mano amputada que emprende una búsqueda a contracorriente por París para encontrar a su dueño. Paralelamente, la mano recuerda en conmovedores flashbacks su vida, pegada a un huérfano soñador que se enamora de una voz, de una alma gemela espiritual en la adversidad de la rutina diaria. La infancia, la adolescencia y finalmente esta juventud envuelta en una historia romántica al más puro estilo Amélie vistas desde la óptica de una mano despojada de todo su ser. La parte indisoluble de un todo en un pequeño cuento que se adviene en una gran joya. La original premisa y punto de vista narrativo juegan un papel fundamental para explorar las posibilidades de la técnica animada, la experimentación del medio como artefacto sumamente conmovedor (esa mano toqueteando arena en la playa, la vista del mundo desde la palma). En este sentido, la película también acierta plenamente en el uso de la bellísima música de Dan Levy, melancólico y cautivador compañero de andanza sin resultar caprichoso. J’ai perdu mon corps (¿Dónde está mi cuerpo?) es una de las grandes películas del 2019.

Les hirondelles de Kaboul

A poca distancia se encuentra otro de los títulos más destacados de este año en el terreno de la animación: Les hirondelles de Kaboul. Un acercamiento al día a día del Afganistán controlado por los talibanes a partir de una amarga historia de amor, condenada a prodigarse en los límites morales de la férrea ideología. El tándem de directores Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec apuestan por una estética a modo de acuarela para narrar una pequeña revolución que convulsiona la vida cotidiana de Moshen y Zunaira, los enamorados protagonistas; y por una belleza en el trazo y las imágenes ante la crudeza de la historia central. La expresión de los personajes es capital para demostrar el miedo y el cautiverio al que restan sometidos, sobre todo, las mujeres afganas. El mundo de Zunaira es, a menudo, visualizado desde los agujeros a la altura de la vista del burka, una cárcel visual de la que quiere desprenderse. Les hirondelles de Kaboul recuerda a propuestas similares como la mucho más combativa Persépolis o el tratamiento del conflicto armado en Vals con Bashir, ahora bien tiene suficiente autoría y fuerza como para valerse por sí sola. Una joya que fascina y conmueve.

Mucho más liviana, pero no por ello menor es Ride Your Wave, el nuevo trabajo de Masaaki Yuasa y el título ganador de la sección Anima’t. Otra historia de amor, pero ésta en clave comedia y con el punto justo de almíbar, protagonizada por dos jóvenes amantes del surf. Ella es una recién llegada al pueblo para cursar los estudios universitarios y él un bombero profesional que inician su idilio con gran pasión y que desemboca en un aprendizaje mutuo sobre el saber dejar atrás y aceptar la pérdida. Yuasa explora el medio animado en todas sus películas, aunque este es uno de sus trabajos más clásicos en ese sentido, es un hallazgo remarcable el uso de agua como vehículo de conexión inquebrantable entre los dos enamorados. Por otro lado, el cineasta japonés acierta en priorizar el espíritu libre y el sentido del ridículo por encima del drama, siempre soterrado con fugas de humor y la recurrente canción. Ride Your Wave resulta emotiva mientras evita caer en un sentimentalismo en el que era muy fácil caer de cuatro patas.

Desde las tierras niponas, siempre prodigas en animación, también ha llegado al Festival de Sitges el nuevo trabajo de Keiichi Hara, director reputado con títulos como El verano de Coo y Miss Hokusai. De todos sus largometrajes para la gran pantalla, sin contar los de la franquicia Shin Chan, este The Wonderland es su trabajo más mainstream y dirigido al público familiar. La protagonista es Akane, una chica sin confianza en sí misma que el día antes de su cumpleaños se adentra en mundo de fantasía. En este país de las maravillas es acogida como una mesías que debe reinstaurar el equilibrio ante la amenaza de las fuerzas del mal. A medio camino entre un cuento de hadas de Disney y las historias folklóricas de Miyazaki, The Wonderland es una notable cinta de aventuras cuya mayor baza es la lucha interna entre el bien y el mal en los protagonistas, su miedo a la responsabilidad y el proceso de maduración de Akane. Por el contrario, la trama principal sufre algunos altibajos con algunas secuencias del todo prescindibles que solo lastran el desarrollo de una película con pretensiones lúdicas por encima de todo.

