Bryan Singer nos brinda uno de los mejores blockbusters desde el futuro pasado.
Podemos imaginarnos esos oscuros días de un futuro distópico en los que la diferencia ha sido marcada y prácticamente aniquilada, en los que la humanidad ha dejado de existir ante el control de sus nuevos y robóticos vigilantes. No habita esperanza en esa guerra en la que al final perdieron todos… y en los que un simple atisbo de ilusión ofrece una perspectiva para hacer pasado el futuro. En realidad, nos interesa el discurso que ofrece Bryan Singer en X-Men: Días del futuro pasado como parte y burla de los mecanismos del mainstrean ya que bien pudiéramos imaginarnos a esos Centinelas, carentes de sentimientos, con un traje y corbata extinguiendo cualquier viabilidad de oposición, aprovechándose de las virtudes para transformarlas en debilidades y convertir la propia vida y esencia en mero tiempo consumido. El director de X-Men (2000) y X-Men 2 (2003) ha emprendido una misión similar a la iniciada por J.J. Abrams en Star Trek (2009) marcando un nuevo rumbo y punto de partida, gestionando y midiendo sus actos autorales, recopilando todo el material que ha marcado la saga cinematográfica, contradiciendo incluso sus propias imágenes, anulando las aportaciones ajenas y, sobre todo, esa ‘decisión final’ de Brett Ratner en 2006. Nada funciona porque ya nada vale dentro de los márgenes de ese nuevo futuro que ya se consolida como presente. Es momento de avanzar y para ello es necesario trastocar el pasado, todo el pasado.
El revisionismo de Singer le lleva a X-Men: Primera generación (2011) de Matthew Vaughn, donde realmente centellearon formidables elementos que ahora, el director de Sospechosos habituales, ha decidido recuperar y transmutar a sus propios intereses y pretensiones. Se trata de que el autor se convierta en un guía protector de la saga, que encuentre los mejores hallazgos y los someta dentro de su propio camuflaje cinematográfico para iniciar un viaje de toda esa consciencia común a un mismo y renovado cuerpo. Hábilmente la disposición escenográfica de la modulación del clímax la marca un monasterio que se ajusta a una estética ancestral y, al mismo tiempo, se ve sometida a los elementos de ciencia ficción produciendo la amalgama soñada por Singer. El pasado y el futuro quedan fusionados en ese recinto sagrado con fricciones orientales que matraquean el éxodo de la conciencia de la propia saga a una nueva entidad y película. Lobezno siempre ha sido la constante de toda la saga, aquel ser eterno y superviviente que debe marcar todo el rumbo. Olvídese de Lobezno inmortal (2013) de James Mangold —tanto de su argumento como la escena de los post-créditos— y quédese con algunas instantáneas de X-Men orígenes: Lobezno (2009) de Gavin Hood, aunque son innecesarias (e incluso molestas) para esta resurrección. Simplemente, X-Men: Días del futuro pasado trata de un renacimiento que pulveriza y puntualiza anímicamente otros retornos netamente comerciales como las dos partes, de momento, que componen The Amazing Spider-Man. La cuestión es el tacto y la personalidad, la valentía de que el déjà vu ofrezca una nueva diversidad de perspectivas con personajes y cuerpos constantes pero con un nuevo enfoque que dote de una conciencia más sabia al conjunto. El juego de espejismos está servido gracias a esas paradojas temporales que se suceden y complementan, que declaran la estructura en bloques diferenciados pero siempre satisfactorios.
Nos encontramos ante la burla a la burla sobre esa industria mecánica capaz de aprovecharse de los mitos populares y diseccionarlos de cara a sus lucrativos intereses. Vivimos rodeados de futuros alternativos y mentiras impostadas, de mitos ocultados en una mera rúbrica comercial. La ambición para Singer es que confluyan tanto el reboot como la precuela y la secuela, que todo sea un nuevo barro moldeable y que el autor pueda ser respetuoso con la materia prima que lo originó. Toda esa falta de continuidad con las cintas anteriores incluso encajaría en la percepción de remodelar, reinventar, insertar o despezar a convicción, existiendo cierta esencia y alma de prolongación, como si el proceso de integración fuera más general que detallado y el espectador se convierta en aquel que debe rellenar sus múltiples lagunas y ausencia de explicaciones. Singer da la impresión de ser consciente de que X-Men: Días del futuro pasado tiene que vivir en ese circuito de blockbusters de artificial carga épica y tremendismo dramático y aunque se somete a la banda sonora de John Ottman, decide instaurar una pirueta con todos los mecanismos propios del mainstream: el star-system, la lluvia de personajes ideales para pósteres personalizados, los fichajes de estrellas extranjeras en cintas éxito en el boxoffice norteamericano o distintas tramas argumentales y temporales que impacten por sus tonos de grandeza visual al espectador. Singer, no obstante, sabe objetarse y resaltar que no hay ningún mito intocable, ya sea el asesinato de Kennedy o la caricaturización de Nixon como ‘aquel que no debe ser nombrado’. Ese juego de referencias y mezcolanza de géneros en distintas épocas se desmarca de la suma de egos que disfrutamos en Los Vengadores pese a que aquí también el director es consciente de que el humor debe marcar el rumbo, pero dispone de otro tipo de pasado sobre el que reanimar y rejuvenecer la propia franquicia que inició, siendo el propio maestro de ceremonias y escultor de su propia iconografía.
El gran mérito del director de Superman Returns: El regreso ha sido construir una pieza que alberga toda o el compendio del cine comercial contemporáneo. Desde Terminator, Matrix hasta Star Wars dejando que el ya explotado indiscriminadamente «Yo soy tu padre» se gestione a través de Mercurio (Evan Peters) en una de las mejores secuencias independientes del conjunto, sobre la que Joss Whedon tendrá que tomar nota para Los vengadores 2: La era de Ultron. Nos interesa que el espectáculo quede focalizado a esa vinculación de Logan y Charles Xavier como la simbiosis e interrelación del corazón y el cerebro, siendo Raven/Mística aquella que posibilita la mutación del propio futuro y Magneto el eterno elemento bidireccional que desequilibre todo (y a todos). No se trata de realizar un rompecabezas a lo Orígen de Christopher Nolan —pese a estructurarse en dos secuencias que abren y cierran la cinta con una distribución similar pero dimensionada finalmente hacia la épica consumada— sino del nivelado entre la nostalgia y esa distintas parcelas ordenadas basadas en múltiples referencias. La cinta nos insiste en si podemos cambiar, ya sea en el pasado o en nuestra visión del presente siendo Mística la portadora del libre albedrío y, al mismo tiempo, de la fatalidad que ella misma trata de evitar. No es una tragedia griega sino la emoción de que una simple bala sea capaz de provocar una distopía de un futuro, aunque la escena de los post-créditos nos avecine la nueva línea temporal que va a desplegarse. Ciertamente es esa simplificación y posibilidad aquella que facilita la enorme valía de X-Men: Días del futuro pasado, siendo una autoconsciente quimera, una reflexión al espectáculo como perspectiva y disfraz… como el de esa Mística única en su especie, como el magnetismo de Jennifer Lawrence y su química con Michael Fassbender, como esa irrefrenable atracción a todo tipo de públicos que ejerce, al fin y al cabo, esta película.