28 de marzo de 2024

Críticas: Divergente

Divergente (Divergent) - Shailene Woodley, Theo James

¿Qué se siente con Divergente? ¿A qué huele y sabe? ¿Es pestilente o bienoliente? ¿Con gustillo complaciente o a se digiere como el detergente?

Divergente, invita a la rima ocurrente.

Divergente nos remite inexplicablemente a la estrofa consecuente y acertar su réplica pertinente. ¿Dónde queda Divergente? Repasemos instintivamente el procedente. El material literario de Veronica Roth ya fue comparado en su momento con Los juegos del hambre tanto por su temática distópica —basándose en una sociedad generada después de una devastadora guerra y segregada con fines un tanto maquiavélicos para mantener la paz a toda costa— como su vocación de combinar la ciencia ficción con las aventuras abocadas a un público adolescente. Pudiéramos escuetamente dar un repaso a las adaptaciones de novelas juveniles y sagas literarias de éxito para darnos cuenta de que el mainstream en sí nos recuerda el proceso de iniciación en las facciones de la cinta y que únicamente las mejores —y solamente aquellas den la nota en el boxoffice— podrán salvarse de morir trágicamente. Al mismo tiempo, se ha establecido cierta fijación en el semblante y muecas de aquellas que consiguieron triunfar divinamente… porque pocas (1) lo logran inexorablemente.

Divergente (Divergent) - Kate Winslet

Pero Divergente, ¿es o no es diferente?

Mirarse sobre el espejo de Los juegos del hambre evita el sentido sorprendente. La gran Shailene Woodley de Los Descendientes se evapora y se cuela para abandonarnos con una heroína punteada por Katniss Everdeen. No es su culpa, es esa imposición y temor a la diferencia que de nuevo queda remarcada en su inexistente química con Theo James, cuya combinación acaba siendo como esos sueros que inducen a estados letárgicos, impostados y artificiales. No nos queda nada salvo el diseño y su capacidad de efectividad. Beatrice se hizo Tris y se fijó en ese fruto prohibido sin que pudiera remediar hincarle el diente. Nos conocemos la historia aunque nos sorprende el número. Él se llama Cuatro —afortunadamente evitó el Cinco— y viajamos del prestado al déjà vu, del robado a la referencia y esas disoluciones nos llevan a simulaciones oníricas —como si estuviéramos en Origen— y caemos al abismo de una premisa tan puntiaguda como la daga —tan poco higiénica— con la deben elegir facción los jóvenes de la cinta. Va a doler porque aquello que forjaba un sombrero marca J.K. Rowling en el film de Neil Burger es el único libre albedrío al que vamos a estar expuestos. Elige ‘carrera’ joven: o eres horticultor o inteligente, o prefieres ser sabio o sincero… y poco te queda si no te conviertes en alguien aplastantemente valiente. No habita una posibilidad de cambio ni variedad porque en la diferencia está el peligro, la posibilidad de elegir y pensar, de ser diferente. El problema es que Divergente declina de la divergencia y predica algo que no practica. Falta historia y nos piden que nos lancemos por un hueco inclinado, elevadísimo y oscuro y finalmente nos hallamos en un lugar en el que no nos explican nada, simplemente hay que correr y distanciarse, subirse a un tren para volver a lanzarse, hacer piruetas y que suba una adrenalina que nunca llega al otro lado de la pantalla. No hay sorpresas. Nos han repetido tantas veces que Kate Winslet es la villana que el espectador espera una vez que montamos en ese tren nos lleven a un durísimo, físico y mental aprendizaje, pero el destino final es una revisión de El juego de Ender junto otros déjà vu. Llegamos a su última parada para ver que la única disposición del conjunto es que la transcripción remarque su escueta alternativa.

Divergente es (y se hace) larga pero contrapuestamente está repleta de lagunas, es cursi pero su química es demasiado fragmentada, sin quedar tatuada en casi ningún espectador que no encuadre con el perfil al que va dirigida. El resto nos convertimos en saltimbanquis y parias, en espectadores que nos creemos como los habitantes de ese Chicago futurista rodeado por una gran valla de seguridad. Fuera nos dicen que no hay nada, que es peligroso, que encontraremos la muerte si se nos ocurre explorar ese fatídico mundo que dejó de existir. Pero dentro de ese Chicago tampoco hay vida porque la sensación final es que nos han embutido en una temporada completa comprimida de una serie de The CW. No importa, aunque medio mundo grite que Divergente al final te deja completamente indiferente sus fans apuntarán un «Ande yo caliente (con Divergente), y ríase la gente.» y tienen toda razón: es su simulación, no la nuestra porque no es nuestra película, nunca lo fue.

Divergente (Divergent) - Shailene Woodley, Theo James (boxing)

Divergente, mándame un nuevo cerebro urgentemente.

No entiendo (2) ese mundo distópico en que te dividen en cinco categorías (Verdad, Abnegación, Osadía, Cordialidad y Erudición) y si no vales te convierten en un homeless, un paria de esa sociedad que necesita exponer a sus repudiados para que el resto siga el redil. Hay gente que debe plantar y fumar marihuana pero no se atreven a decirlo. Luego indican que unos que dan saltos y parecen que esnifan cocaína son (como) la policía pero no tienen coches patrulla, van a pie haciendo coreografías como si vivieran en un clip musical y fueran los malotes de la city. Otros son como abogados pero no vemos comisarías ni cárceles donde supuestamente estén encerrados la gente villana y perniciosa. ¿Pena de muerte? ¿Y dónde los entierran? ¿Son chinos o qué? No hay arte, la cultura ha quedado reducida a la artesanía de hacer tatuajes a la carta (3). No hay dinero ni al parecer hospitales, pero tienen hamburguesas y emos, aunque no hay ni Bershka, ni móviles, ni WhatsAPP, ni DJs o MHYV. Ni realmente nada de nada. En realidad, odio las películas como Divergente (o como In Time) porque no entiendo un mundo sin televisión ni cine, ni deportes, ni redes sociales, ni música, ni internet… Y, sobre todo y el habitual fallo que convierte en ciencia ficción a la ciencia ficción, sin porno.

Divergente (Divergent) - Kate Winslet, Maggie Q (Tatuaje)

(1) Eragon nunca pudo llegar a ser una nueva El Señor de los Anillos. Cazadores de sombras, Soy el número Cuatro, Memorias de un zombi adolescente, La huésped y Hermosas criaturas no pudieron suspirar por el éxito de Crepúsculo. La brújula dorada nunca pudo ser Las crónicas de Narnia ni Las crónicas de Narnia (y a este paso) pudieron ser Las crónicas de Narnia. Realmente las sagas dedicadas a Harry Potter, Crepúsculo y Los Juegos del Hambre han estigmatizado a los blockbusters con vocación de llevar a la gran pantalla las bestsellers juveniles. A Divergente no hace falta que le preguntes «¿Y tú de quién eres?». Es de Panem, antes, durante y después.

(2) Que nadie me diga, por favor, que hay que leerse los libros para entender la película o esperar a la segunda parte. ¿Desde cuándo hay que leerse un libro para entender un blockbuster? ¿¡Desde cuándo!? Es como si te dicen que tienes que ver las 8 millones de horas emitidas de ‘Sálvame’ para entender el libro de Belén Esteban.

(3) NOTA: No recomendada para tatuadores o amantes de dicho arte. En esta película nos confirman que en el futuro eliges el diseño como un Big Mac, te ponen un parche, dan a botón y ya está. Toma tatuaje. ¿Toma película?

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