El tiempo contigo

Estas tres últimas películas han competido en la sección Anima’t y han contribuido con creces a poner el listón muy alto de cara al próximo año. En proyecciones especiales también se ha incluido El tiempo contigo, la esperada nueva película de Makoto Shinkai tras la fiebre desatada con Your Name. Muy alejado de esa pasión con su anterior obra, a este cronista esta película, igual de irregular que la anterior, le parece un poco más redonda y contenida en sus defectos. Con los habituales excesos del director, los mismos que Yuasa evita, El tiempo contigo funciona como drama romántico adolescente con un acertado mensaje ecologista. El cambio climático se revela como expresión de la separación emocional, la frontera entre la celebración del amor y la tristeza por la pérdida del ser querido. El cine de Shinkai continúa siendo café para cafeteros, aunque ésta es una propuesta más apreciable para todo tipo de espectadores; no obstante, sus últimas películas están lejos de la excelente El jardín de las palabras.

Por mucho que a un servidor le apasione la animación y Sitges le dedique una sección propia, el festival de cine fantástico ha presentado a lo largo de sus diez jornadas otros títulos interesantes o destacables por una u otra razón. Uno de estos últimos es Fractured (Fractura), ya disponible en Netflix, que ha resultado ser una sonora decepción tratándose del nuevo trabajo de Brad Anderson. Un thriller de sota, caballo, rey que fía todo su efectividad al giro argumental sorpresa y fracasa en su intento de sorprender con una propuesta anclada en el cine noventero, una fórmula demasiado caduca y que se antoja como un David Fincher o M. Night Shyamalan de baja estofa. Tampoco ayuda en absoluto tener de protagonista a un actor tan inexpresivo como Sam Worthington al frente de un personaje trastornado y deprimido por la pérdida de su mujer e hija. La película funciona en su inicio, pero conforme el desarrollo va adentrándose en una espiral de paranoia, las costuras del guion son más evidentes hasta naufragar en un tercer acto que es ridículo a más no poder.

Starfish

Mucho más estimulante es Starsfish, el debut en el largometraje del director A.T. White. Tiene dos vertientes: por un lado, un interesante survival en escenario post apocalíptico con algunas soluciones visuales altamente deslumbrantes; y, por otro lado, un errático drama sobre el dolor de la pérdida, en este caso, la superviviente protagonista perdió a su mejor amiga pocos días antes del misterioso suceso que ha dejado su localidad en un estado de desolación absoluta. No encuentra a nadie a su alrededor, solo una amenaza (¿alienígena?) al acecho, su via crucis particular es intentar luchar contra viento y marea para sobreponerse a su situación exterior, pero también la interior. Esta segunda batalla personal peca de tener todos los ingredientes del cine indie americano, algo mal digeridos y vertidos para procurar atinar con el clásico manual. Una ópera prima estimable, irregular, pero más reconfortante que otros debuts vistos en el festival. Eso sí, el uso (abuso, mejor dicho) de la música instrumental y canciones resulta extenuante.

Por último, merece la pena dedicar unas líneas a Dark Encounter, no tanto por sus cualidades artísticas, que son nulas, si no por todo lo contrario: ser una de las mayores infamias que un servidor ha presenciado en la gran pantalla. El segundo largometraje de Carl Strathie empieza como un sucedáneo de la serie Stranger Things, la sobrevalorada serie de Netflix cuya herencia empieza a llegar en propuestas tan nefastas. Más allá de su premisa, la desaparición de una niña en un pueblo típicamente USA en los años 80, la película va deambulando por distintos derroteros, a cada cual más obvio en su referente y más desconcertante en el desarrollo de la historia. Influencias reconocibles como Señales o Interstellar para terminar en un tercer acto de tufillo religioso, más propio de una homilía del Opus Dei que de un título de corte fantástico. Un viaje sideral por el espacio para evocar el inicio de la creación y la aparición de unos ángeles (literal) para salvaguardar la humanidad ante el mal. El desconcierto mencionado se convierte en un abrir y cerrar de ojos en vergüenza ajena al son de una de las BSO más horrendas que servidor haya podido escuchar. Dark Encounter hay que verla para creérsela y disfrutarla en el Festival de Sitges con los espectadores del Retiro viniéndose arriba, aplaudiendo y coreando carcajadas es una de las mejores experiencias cinematográficas de mi vida cinéfila.

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